lunes, 31 de marzo de 2014

Del aullido al lenguaje



Luego de preguntarle públicamente a Cristina por su accionar respecto a los derechos humanos, resulta curioso no ver ningún afiche de la UCR repudiando el atroz linchamiento de un joven en Rosario. Lo diré de un modo más ajustado a la realidad: ¿resulta curioso no ver ningún afiche de la UCR –ni de nadie de la oposición- repudiando el atroz linchamiento de un joven rosarino? Pues no, no esperamos un cartel ni apenas un comunicado de circunstancias de quienes aún no dijeron ni mú sobre las decenas de muertos con las que se despidieron de su último paso por el desgobierno. Sí, esa misma parodia de república que dejó al país entre la disolución y la nada.

El desquicio del estado nacional afectaba a toda la comunidad argentina que se veía desorganizada, desmembrada, desarticulada, en fin, hecha pedazos, y que terminó emitiendo aullidos de desesperación que expresaban tanto su hartazgo como el dolor de un cuerpo social astillado y roto. Los desgarradores gritos de aquellas jornadas finales del festín neoliberal eran no sólo la puteadora respuesta a las balas asesinas, sino el síntoma de una sociedad que había perdido su fe en la palabra. No hay que ser Funes el memorioso para recordar el hastío que producían los “discursos” políticos. Semejante divorcio entre la realidad y los hechos era una herencia directa de la Dictadura (cuyos cimientos fueron una sarta de mentiras que terminaron de desmoronarse tras el “vamos ganando” de Malvinas), pero ello no absuelve de culpas a la “democracia tutelada” que no supo, no pudo, y muchas veces no quiso salvar el abismo entre los verbos y los hechos. No es casualidad que el postrero presidente electo de ese ciclo haya sido apenas –y siempre que el viento soplase a favor- un torpe balbuceante de menesterosos escritos ajenos. Quienes lo sucedieron en el cargo también hicieron un uso vicario de la arenga pública: uno de ellos haciendo el “como si” de la independencia económica en plena Asamblea Legislativa, y otro de los “ungidos” retrocediendo ominosamente al alegato represivo, y dando rienda suelta al salvaje crimen de dos jóvenes militantes sociales.

De aquel estado de barbarie (y de aquella barbarie para-estatal) salimos finalmente gracias a las políticas reparadoras de los gobiernos kirchneristas. Se atendieron en primer lugar las demandas más urgentes, y al mismo tiempo dejó de reprimirse la protesta social. Pasarán los años y no faltarán los cientistas sociales que analicen este período de la historia y digan, por ejemplo, que los Kirchner inauguraron un orden social acotado dentro de los límites del sistema, etcétera, etcétera y etcétera. Pero lo cierto es que Néstor y Cristina vinieron a terminar con casi cincuenta años de indiferencia política y social, cifra que inclusive se queda corta pues algunas comarcas del país argentino llevaban cien o más años dejadas a su suerte. Si tan sólo hubiesen realizado la formidable obra de rearticular los fragmentos dispersos de unas provincias en vías de atomización, el mérito seguiría siendo inmenso. Pero además de ello, volvieron a articular el entramado social a partir del trabajo, la inclusión y la integración de los individuos a un mundo desconocido para tantos: el del derecho ciudadano en permanente estado de expansión de sus garantías. Y, como si fuera poco, la dignidad resultante de tales políticas se vio reforzada por la revalorización de la palabra pública que, ahora sí, volvía por sus fueros. Después de muchas décadas, los argentinos volvimos a tener un lenguaje político que nos expresa y que nos permite debatir, tan apasionadamente como nos venga en gana, todos y cada uno de los temas que hacen a nuestra vida comunitaria.

La lengua kirchnerista, permítanme darle ese nombre, es el plus de este Peronismo del Siglo XXI. El lenguaje de nuestra conductora política es el gran articulador de toda esa Argentina que mayormente desconocemos -porque fuimos entrenados en esa ignorancia de pavotes y palurdos-, y es el que logra la convergencia de voces que vienen de historias y miradas diversas. ¿No fue de este mismo modo que emergió el primer peronismo, aunando los hechos con las palabras de Juan y Eva? ¿No vuelven los jóvenes a juntarse en las plazas? ¿No vuelven, alegres, las multitudes a cantar? (Los folkloristas y afines deberían prestarle más atención al fenómeno, so peligro de seguir confundiendo tradición con conservadurismo).

Mientras tanto, la oposición ensaya lances peligrosos. Porque si al menos valoraran los innegables logros de esta etapa, acaso podrían argumentar y no meramente impugnar liviana e irresponsablemente. Pero mucho  me temo que no alcanzan a distinguir una Nación de una democracia neoliberal, y están condenados al estadío preverbal que les impide ejercer los actos de la lengua, la escritura y el pensamiento. ¿Suena a demasía? No se crea: el diputado Massa acaba de justificar los linchamientos pero, como dice el poeta, “las palabras son huecas cuando los gestos que le dan sentido pertenecen al pasado”. Por la boca de Massa habla el viejo Sarmiento, el que llamaba a no “economizar sangre de gauchos” porque la civilización ajena le resultaba más atractiva que la barbarie nativa.

Sépase, sin embargo, que hubo otro sanjuanino que subvirtió el lema sarmiento y dijo que “Una forma de civilización puede derrumbarse y se derrumba; pero la cultura no”. Con esto, Buenaventura Luna quería decir que el verdadero dilema es entre la barbarie de los oligarcas y la cultura del pueblo criollo. Y nosotros los peronistas debemos seguir pensando, escribiendo y prefigurando la historia cultural argentina para que nunca más un puñado de idiotas nos retrotraiga al estado de primitivas hordas asesinas.

Por Carlos Semorile.

lunes, 3 de marzo de 2014

Vivir en el corazón de la palabra



“Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra; compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.” (Paco Urondo, La pura verdad).

La Presidenta inaugura el año legislativo, realiza el balance de lo hecho y formula la agenda de lo por venir. Planteado así, no pasa de un acto administrativo y hasta cierto punto rutinario. Pero sucede otra cosa mientras ella hace su discurso, y eso que acontece sigue pasando una vez que concluye su alocución. Porque cada vez que Cristina habla el país se ensancha. ¿Cómo es posible tal cosa?

Para empezar, se ensancha la comprensión que tenemos del país, al que estamos acostumbrados a mirar en términos sectoriales. Cada quien tiene un prisma y es lógico que su visión quede acotada a un determinado fragmento del conjunto. Pero los discursos de la Presidenta tienen la virtud de ir integrando todas y cada una de las piezas que componen una nación. Más precisamente ésta en la que nacimos y vivimos, es decir la Argentina entendida como una Nación y no como un segmentado despelote de intereses en conflicto. Usted me dirá que nadie como Cristina para sacar a la luz y azuzar los conflictos, pero fíjese de qué lado queda parado usted en cada una de esas disputas. Sí, mi amigo, usted queda instalado en la misma vereda ancha que ya ocupan millones de sus compatriotas, mientras que enfrente… Bueno, enfrente están los que tuvieron toda la vida para decirle que formaba parte de algo más grande que usted mismo, y no se lo dijeron ni se lo iban a decir nunca para mantenerlo así, solari y descreído como una criatura extraviada en la jungla. De modo que, si me sigue, aquí tenemos otro de los acrecentamientos que provocan las alocuciones de la Presidenta: el destino ya no es una suerte maula que lo persigue con saña noche y día, sino que nos jugamos todos en el destino colectivo de la Patria.  

Esto nos lleva a una tercera etapa porque, luego de haber comprendido y luego de verse acompañado -y no amenazado- por los otros, lo más probable es que se le dilaten las emociones. A esta altura, cientos de miles de fotos y videos testimonian con creces que las arengas de Cristina tienen (como diría el amigo Fontova) un efecto vasodilatador en sus oyentes: la gente sonríe, ríe abiertamente, estalla en carcajadas, se le pianta un lagrimón o llora a lágrima viva, se abraza, salta, se vuelve a abrazar, y tiene muchas pero muchas ganas de cantar. ¿Usted ha visto que pase algo semejante cuando quienes hablan son los periodistas o los políticos que trabajan de “opositores perpetuos”? Claro que nada de eso sucede porque ellos son artífices de la vasoconstricción: aspectos circunspectos, rostros surcados por rictus de gravosa y amenazante intensidad, la amargura como punto de largada y, peor aún, como meta de llegada. Son lo contrario de la integración y la ampliación: son el arquetipo de lo fragmentario, del fatalismo de un cinismo despiadado y cruel que abismó al país casi hasta su disolución. Y son, a la vez, una suerte de estadío preverbal, incapaces de hacer frente a una mujer que también a ellos los deja mudos de admiración, y enfermos de una envidia que más parece un odio sordo y cerril.

La pura verdad (volviendo al poema de Urondo), es que así están las cosas: hay un país que escucha a la Presidenta y se reconoce en sus discursos porque, por sobre todas las otras consideraciones que puedan y deban hacerse, sólo Cristina logra vivir en el corazón de la palabra. Cada quien es libre de decidir cuál es esa palabra en cuyo corazón palpita el decir presidencial: Pueblo, Patria, Nación, los jóvenes, la Argentina, los trabajadores, las mujeres, los compañeros, la Historia, etc. Para mí son todas estas y muchas más porque, en verdad, lo que Cristina articula es un lenguaje que da cuenta del estado material y espiritual de la Argentina, de su devenir de colonia en Patria, de la larga marcha de los argentinos y argentinas, de las gestas de Mayo y las de la Independencia, de la Juana Azurduy, de Facundo, del Chacho, de Juan Manuel, de Don Hipólito, de los hombres del Pensamiento Nacional, de Juan y Eva, de los resistentes, de los desaparecidos, de las Madres y Abuelas, del pueblo argentino en su conjunto y de su exquisita cultura que lo hace merecedor de ser dueño de todo lo que existe sobre este suelo y bajo este cielo que amamos. Por todo ello, cuando Cristina habla, llegamos a “compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe”, y nos comprometemos a expandir ese lenguaje del amor y la fraternidad para que todos y todas puedan sentirse al amparo de una bella palabra con límpidas sonoridades de plata: Argentina.

Por Carlos Semorile.