miércoles, 19 de diciembre de 2012
Espectros
sábado, 24 de noviembre de 2012
Nunca fui tan feliz
domingo, 30 de septiembre de 2012
Ser contemporáneos de la historia
sábado, 22 de septiembre de 2012
Supresión de honores hasta nuevo aviso
lunes, 17 de septiembre de 2012
Deben ser los gorilas, Juliette!
jueves, 13 de septiembre de 2012
Despertares
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Panorama desde el puente
martes, 26 de junio de 2012
Gran loteo gran en el cementerio de la Historia
martes, 12 de junio de 2012
Cacerolas y candor
sábado, 9 de junio de 2012
El pasado nos odia
viernes, 1 de junio de 2012
Sarlo y Lanata versus “la astucia de la historia”
miércoles, 30 de mayo de 2012
“¡Irlandés!”
viernes, 18 de mayo de 2012
Los mapas y el territorio
sábado, 28 de abril de 2012
"Nosotros mismos", los que escribimos torcido
lunes, 23 de abril de 2012
Constance Markiewicz, “esa mujer”
En la Pascua de 1916, Constance Markiewicz estuvo entre quienes ocuparon los principales edificios de la vieja Dublín para terminar con siete siglos de desembozado colonialismo. Frente a la efigie del almirante Nelson, los rebeldes leyeron la Proclama del Gobierno Provisional: “En el nombre de Dios y de las generaciones difuntas, cuyas tradiciones antiguas ha heredado como nación, Irlanda, por medio de nosotros, congrega a sus hijos bajo su bandera y combate por su libertad”. El poeta W. B. Yeats escribiría luego: “Una terrible belleza ha nacido”.
Constance Gore-Booth (tal su apellido de soltera) pertenecía a una de esas familias anglo-irlandesas que nacieron como consecuencia de la política inglesa de ocupación de Irlanda mediante la “plantación” de súbditos británicos. De tal suerte, los “anglos” progresivamente desplazaban a los nativos de las tierras más fértiles de la isla, condenándolos a la mera subsistencia en base al monocultivo de la papa. Desde el siglo XII, la Corona Británica se ocupó de procurarles todo tipo de padecimientos a los hijos de Erin: hambrunas, exilios, prohibiciones políticas y persecución religiosa. El plan de los ocupantes era de vastos alcances: “Debemos cambiar su forma de gobierno, su ropa, sus costumbres, su régimen de posesión de tierras y sus hábitos de vida; de lo contrario, será imposible inculcarles la obediencia”. Como explicaría Jorge Enea Spilimbergo, Irlanda se convirtió en el laboratorio del imperialismo británico: lo que allí funcionaba, los ingleses lo exportaban luego “irlandizando” el resto de sus colonias (plantaciones, matanzas, suplantación cultural).
Pero como al correr de las épocas se sucedían las sublevaciones de un pueblo indócil, los estrategas del imperio pensaron que había que ir todavía más allá: “Si el habla es irlandesa, el corazón debe por fuerza ser irlandés”. Lo más pernicioso de la sustitución del gaélico por el idioma inglés era el modo con que el invasor definía al invadido como el negativo de sí mismo. Según el ensayista Declan Kiberd: “Si los ingleses se han presentado al mundo como controlados, refinados y arraigados, les convenía que los irlandeses fueran exaltados, toscos y nómades”. Sin embargo, una muy joven Constance refutaría este relato: “Cuánto odio la lengua inglesa cuando tengo que expresar un razonamiento: su pobreza me vuelve estúpida”. A ideas como ésta, el grupo “Mujeres de Irlanda” le daría una formulación programática: “Desacreditar la lectura de obras literarias inglesas, los cantos ingleses; disuadir a cualquiera de asistir a las vulgares representaciones inglesas de teatro o de music-hall; combatir por todos los medios la influencia inglesa, que es una injuria al gusto artístico y al refinamiento del pueblo irlandés”.
Casada tardíamente con un falso conde polaco, Constance se acerca fervorosamente al movimiento cultural que encabezan los poetas, dramaturgos y escritores nacionales: Geogre Bernard Shaw, James Joyce, Douglas Hyde, John Singe, Oscar Wilde, W. B. Yeats. El renacimiento gaélico, que buscaba reafirmar la identidad irlandesa, anticipará la revolución política que pronto sacudirá la isla. Activa participante de esta movida cultural, Contance explicaría su propio alumbramiento político: “Desperté a la idea de que Irlanda no se había rendido, y de que existían hombres y mujeres que no habían aceptado la conquista”.
Cerrados todos los caminos de participación, los irlandeses se inclinaron por la opción armada. Así, con los conocimientos adquiridos por su aristocrático origen, la amazona Markiewicz se dedicará a entrenar scouts en tácticas de guerrilla urbana: “Dentro de diez años esos muchachos serían hombres. Me los imaginaba alcanzando la mayoría de edad y alistándose, como si tal cosa, en el Ejército o en la policía británicos y, en consecuencia, sometiendo a los de su propia clase a la autoridad inglesa”. Feminista a ultranza, también integrará la Unión de Mujeres y, ya convertida en la “Condesa Roja”, tendrá una destacada actuación en la huelga de 1913 acompañando al socialista Jim Larkin (el dirigente que había impresionado nada menos que a Lenin).
Fracasado el Levantamiento de 1916, “Madame” Markiewicz escuchará desde su celda las detonaciones con las que los ingleses fusilan prolijamente a los líderes de la insurrección. Sus compañeros caen para escarmiento de sus seguidores. Se salvan unos pocos: Eamon de Valera, por haber nacido en U.S. A., y el hiberno-argentino Eamon Bulfin, el joven que izó la tricolor en el edificio de correos de Dublín. Ella, que no es pasada por las armas “única y exclusivamente en razón de su sexo”, le escribe al tribunal que “habría preferido que ustedes hubiesen tenido la decencia de fusilarme”. Y como para que no queden dudas, dirá años más tarde: “Nosotros hemos conocido la dicha de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”. La prensa la perseguirá hasta después de muerta, presentándola como una “mujer sedienta de sangre”. Pero cuando Yeats escriba la elegía a esa semana crucial, nombrará a la Markiewicz como “esa mujer”.
Beneficiada por la amnistía de 1918, Markiewicz llegará al parlamento de la mano del Sinn Féin (Nosotros Mismos), “la nación organizada” según de Valera, el primer presidente de la República de Irlanda. Y cuando se discuta la partición de la isla (jugada de la diplomacia inglesa para debilitar el nacionalismo y la emancipación de los irlandeses), ella se opondrá: “Yo he visto las estrellas, y no pienso seguir la luz vacilante de un fuego fatuo”.
Por Carlos Semorile.
martes, 17 de abril de 2012
"Puro ripio"
El plenario de comisiones por el tema de YPF fue, para quienes lo vimos televisado, un episodio premeditado de estoicismo. ¿Qué curiosidad morbosa puede llevarlo a uno a escuchar los agravios hacia el gobierno? Sin percatarse, creo, del daño que se hacen a sí mismos, senadoras y senadores del arco opositor volvieron a perpetrar un acto de lesa homogeneidad: todo parejito y achatado, la medianía misma aún cuando en algún momento hayan ensayado el elogio de la vehemencia del viceministro Kicillof. Para decirlo todo de una vez: las palabras de la opo son “puro ripio”. Puro ripio, es decir: un discurso insalvablemente pobre, materia en bruto sobre la que no parece haberse producido ninguna intervención de la inventiva o del trabajo humano. Así las cosas, no es de extrañar que el kirchnerismo ocupe largamente el centro de la escena política. Lo hace con hechos, con liderazgo y, especialmente, con palabras. Hay un abismo entre el discurso de Cristina y el balbuceo inconexo y vacilante de quienes sólo buscan esmerilarla. La oratoria de sus oponentes, por necesidad de mantener un espacio que está real o imaginariamente amenazado, termina entonces contestando desde lugares que el paso de los años –y sobre todo de estos últimos años- han dejado deslegitimados, y sin chances de hacer anclaje en sectores importantes de la sociedad. Son como antiguos amantes a los que el trancurso del tiempo, brutal e impiadoso, los ha privado del arte de la persuasión. Y es que en la nueva Argentina de la palabra emancipada, el ripio hablado ya no seduce a nadie.
Por Carlos Semorile.
lunes, 12 de marzo de 2012
“La superioridad de la palabra”
Por Carlos Semorile.
sábado, 18 de febrero de 2012
¿Queremos ser un pueblo de pastores y labriegos?
Cada ambientalista fanático que escucho, refuerza mi credo scalabriniano. Para empezar, creo que erramos cuando repetimos que la cuestión minera comienza mal en la década de los noventa. Acierta Federico Bernal cuando remonta las raíces del problema a su verdadero origen: la situación semicolonial de un país soberano sólo en el aspecto formal, una nación que no estaba en condiciones de decidir y promover su desarrollo porque -como planteaba Scalabrini Ortiz- “todo progreso argentino daña alguna partícula de la hegemonía inglesa”. Pese a ello, el peronismo logró romper con ese vasallaje y durante diez años nuestro pueblo escribió otra historia, una que superaba aquella estrategia británica de generar “naciones mineras y naciones agropecuarias, pero no unidades orgánicas” que pudieran desafiar su poderío. Luego vino la restauración conservadora y, con ella, el golpe de gracia a nuestros anhelos emancipatorios. Sin embargo, todavía permanece en penumbras aquello que Scalabrini denunciaba cuando decía que el verdadero objetivo de los golpistas era acabar con el Artículo 40 de la Constitución del 49, “una verdadera muralla que nos defiende de los avances extranjeros y (que) está entorpeciendo y retardando el planeado avallasamiento y enfeudamiento de la economía argentina”. “Cada párrafo del artículo 40 -escribió Scalabrini- tiene la recia estructura de un bastión, y sus nítidas aristas no se prestan a torcidas interpretaciones. ‘La importación y la exportación estarán a cargo del Estado’. ‘Los minerales y caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación’. ‘Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación’. ‘Los que se hallasen en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación’. ‘El precio de la expropiación… será el costo de origen… menos las sumas que se hubieran amortizado’. Son párrafos perfectos, concluyentes y sonoros como una cachetada”. El control de los resortes esenciales del país había llegado a su cenit con el artículo 40: “Tenemos una industria propia, luego nuestra nación existe”. Pero su derogación vino a barrer con “la dignidad integral de la vertical humana” que se había alcanzado. El gorilismo primero -y su versión noventosa luego- no hicieron más que engendrar “hombres derrotados que parecen gorilas. No podía ser de otra manera”. Curiosamente, cuando volvemos a tener una chance -una, no cien- de salir del “primitivismo agropecuario”, arrecian las críticas por derecha y por izquierda. Las primeras apuntan al nacionalismo, pero no dicen -como señalara Scalabrini Ortiz- que en realidad les preocupa que la Argentina evolucione “cada vez más hacia el nacionalismo industrial”: “La resistencia que ofrecemos al despojo es una manifestación de ‘ultranacionalismo’. Defender lo propio de la piratería extranjera, oponerse a revivir el drama de Martín Fierro y de Cruz, querer orientar hacia el bienestar general el comercio externo e interno, los cauces del crédito, de la energía y de los transportes, aferrarse a la propiedad nacional de la tierra para no ser un paria en su propio país, querer obtener un precio equitativo para los frutos del trabajo, abrir con la industria una perspectiva para los hombres de empresa, ejercer, en una palabra, los mismos derechos que en todas las democracias tienen los ciudadanos, es incurrir en ultranacionalismo”. Las segundas vienen por el lado del medio ambiente, convenientemente rebajado de disciplina a paisajismo para congelar una situación justo cuando estamos en condiciones de debatir qué tipo de desarrollo y de cuidado medioambiental queremos darnos para dejar atrás el status de coloniaje. Ojalá podamos hacerlo tomando como modelo los foros que, a lo largo y ancho de todo el país, sacaron adelante la Ley de Medios. Ojalá no olvidemos que Scalabrini Ortiz decía que “lo más grave no ha sido la destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país sino la desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los factores que reunidos podrían quizás contrarrestar el ataque premeditado” de nuestros enemigos históricos.
Por Carlos Semorile.