De un año a esta parte, la única certeza que tenemos
las argentinas y argentinos es que cada día nos espera una nueva calamidad. Todo
comenzó del mismo modo en que iba a continuar y aún continúa: con un atropello
constitucional para impedir que se produjese el normal traspaso del mando de
Cristina a Macri. Casi de inmediato, el gobierno de los Ceos intervino la
AFSCA, y se dedicó a pulverizar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
para impedir cualquier crítica con las medidas que estaban a punto de tomarse,
e inclusive disciplinar aquellas voces que tímidamente se atrevieran al
disenso. Por esos días, y también en flagrante violación a las leyes, se
pretendió hacer entrar por la ventana a dos nuevos miembros de la Corte Suprema
de Justicia. Luego, estos mismos paracaidistas lograrían sus pliegos merced a
la Cámara de Senadores convertida en corte de los milagros.
Otras de las urgencias del staff empresarial que nos
desgobierna fue liberar el tipo de cambio, y en un abrir y cerrar de ojos el
dólar alcanzó el mismo valor que tenía en las cuevas desde las que siempre se
produjeron corridas cambiarias de tipo destituyente, cuando no directamente
golpista. Como cualquiera podría haber previsto, un dólar a casi 15 pesos trajo
consecuencias inmediatas en el precio de alimentos básicos de la canasta
familiar (recuérdese el aumento del pan y el aceite), y afectando la capacidad
de consumo de las familias argentinas. Al unísono, derogaron el mal llamado
“cepo cambiario”, y anunciaron que desde ese momento cualquier ciudadano podía
comprar tres millones de dólares mensuales. Y ese tipo de cinismo (aumentar la
carne y hablar de la libre disponibilidad de divisas) sería su única coherencia
conocida.
También corrieron, con presuroso afán, detrás de las
demandas de los fondos buitres, contradiciendo todos los manuales del buen
negociador (así se trate de una permuta de trigo por gallinas), y al mismo
tiempo se interesaron en denominar como “holdouts” a nuestros esquilmadores. Y,
en la misma línea de cumplir con los compromisos realmente asumidos ante sus
mandantes, no dejaron pasar casi nada de tiempo antes de suprimir las
retenciones a la minería y a la producción agropecuaria, especialmente a la
soja. El verdadero agujero negro que semejantes medidas le producían a las
arcas públicas, comenzó a ser saldado con toma de deuda a un ritmo escandaloso,
superando incluso las insultantes cifras que la Dictadura Militar-Empresarial
descargó sobre las espaldas del pueblo argentino. Y ello con el acuerdo de
quienes, desde el Parlamento, traicionan no ya a un partido o una líder, sino a
la Patria.
Mientras en los despachos de quienes están de los dos
lados del mostrador se pergeñaban una serie de tarifazos descomunales (que
irían acompañados de “consejos” a la población que fueron verdaderas
provocaciones), comenzaba una oleada de despidos masivos en el sector privado y
también en el sector público, estos últimos
acompañados de una persecución ideológica inédita en más de 30 años de
democracia. Revisión de los perfiles que los empleados tienen en las redes
sociales, elaboración de listas de indeseables, allanamientos nocturnos (al
mejor estilo Grupo de Tareas, con puertas demolidas a patadas) en los domicilios
de jóvenes funcionarios del gobierno anterior, fueron algunas de las
directrices que se autoimpuso “el equipo del diálogo y del consenso”. El
revanchismo tomó la forma de la acechanza, y se determinó que las fuerzas de
seguridad se dedicasen a la cacería del disidente.
Y esto fue así desde un inicio: el 10 de diciembre de
2015, la Guardia de Infantería reprimió a los trabajadores bancarios, a quienes
impidió la llegada a la Plaza del Congreso. Poco después, cobraron los
estatales de La Plata y en esa misma ciudad varias mujeres de organizaciones
sociales fueron baleadas cuando reclamaban por trabajo y comida frente a la
gobernación. Casi enseguida, los militantes del CC Batalla Cultural de Olivos
fueron desalojados a los golpes, privados de la libertad y torturados en una
comisaría (meses más tarde, cuatro de ellos serían perseguidos y baleados en un
rocambolesco e injustificado hostigamiento policial). Hay que recordar también
al pibe baleado en una murga, el secuestro del hijo de una dirigente de ATE, los
muchos locales atacados en diversas ciudades, las dos militantes baleadas en
Villa Crespo, y la muy dudosa muerte de un dirigente de la comunidad
senegalesa.
Entre tantos hechos -que, dicho sea de paso, nunca
son ni investigados ni esclarecidos-, hubo desde detenciones de simples gentes
de a pie que pretendían manifestarse frente al presidente o sus ministros, o
aprietes por llevar un cartel y/o cantar en un tren, hasta importantes
represiones como la ocurrida en Rosario durante el ¡privatizado! acto del Día
de la Bandera, o la de ayer mismo en Córdoba capital, todas acaecidas bajo la
misma idea de que los actos públicos se desarrollen en un clima de “total
normalidad”. Sólo que dicho espejismo oculta la formidable persecución de que
es objeto la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner -y miembros de su
gabinete-, así como el intento (desbaratado por la movilización popular) de
arrestar a Hebe Bonafini. Claro que aún persiste la injustificada detención de
Milagro Sala, a la que ahora viene a sumarse el asesinato en prisión del hijo
de uno de sus colaboradores.
Sería injusto no mencionar el fenomenal levantamiento
popular que se produjo desde antes de la derrota de noviembre, y que se
continuó en cientos de plazas autoconvocadas, plazas que más tarde tuvieron una
expresión algo más orgánica pero igualmente dinámica, y que contrastan
fuertemente con la apatía y los vallados que signan los protocolares y abúlicos
mítines de quienes llegaron al gobierno estafando al electorado. A aquéllas
plazas le siguieron marchas y convocatorias cada vez más masivas, amén de
cientos de movilizaciones de gremios, de sectores, de vecinos, todos ellos de
alguna manera heridos o preocupados por políticas que los afectan directa e
indirectamente: el alza constante de precios y servicios, la quita de
beneficios y derechos, la caída del salario y el aumento desbocado de la
inflación, el cierre o la desarticulación de programas sociales, la negativa a
reabrir paritarias.
En cambio, el programa neoliberal en curso promovió a
la apertura de las importaciones, con un olímpico desprecio por el trabajo, el
esfuerzo y el capital social acumulado de los argentinos, y asimismo alentó el
regreso de la tristemente célebre bicicleta financiera, dando paso a una
fabulosa fuga de divisas. Se trata, en suma, de una inmensa transferencia de
recursos que pasan, como por un tubo, del sector del trabajo al sector del
capital y que también tiene su correlato en términos psicosociales pues este retorno
al pasado, implica el retorno de la fragmentación, el abatimiento y la
desdicha. Nada les interesa tanto a los enemigos declarados del pueblo
argentino como verlo sometido por un yugo menos evidente, pero tanto más
limitante que el de la esclavitud económica. La estigmatización de “la pesada herencia”
es un objetivo primordialísimo de quienes cada día buscan ofendernos y
humillarnos.
El gobierno de “los millonarios offshore” (en cuentas
que primero no existen, luego un poco y al final se “blanquean”, incluyendo a
los papis evasores), trabaja en dos direcciones que convergen: por un lado, el
desguace de todo aquello que representa un avance en términos de desarrollo,
capitalización e industrialización, con su correspondiente mejora en la vida de
los trabajadores; por otro lado, la negación de toda la historia de luchas y
conquistas del pueblo argentino. Negacionismo de los 30.000 desaparecidos, pero
negacionismo a la vez de todo lo que representaron y representan los
movimientos nacionales y populares de la Argentina. Uno podría hasta comprender
la lógica por la cual parlamentarios, sindicalistas y gobernadores avalan la
entrega del país a la usura despiadada del buitrismo de adentro y de afuera. Lo
que no se entiende, como dijera Buenaventura Luna, es que sean dirigentes “sin Patria
ni destino”.
En síntesis, todo está en peligro, desde las
situaciones personales (los indicadores de salud se deterioran a pasos
agigantados), a las comunitarias (se desarticulan espacios o se los degrada), y
las sociales (donde los medios continúan sembrando confusión, intolerancia,
odio y violencia). Como dijera hace muchos años García Márquez: “Veinticuatro
horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común
hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”. Entonces, y
recapitulando: quienes habiendo sido engañados se empeñen en mantenerse como
“monotributistas de la sordera” seguirán a merced del relato de los medios, y a
quienes se animen a abandonar la colmena, los espera un puesto de lucha en esto
que cada día se parece más al Diario del Año de la Peste. Y ese olor
nauseabundo que usted percibe, es que nos están embadurnando con mierda.