martes, 12 de julio de 2011

A 40 años del secuestro de Juan Pablo Maestre y Mirta Misetich


Este miércoles 13 de julio de 2011 se cumplen 40 años del secuestro de Juan Pablo Maestre y su compañera Mirta Elena Misetich, dos jóvenes militantes revolucionarios. El hecho conmovió hondamente a la sociedad argentina de aquel entonces, y tuvo vastas repercusiones en la prensa nacional, donde expresaron su indignación conocidas voces de la política, del periodismo, y del ámbito de la cultura en general. La comprobación del funcionamiento de una “zona liberada” para facilitar la actuación policial puso en jaque a la dictadura de Lanusse, bajo cuya supervisión se hacían los primeros ensayos de lo que luego conoceríamos como Terrorismo de Estado.

Se repetían preguntas y escenas de la política instaurada por los civiles y militares gorilas a partir de 1955. “¿Puede desaparecer una persona?”, interpelaba en 1963 una solicitada de La Fraternidad luego de diez meses del secuestro del obrero Felipe Vallese. Una foto (tapa de Clarín del 19 de julio del 71) ilustra la vana espera de los padres de Mirta en la puerta de Olivos: Lanusse no iba a recibirlos, del mismo modo que Aramburu se negó a recibir a Susana de Ibazeta, sabiendo que pronto la convertiría en viuda (era la esposa de uno de los futuros fusilados del 56). A fines de ese mes, el jefe de policía, Cáceres Monié, le diría al padre de Mirta que su hija se hallaba con vida, “reponiéndose del shock que recibió por el episodio vivido. Le habría agregado que en los próximos días podrían producirse novedades”. Pero Mirta, cuatro décadas más tarde, permanece desaparecida (y en la misma situación se halla su hermano Antonio, científico de la CNEA, secuestrado 5 años después).

Al cadáver de Juan Pablo, fortuitamente encontrado en un zanjón de Escobar con signos de tortura, intentarían enterrarlo como NN, pero los reflejos de sus familiares y abogados lograron rescatarlo y darle humana sepultura. La “escuela francesa” de represión ilegal dio pasos decisivos en la Argentina mientras Lanusse fue comandante en jefe del ejército (cargo que retuvo siendo presidente de facto), secuestrando al abogado Néstor Martins y su ocasional cliente Conrado Zenteno, a Marcelo Verd y Sara Palacios en San Juan, e intentando lo propio con Roberto Quieto en Capital. Aún si fuera cierto que Lanusse le pidió a Videla que parase con el método de las desapariciones, él cobijó al huevo de la serpiente.

Siendo así, no es de extrañar que en los años que siguieron, los abogados del “Caso Maestre” (y de tantos otros “casos”), continuaran siendo perseguidos: dos fueron asesinados por la Triple A (Rodolfo Ortega Peña y Silvio Frondizi), tres están desaparecidos (Mario Hernández, Roberto Sinigaglia y Manuel Evequoz), y el resto debieron refugiarse o exiliarse (como Eduardo Luis Duhalde).

Escribimos los nombres de Mirta y Juan Pablo, y el de sus compañeros y amigos que hicieron las mismas o parecidas opciones políticas, y nos preguntamos cuál será hoy el modo adecuado de recordarlos, con qué palabras evocar su paso por un tramo importante de nuestra historia que sigue siendo motivo de una lucha ideológica, política y cultural que todavía busca o entender, o fustigar a los protagonistas del campo revolucionario de aquel período. ¿Hay que extenderse en explicaciones, particularmente con ellos que estuvieron en las FAR, una organización que a veces -al parecer- no se deja comprender fácilmente en su paso del guevarismo al peronismo? Y en tal caso, ¿hay que recordar a Carlos Olmedo y su concepto de “patrulla extraviada”, vertido dentro de un conocido reportaje? ¿Son palabras y nombres para iniciados o todavía le dicen algo al presente político argentino?

Un compañero de Pablo nos sugiere que “no eran de bronce ni hay que mitificarlos”, pero es este mismo compañero quien nos habla largamente sobre las cualidades intelectuales y éticas de Juan Pablo. En este punto, todos los testimonios son coincidentes: Pablo era un hombre brillante, casado con una mujer brillante, ambos con muchos destinos posibles debido justamente a sus respectivas sensibilidades e inteligencias.

Temprano lector voraz, en su adolescencia Pablo escribió y montó una obra de teatro que discurría sobre el asunto de los “deber ser” y que estaba en la onda del existencialismo francés: él mismo, vestido con un piloto y fumando, irrumpía en la escena atravesando una parte del “decorado” hecha con papeles de diario. “Juan Pablo estaba muy en contra de los ‘deber ser’, no compraba ninguno de los mandatos a la moda, no importaba del tipo que fueran y ni siquiera los que luego vinieron del lado de los militantes, como en el caso de no leer a Borges”. Para esa época, ya había participado de las luchas por "la laica o la libre", siendo uno de los promotores de la toma de su colegio. Luego, terminado el secundario, logró ingresar a la escuela de cine de La Plata -cuando eran muy poquitas las vacantes-, pero la combinación de trabajos y distancias le impidió continuar ese camino. Entre ser psicólogo o sociólogo, prefirió esto último porque, decía, “los problemas parecen ser personales pero, en definitiva, obedecen a causas sociales”.

Se mantenía trabajando en la biblioteca de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, y fue allí donde conoció a Mirta Misetich. Un compañero de militancia, destacó a Mirta por su valor y por su piedad, y una de sus primas -con la que compartió niñez y adolescencia-, la recordó linda y risueña. A Pablo le gustaba la alegría de su compañera, y cuando lo consultaban por qué Mirta entre tantas novias, contestaba: “Yo soy muy feliz con mi gordita”. Por su último trabajo como ejecutivo de una multinacional, hay quienes se confunden y sitúan a Juan Pablo dentro de los jóvenes de la clase media que se “peronizaron” al calor de las luchas por el retorno de Juan Perón a la Argentina. Debe haber sido, en la historia de Gillette, el único gerente que cuando podía bajaba a matear con los laburantes de la caldera.

En realidad, Juan Pablo nació y se crió, desde la separación de sus padres (Olga Maestre y Eusebio Dojorti, más conocido por su seudónimo artístico: Buenaventura Luna), en un hogar muy humilde que pasó por muchas privaciones y estrecheses, aún dentro del marco del primer gobierno peronista que, pese a su formidable obra de redención social, no podía llegar a todos los hogares al mismo tiempo. Su madre lo llevaba a las grandes movilizaciones de la época, como la que reunió en Retiro a un millón de argentinos esperanzados con la nacionalización de los ferrocarriles. También acompañaba a su madre cuando intentaba verla a Eva Perón para solucionar alguna necesidad: en una de esas oportunidades, Evita tuvo un gesto de mucha ternura para con Pablo, pasándole su mano por la cabeza. (No decimos nada nuevo, ¿no? Pero es por cosas como estas -desde las nacionalizaciones hasta la cercanía física y anímica con los líderes del pueblo- que un angustiado Lanusse se preguntaba cómo era posible que la Argentina no pudiera parir otro mito y otro liderazgo distinto del de Perón).

Es decir que por origen, por formación (la permanente “docencia política" de su madre, más sus lecturas posteriores), y por su propia mirada sobre el país y sus abismales injusticias, Juan Pablo Maestre era tan peronista como lo era su madre, como lo eran y lo son algunos de sus hermanos, y como también lo fue su padre. Al igual que éste, Pablo también tuvo una veta poética y musical que en su caso dejó, al decir de quienes las escucharon y cantaron, unas pocas pero bellas canciones. Se acompañaba con la guitarra, y al entonarlas tenía un timbre de voz similar al del Daniel Viglietti de aquellos mismos años. Cuentan sus amigos que en un famoso boliche de Buenos Aires (posiblemente "La Cueva de Fanny"), Mercedes Sosa escuchó cantar a Juan Pablo uno de sus temas. “Era una canción de cuna -anterior a que apareciese la de Nicolás Guillén-, y cuya letra hablaba de un nuevo amanecer, como figura poética del hombre nuevo. La Negra se la pidió a Pablo para cantarla. Pero, por alguna razón, no pudo ser”.

El “hombre nuevo” nos remite al tema de la revolución y del socialismo, las aspiraciones más sentidas para una generación que pensaba y actuaba solidariamente, y que “a pedradas y a tiros” hacía “reaparecer” a “la política desaparecida, cuya vida había subsistido sólo de manera subterránea”. Y agrega Pilar Calveiro: “Reaparecía, además, mutada en otras formas de politización y organización. La violencia militar comenzaba a reproducirse y a encontrar respuesta, también violenta, desde otros sectores de la sociedad”. En este sentido, la pertenencia de Juan Pablo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias también es motivo de errores. Pablo compartía el concepto de su amigo y compañero Carlos Olmedo: “Los fierros pesan, pero no piensan”.

Era esta la idea que Pablo esgrimía siempre frente a los “fierreros”, cada vez que pretendía hacerles comprender que las decisiones políticas están siempre antes y por encima que los hechos armados. ¿Se lo puede pensar entonces como un intelectual? Sí, siempre y cuando se entienda que “el campo del intelectual es la conciencia”, y que esa conciencia no es una simple elaboración abstracta y meramente especulativa. ¿Se lo puede pensar como un hombre decidido a la acción? También, siempre que se entienda que ser audaz no es lo mismo que ser temerario, y que no perdamos de vista que sabía y asumió los riesgos a los que se exponía.

A través de esta lucha, como todas las del pueblo en su conjunto, Juan Pablo buscaba la liberación nacional de un país estancado desde la derrota del 55. Creía, en resumidas cuentas, que si las famosas “condiciones objetivas” no estaban dadas, pues había que crearlas. A este concepto, durante los años de la post-dictadura, se lo ha descalificado como mero “voluntarismo”, y hasta ha servido para volver a castigar, desde el estigma, a las víctimas del Terrorismo de Estado. Se ha pasado por alto que la gran mayoría de los militantes fueron perseguidos por sus aciertos, y no por sus errores. Como dirigente, Pablo conocía bien la diferencia entre voluntad y demencia y, como cuenta una compañera, fue un jefe práctico y cálido a la vez: “En una oportunidad, me invitó a comer en un buen restaurante y me dijo que teníamos que disfrutar del vino y de la comida y de cada buena cosa que nos diera placer porque no se sabía qué podía pasar. Despreciaba a la muerte, pero a la vez era muy sensato: una vez que me mandaban a hacer algo muy arriesgado y sin trascendencia, me dijo que no lo hiciera y levantó en peso a quien me había mandado. En otra ocasión, hicimos un operativo y terminé tan estresada que no llamé: estaba en cama con las piernas agarrotadas por los nervios, no podía ni moverme. Cuando él llegó y vio el estado en el que me encontraba, no se enojó: comprendía las cosas, no juzgaba”.

En la actualidad, al impulso vital del kirchnerismo y sus profundas transformaciones estratégicas, la voluntad ha retornado por sus fueros en el bagaje místico de dirigentes y militantes (¡Nunca menos!, cantan los jóvenes, y exigen: ¡Ni un paso atrás!). Para finalizar, digamos sin solemnidad pero con certeza, que Juan Pablo, siendo un hombre como todos, fue un tipo excepcional. Si lo extrañamos tanto será por las muchas veces en que, necesitándolo, ya no lo teníamos. Será que nunca te olvidamos, como nunca olvidamos a Mirta. Será que, como tantas y tantos compatriotas, seguimos exigiendo Verdad y Justicia.

Carlos Semorile (sobrino de Juan Pablo Maestre).