miércoles, 19 de diciembre de 2012

Espectros



“Veo un cementerio de muertos bien rellenos, manando sangre y cieno que impiden respirar”. Los versos de Espronceda pintan bien la desafortunada conjunción entre algunos de los trabajadores mejor pagos del país, y  la infausta fecha en que su líder (y otros oportunistas, aliados suyos) decidieron convocarlos a la Plaza. Desde que Moyano decidió jugar para el país liberal, entró de cabeza al cementerio de la Historia y es por ello que estas movilizaciones, fingidamente cegetistas, tienen mucho de espectral. Ya no convoca por fuera de su aparato, y si lo hace es al costo de permitir que se le adosen los habitantes de nichos putrefactos. O para usar el lenguaje menos hiriente de un politólogo: son sociedades de “suma cero”.
Y el de lenguaje es su otro y enormísimo problema. No es una cuestión que afecte sólo a Moyano, sino a cualquiera que hoy aspire a conducir los destinos de esta comunidad que encuentra en la palabra de Cristina una inédita -y concreta- promesa emancipatoria. ¿Con qué la combate el líder de los camioneros? Con el gastado recurso de apelar a una liturgia, a una simbología y a una identidad que, por ser precisamente la peronista, debería arrastrar automáticamente a las masas hacia los genuinos intérpretes del “justicialismo de Perón y Evita”. Pero ocurre que, por esa vía, lo único que logra es consagrarse a congelar una cultura política en el preciso momento en que las grandes mayorías han decidido vivificar sus mejores tradiciones socialmente justicieras. No hay nada mineralizado o mustio en las palabras siempre  grávidas de sentido de la Presidenta, y es por ello que la Plaza del 9 de diciembre la escuchó en un silencio muy parecido al de una comunión o un rezo. Esa escucha, hoy, sólo la puede lograr Cristina. Es porque los demás celebran fechas ignominiosas, con la memoria perdida y un discurso anclado en el pasado. Y porque el pueblo argentino se permite oír las proclamas de este “raro tiempo de felicidad en que se puede decir lo que se quiere, y hacer lo que se debe”.
Por Carlos Semorile.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Nunca fui tan feliz


Políticamente hablando, nunca fui tan feliz. Y, en líneas generales, también: nunca fui tan feliz, porque mi dicha -lejos de lo que reza el credo liberal- no es una alegría irremisiblemente individual, si no que está atada a la de millares de compatriotas. Obviamente, esto no es nuevo, ni lo sería aun si hablásemos de la desdicha o la congoja. Pero las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner introdujeron un giro copernicano –también!- en el modo en que percibimos nuestras vidas y, de tal suerte, los sucesivos círculos con los que se retrata el despliegue de una existencia humana, nunca quisieron ser tan exogámicos y comunitarios como en el presente. En ese sentido, importa lo propio y lo que, desde siempre, se llama “lo ajeno” que es, en verdad, la suerte de nuestros semejantes. En su ensayo sobre “La muerta lenta de los desaparecidos en Chile”, la escritora Antonia García Castro dice que la expresión seres queridos “parece escapar a todo cuanto puede hacer y decir un cientista social. Y, sin embargo, hemos de tomarla en cuenta. Las agrupaciones de 'familiares y amigos' de presos políticos, de ejecutados políticos y de detenidos desaparecidos son una expresión poco estudiada por la sociología y la política: el lugar de los afectos en los asuntos políticos”. Y concluye: “La política debiera ser lo que uno hace, genuinamente, en nombre de otro. No contra otros, no meramente junto a otros. Lo que uno hace en nombre de otro". Particularmente, creo que nadie hace tanto como la Presidenta para que entendamos esta dimensión donde la política está imbricada, en un sentido amplio y no exclusivista, con los afectos. Ningún dirigente, ni siquiera los del palo, se anima como ella a dejar que por su cuerpo transite, se instale e irradie la emoción de hablar del amor como vínculo político, del cariño como genuina argamasa del acontecer social. Cierto es que esto también reconoce una tradición en el devenir político argentino, y que nuestros líderes históricos (mal que le pese a los liberales) han sido “nuestros” porque supieron conjugar la lengua política con los distintos verbos del cariño y el querer. La imprevisible Historia ha querido, además, que este pueblo, que supo tener un alto jefe material y una digna jefa espiritual, tenga hoy una única jefa espiritual y material. Ella hace, justamente, que lo material sea no sólo la adecuada y necesaria justicia de una sociedad que se precie de tal, sino también el soporte indispensable para que alcancemos “la plenitud de todas las potencias espirituales” de la Patria, es decir, la de todos y cada uno de los hijos de este suelo. De allí la felicidad en los rostros, la alegría en los hogares, y el amor en los corazones. De ahí el llanto en los actos, los moqueos durante sus discursos, los pucheros de quienes la siguen por la tele. Y sin pudores, no? Porque todos sabemos que esa risa o ese llanto es también el nuestro, porque cada vida que se realiza es una conquista que le arrebatamos a la indignidad, porque si vemos que una sombra cruza fugaz por la cara de una compañera, conocemos de qué dolores están hechos sus recuerdos, que son los de todos. Porque cada nueva verdad histórica que alcanzamos es una bofetada al mitrismo en el que pretendieron hacernos vivir como esclavos complacientes, como abnegados repetidores de las mentiras de los “Bartolos” y sus escribas. Cómo no estar contentos si la Jefa conduce al Movimiento Nacional, y si este representa la síntesis de las aspiraciones populares y es el pilar de la Nación organizada. Nunca fui tan feliz porque política, social, cultural y humanamente nunca fuimos tan felices. Eso sí, que sea cierto aquello que decimos cuando cantamos en medio del agite, y que estemos dispuestos a dejarlo todo si a algún infeliz (descontento o “indichoso) se le ocurre tocarla a Cristina e intentar robarnos esta felicidad inmensa de saber que la Argentina es nuestra. Si no aflojamos, será también una tierra feliz para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. 
Por Carlos Semorile.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Ser contemporáneos de la historia


En estos días de operetas mediáticas y “periodismos sin fronteras”, he recordado -quizás como nunca antes- las palabras que solía repetir uno de mis tíos: “Hay que esforzarse por llegar a ser contemporáneos de la historia que nos toca vivir”. Con toda una deriva de lucha a cuestas, seguía pensando que era crucial estar a la altura de las circunstancias históricas que moldean las vidas de los hombres. Sabía que las distracciones y las medianías terminan colaborando con el lado sombrío de la existencia, y que del cielo de los poderosos diluvian argumentos para darle la espalda al presente y al porvenir. Así narrado, pudiera pensarse que fue un hombre áspero, cuando en verdad fue un jodón y casi un sibarita, sólo que pretendía que la mesa de los placeres estuviese servida para todos.
 
Esta evocación suya, me trajo otra, la de un escrito de Albert Camus sobre el compromiso: “Para corregir una indiferencia natural, me encontré situado a media distancia entre la miseria y el sol. La miseria me impidió cree que todo está bien bajo el sol y en la historia. El sol me enseñó que la historia no lo es todo”. Así las cosas, en lugar de la consabida “indiferencia” hay una tensión y, a la vez, la promesa de un mundo donde todo pueda ser usufructuado sin herejías. Porque, para Camus, tener presente la historia no debería ahogar la sensualidad; y el sol, ese caldero irreflexivo de placer, no debería omitir la comunión entre los hombres justos.

No es el caso de los dizque jóvenes de Harvard (gauchos grandes, en realidad), un puñado de egoístas irredentos a los que ni se les pasa por la cabeza que allá afuera exista un otro, un distinto. Un matancero, por ejemplo. Entre nosotros, el problema es de larga data, tanta que José Hernández puso en boca de su famoso Moreno la siguiente advertencia: “Bajo la frente más negra, hay pensamientos y hay vida”. Nunca lo creyeron así las clases acomodadas que, bajo el falso dilema entre la civilización y la barbarie, prohijaron, promovieron y aplaudieron todas las masacres en las que pueblo puso su carne y su sangre. Porque cada vez que el civilizado se adentra en “el corazón de las tinieblas” populares, termina pidiendo que “exterminen a todos los salvajes”. Lo cual demuestra que el verdadero dilema es entre la barbarie de los civilizados y la sabiduría de la cultura popular, esa que hoy está siendo paciente y reflexiva frente a las provocaciones de los grupos de sacados.

Ante esta escalada, que busca reinstalar el miedo en una sociedad que en su momento fue inmovilizada mediante el terror, debemos lograr, junto a la mayoría de nuestros compatriotas, ser contemporáneos de esta historia. Para terminar de salir de la miseria de los años miserables, y para seguir disfrutando de estos años luminosos como un sol.
Por Carlos Semorile.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Supresión de honores hasta nuevo aviso



La historia es harto conocida: cuando en el Regimiento de Patricios brindaron por Cornelio Saavedra y pusieron sobre su testa una improvisada corona, Mariano Moreno contestó con el Decreto de Supresión de Honores: “Se prohíbe todo brindis, viva, o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. Si éstos son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos: ellos no aprecian bocas que han sido profanadas con elogios de los tiranos. No se podrá brindar sino por la patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por objetos generales concernientes a la pública felicidad”. En aquella hora decisiva se dirimían, como hoy, dos proyectos de nación, y quienes simbólicamente buscaban entronizar a Saavedra terminarían por desplazar al Secretario de la Junta, para envenenarlo luego y tirarlo al mar junto a su Plan de Operaciones, y también junto a la Supresión de Honores. Tiempo después vendría Rivadavia a no dejar en pie ni una sola piedra que fuese morenista en el edificio económico de la patria, y décadas más tarde don Bartolomé Mitre se encargaría de edificar el andamiaje iconográfico de las figuras del país liberal. Para los del panteón oficial, gloria y honor; para los réprobos, la nada misma. Las distintas vertientes del revisionismo y del pensamiento nacional se encargarían -y se encargan todavía- de desmontar aquella “superestructura cultural” que maniata toda reflexión, y pone a los cautivos a adorar a sus señores. Vivimos una época donde vuelven a discutirse todos los hechos que “La Historia” petrifica en un quietismo de mármoles y mausoleos, y en la que los olvidados y malditos, viejos o recientes, se desentumecen cada vez que sus nombres flamean en las banderas de las multitudes. De tal suerte, los patriotas desplazan a los infames y los honorables a los vendepatria, restituyendo sentido al devenir histórico argentino. Sin embargo, persiste un problema en torno a los nombres del presente y a la pertinencia o no de rendirle honores a los distintos actores políticos que participan de este proyecto de recuperación nacional. Es entendible que todos creamos que quienes nos conducen son leales y genuinos intérpretes de la causa porque, en última instancia, todo colectivo humano necesita de un panteón de aguerridos notables. Pero pienso que habría que reactualizar en un sentido más amplio, más cultural que político, el Decreto de Supresión de Honores de Mariano Moreno. ¿Para qué? Para no generar ídolos de barro, para no seguir a salames que después aflojan o pasan a ser conversos, para no tener la mochila llena de Lanatas, Sarlos, De Genaros, Felipes Solás, Michelis, Solanas, Moyanos, etc. Se me dirá, con razón y justicia, que algunos de los nombrados nunca fueron compañeros-compañeros y que el sistema liberal de cucardas eleva figurones que nada tienen que ver con una mirada nacional y popular. Siendo esto cierto, ahí no termina la cuestión porque la profundización del modelo inevitablemente va afectando intereses, y en cada vuelta de tuerca habrá quien diga en forma estentórea “hasta aquí he llegado” ó, más bizarramente, “ésto no lo puedo tolerar”. Como me viene diciendo desde hace rato un sabio que conozco, y que tiene encima unos cuantos blasones: “Esta batalla es hasta el último día, porque hasta ese instante cualquiera -literalmente cualquiera- puede darse vuelta". Creo, pues, que tenemos que revisar a fondo el sistema de encumbramiento de prestigios y la formación de nombres intocables. Y como no podemos saber de antemano quién se la jugará hasta el final y quién no, deberíamos evitar ensalzar a nadie. Guardemos los fastos, pues, y que no se brinde “sino por la patria y por la pública felicidad”. Porque, además, cuando los compañeros son grandes de verdad no andan a la pesca de laureles, y el reconocimiento de sus cumpas es aliciente suficiente. Mejor aún que la canonización en vida es saber que, si son justos, vivirán en el corazón de sus conciudadanos”. Supresión de honores, entonces, hasta nuevo aviso. Porque la pelea es larga, y porque necesitamos luchadores que “ni ebrios ni dormidos” defeccionen del proyecto colectivo que nos necesita a todos unidos, organizados y solidarios.
Por Carlos Semorile.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Deben ser los gorilas, Juliette!



Querida Juliette Binoche, no deseo importunarte pero ayer fuiste mencionada por un grupo de gorilas (“gorilles”) en una situación por lo menos impropia, y me pareció que tenías que saberlo. Te cuento cómo se dieron las cosas. Primero fui al kiosco de diarios y revistas (el “kiosque”, viste?), y con la canillita comentamos el cacerolazo de la otra noche. En nuestro barrio, el “concert de casseroles” se hizo sentir con fuerza, y eso hizo que mi amiga evocara algunos episodios penosos de su infancia. Me contó que creció en la casona de una gente muy rica donde las pasó “muy duras”. La Señora de la casa era muy estricta, y un día armó un escándalo porque en la fuente de la sala faltó una banana. Todas las miradas confluyeron sobre su inocencia y la decretaron culpable (el Señor no fue de la partida: después de todo, él se había comido la famosa “banane”). Sin embargo, la piba no guardaba rencor y un día corrió por la vereda para abrazar a la Señora que regresaba de un viaje. Pero nuevamente fue reprendida: ella no podía permitirse esos “arranques”, por algo usaba el uniforme de las criadas. Estas cosas le hicieron comprender, por ejemplo, que cuando las hijas de la Señora, sin mala intención, le afanaron de un cofrecito de cartón las dos guitas con cincuenta que eran todos sus ahorros, era mejor que se quedara en el molde. Pero eso fue hace muchos años, y ahora está cansada de bancarse “dans le moule” y ella, que nunca fue peronista, espera que Cristina apechugue y peche como viene haciendo hasta ahora. La conversa se cortó porque llegaron otros clientes, lectores de Clarín y La Nación, los diarios “de la droite”, me entendés? Nos despedimos “en clave”, y me fui a leer el periódico a un barcito tranquilo que está en el predio de unas canchas de tenis. Primero reinó el silencio, pero luego aparecieron cuatro señores que venían de jugar un partido de dobles. Enseguida se sumó la mujer de uno de ellos, y entre los cinco mantuvieron una muy animada charla en torno a la figura y las políticas de la Presidenta. Te juro por mi vieja, Juliette, que cada dos o tres temas tocados de oído, volvían al asunto del dólar y ahí se regodeaban con cotizaciones, cuevas, declaraciones juradas, etc. Había uno medio líder que los traccionaba hacia las otras maldades del gobierno, pero no había caso porque el fantasma del dólar volvía a pasearse por Elsinor y parecía exigirles la consumación de un crimen político. Estaban tan embalados que pensé que iban a organizarse para la próxima protesta, pero a los 15 minutos se cansaron de no escucharse y de putear todos al unísono. Fue entonces cuando la mujer tomó la batuta y se puso a comentar los estrenos cinematográficos y, a cuenta de tu última peli, empezó a mencionarte como si te conociera de toda la vida. Cuando dijo “la Binoche” cual si fueses una de ellos, tuve ganas de acercarme y decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba. Que no sos egoísta ni insolidaria, y que por eso alguna vez dijiste: “Yo nunca trato de salvarme: yo me expongo”. Que serás muy francesa, pero no afrancesada (“francisée”), que tu trayectoria transita la sensibilidad y la inteligencia, y que a Sarkozy (al que ellos aman) lo has defenestrado como “nuestro pequeño emperador disfrazado -y muy bien- de demócrata”. Pero, creeme, esta gente no entiende razones. Porque en el fondo, como dice mi amiga la canillita, ellos no pueden ver que los negros tengan las mismas posibilidades y las mismas aspiraciones que todos. Son gorilas, sabés? Y puede que vean mucho cine europeo, pero los pelos no les dejan ver al semejante.
Por Carlos Semorile.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Despertares


Oliver Sacks (el neurólogo sobre cuya experiencia se hizo la película “Despertares”) escribió que “el lenguaje no es sólo un instrumento formal, sino la expresión más exacta de nuestros pensamientos, nuestras aspiraciones, nuestra visión del mundo”. Ayer, mientras Cristina argumentaba y explicaba las razones de un acto de gobierno que beneficia a cientos de miles de compatriotas, algunos caceroleaban. Y me pregunto, ¿cuáles serán las aspiraciones, y qué visión del mundo tendrán aquellos que tocaron la bocina mientras duró la cadena nacional (que no escucharon)? ¿Las cacerolas -las de anoche y  las que con espontánea furia se disponen para hoy-, son realmente la expresión más exacta de algún pensamiento? Porque si tal cosa existe -como creo que existe-, el gran logro de todos estos años de formidables conquistas materiales y espirituales, es que ese “pensamiento cacerolo” se haya vuelto inconfensable. Los mismos que degradan la política y continuamente machacan con un republicanismo careta, no están en condiciones de revelar sus verdaderas aspiraciones. Ni mucho menos su visión del mundo, que sólo comparte el núcleo duro de quienes convocan a golpeteo. Al resto (a los que circunstancial y erradamente acompañan), como en la peli de Robin Williams, hay que ayudarlos a despertar.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Panorama desde el puente


En el festejo del Día de la Industria, volvió a quedar en claro la capacidad discursiva de Cristina, dicho esto en varios sentidos no sólo importantes sino inclusive cruciales. Como tantas otras veces, se destaca su capacidad de llevar la palabra hasta el hueso de los conceptos y las complejas formulaciones que debe abordar, haciéndonos partícipes a nosotros -sus oyentes- de un pensamiento nacional sobre los problemas nacionales. Puede pensarse lo que se desee pensar acerca del enfoque que la Presidenta hace de las diversas cuestiones que están en juego (y ella es la primera en admitir el posible disenso), pero lo que no se puede decir es que proceda desde una mirada descentrada respecto del interés argentino. Por el contrario, la orfandad del desorbitado discurso opositor desnuda un pensar subsidiario de intereses que, o bien no son nacionales (como en el caso de quienes hicieron las veces de voceros de Repsol), o bien no son populares (como en la gran mayoría de los casos). O ambas cosas, claro. Pero además, la palabra de la Presidenta viene estableciendo, con una precisión y una contundencia que despierta la admiración de muchos y el pánico de unos pocos, un pensamiento estratégico para el desarrollo de las potencialidades de la Nación. A esta visión de estadista, la oposición le sale al cruce con un recuento de chiquitajes y menudencias que haría avergonzar a un almacenero de barrio. Y es al ñudo que se llenen la boca con los nombres de las grandes figuras republicanas de la historia, porque esos personajes -muchos de ellos controvertidos- al menos tuvieron un proyecto de país desde el cual supieron convocar a sus contemporáneos. Pero detenernos en la falta de proyecto de la opo, es empantanarnos y, en cambio, la Presidenta convocó a pensar desde el puente sobre las aguas turbulentas. Recordó que hace 425 años partió una embarcación con hambre de futuro, y asimismo rememoró el modo en que ese horizonte se torció hasta generar una Argentina contrahecha y maldita para con la mayoría de sus hijos. Llegados a este punto, podríamos hablar, sin temor a equivocarnos, del modelo productivo con inclusión social, de la sustitución de importaciones y de la necesidad de producir mercancías con valor agregado. O de aquella industrialización alguna vez alcanzada que hacía que Scalabrini dijera: “Tenemos una industria propia, luego nuestra Nación existe”. Pero prefiero creer que en el corazón de la palabra presidencial, por sobre todas las otras cosas, late una profunda reflexión sobre nuestro destino colectivo. Esa reflexión -siquiera la posibilidad de que se produjese- estuvo obturada durante la noche neoliberal, y habría que pensar si, en lo profundo, no es esto lo que no les perdonan a Néstor y Cristina: que seamos capaces de pensar juntos los problemas nacionales desde una perspectiva nacional. Porque todo lo demás está permitido y hasta se celebra: ser de derecha, de izquierda, de centro, ser onegeísta, universalista, cosmologista, o barrialista. Lo único que el establishment no tolera es que haya un pensamiento para las mayorías, un pensar que ponga al pueblo en el centro de la reflexión sobre el destino de la Patria. De ahí el pataleo de la derecha por el uso la cadena nacional: porque la oratoria extensamente reflexiva de la Presidenta alcanza a nuevos argentinos y argentinas que comienzan a recapacitar que acaso ellos no sean -como los retrata el Monopolio- islas en un mar de infortunios. Compatriotas que empiezan a sentirse parte de una misma deriva: la de aquel buque que zarpó hace ya tantos años y que hoy la tiene a Cristina en el puente de mando. 
Por Carlos Semorile.

martes, 26 de junio de 2012

Gran loteo gran en el cementerio de la Historia


Cuando mañana avancen las columnas sobre la Plaza de Mayo, muchos creerán estar marchando “a paso de vencedores” cuando en realidad, como si tratase de un cortejo fúnebre, irán acompañando al compañero Hugo Moyano al cementerio de la Historia. La posible masividad de la concurrencia, su heterogénea composición -de confirmarse el anunciado cambalache-, y la casi segura virulencia del discurso, no cambiarán en nada lo esencial: al final de la jornada, el cambio de época se habrá cobrado una nueva víctima. O varias, dependiendo de la astucia o la torpeza con la que los “dirigentes” muestren o escamoteen sus ambiciosas cabezas.
Del desarticulado arco opositor es poco lo que se puede agregar, salvo que tienen una facilidad casi guaranga para el desbarranque. En cambio, la cosa no suele ser tan simple entre los compañeros del Movimiento Nacional, entre otras cosas porque hasta hoy -sí, hasta hoy- algunos de ellos contaban con apelar al inefable “peronómetro” cada vez que, cual inquisidores, veían torcido el recto rumbo de la Doctrina. Pero eso se acabó. Porque con el sentido común en la mano, la Presidenta los puso en su lugar: aunque deba discutirse la suba del mínimo no imponible -o, mejor aún, una completa reforma tributaria- nadie puede pretenderse peronista si hace caso omiso de la cristiana solidaridad que está en la base de esa misma Doctrina.
Ya se dijo muchas veces: en la Argentina se desarrolla una intensa batalla cultural que supone la disputa por el sentido último de las palabras y los hechos. Cristina es, probablemente, quien mejor entiende la dinámica de este debate, y por eso mismo es quien lo afronta, lo profundiza y, al hacerlo, lo enraiza en millones de compatriotas. Ella es quien ha llamado “cambio de época” a la formidable y necesaria confrontación con las corporaciones y demás representantes de la oligarquía. La lucha no es tan sólo entre dos modelos, si no entre dos ciclos históricos: un modelo construye y apuntala el futuro; el otro viene desde el pasado y pretende devolvernos a lo pretérito. Ante semejante encrucijada, las conciencias se abisman y deciden, a veces con sospechoso apuro. No es grato ver que se compran mausoleos antes de tiempo. Unos lo hacen inmolándose en la Plaza, otros se solapan vestidos de naranja. Poco importa: la Historia, esa gran enterradora, no hace distingos.
Por Carlos Semorile.

martes, 12 de junio de 2012

Cacerolas y candor

Sin subestimarlos -la derecha es muy diestra-, debo decir que el cenáculo de las cacerolas pudientes me provocó algo de pena. Me digo que no es aconsejable, que estos tipos me partirían la jeta si conocieran mis inclinaciones populistas. Pero me mata el candor de aquellos que, sospecho, deben haber creído que cada ollita era una nueva trompeta de Jericó. Señoras agriadas, maridos procesistas, isidoritos y cachorras cardón, más un grupete de filo fachos (¡gente endogámica si las hay!), todos unidos por la  candorosa idea de que su excursión fashion a la Plaza significaba el fin de la democracia. Mientras estos crédulos se dejaron llevar de las narices por los medios del  establishment, mientras un excitado cagatinta del Monopolio suponía nerviosos movimientos tras los densos cortinados de Elsinor (perdón, de la Rosada), Cristina no estaba haciendo las valijas. Menos de una semana después de su cándida visita guiada a la Pirámide, esta gente se encuentra nuevamente desnorteada pues la Presidenta, lejos de estar trepando al helicóptero, estaba -según lo que lo que podemos colegir ahora- ultimando los detalles del plan Procrear. ¿Es a propósito? ¿Es una provocación? ¿Quiere hacer “caja”? ¿Quiere deshacerla? ¿De verdad los negros van a tener casa? Lo peor, aunque cueste creerlo, es que van a ir a buscar las respuestas a la misma usina de mentiras que los puso en ridículo para que le defiendan sus privilegios. Y así, con esa ingenuidad de caídos del catre, van a seguir desconociendo el país en el que viven, al pueblo que lo habita, y el proceso histórico que también a ellos los atraviesa. Parece mentira, pero en pleno Bicentenario, aquellos que vienen del linaje de Mitre no pueden entender de lo que somos capaces los hijos de Fierro. 
Por Carlos Semorile.

sábado, 9 de junio de 2012

El pasado nos odia

Las palizas a periodistas de estos días no hacen más que poner de relieve el que acaso sea el problema más agudo de este “cambio de época”: la disputa entre el porvenir y los restos atomizados del pasado. No es mi intención postular que los dueños de la torta y las masitas están en la lona, ni que carecen de poder de fuego. Pero también sería necio negarnos a las evidencias de lo que nos dejó la tertulia de los caceroleros. Una de ellas es que desnudó el verdadero reclamo de estos ricos de solemnidad y los retrató ante el país entero pertrechados en su insolidaridad. Es más: la definición literal de la palabra "idiota" dice que se trata de "un ser irremediablemente individual", y a eso se redujo la “convocatoria”, a una juntada de idiotas, pero no en el sentido habitual que le damos a ese insulto, sino en el sentido específico del término: un manojo de seres irremediablemente individuales condenados a mil años de pavura y angustia. Tampoco aquí se trata de negar que, por debajo de sus reclamos variopintos -e incluso extravagantes-, estas “islas” están unidas por intereses de clase, y como tales clases operan y conspiran. Pero sí parece importante apuntar que, en una Argentina que trabajosamente reconstruye su tejido social, el impudor de este individualismo exacerbado es como una hacer una “vernissage” en un comedor comunitario. Raro que en Corpus Christi los obispos no señalen tamaña gula. Asimismo resulta asombrosa la facilidad con la que estos santos varones del conservadurismo vernáculo pasan de la palabra al acto, de lo atildado a lo patotero, haciendo trizas aquella tajante frontera entre bárbaros y civilizados. En comparación, las “hordas” que llenamos varias veces “la Plaza de nuestras libertades” -como la llamaba Scalabrini- defendiendo el Proyecto en 2008, nos limitamos a un reiterado pedido a los noteros de los canales canallas: “digan la verdad”. Éstos no: atávicamente convencidos de su impunidad, repartieron de lo lindo y, al mismo tiempo que se dedicaban a fajar en montonera (¡perdón!), se manifestaban agredidos. ¿Es posible que esto no sea simple cinismo, que realmente lo vivan de ese modo? Una canción de Silvio Rodríguez (“Nunca he creído que alguien me odia”) viene en nuestra ayuda cuando dice: “Siempre que un hombre la pega a otro hombre no es al cuerpo al que le quiere dar. Dentro del puño va el odio a una idea que lo agrede, que lo hace cambiar. Cuando lo quieto se siente movido, todo cambia de sentido”. Efectivamente, la idea de una Argentina inclusiva, justa, integrada y unida, los agrede, les cae como una patada al hígado y, por eso, esos gestos desencajados, esos bramidos destemplados, esas postales de la podredumbre. Y es que al quebrar el molde neoliberal asistimos a la descomposición de un mundo privilegiado que a los alaridos pide que regrese el “ante bellum statu quo”, o sea, que las cosas vuelvan a ser como eran antes de la guerra. Lo que llamamos “batalla cultural” se dirime entre ese retorno al pasado y la posibilidad de construir un futuro para todos. Silvio lo dice mejor que nadie: “Sé que todas las palabras con que le canto a la vida vienen con muerte también. Sé que el pasado me odia, y que no va a perdonarme mi amor con el porvenir. Por eso manda verdugos, con todos sus uniformes. Mi asesino es el pasado, aunque con mano de hombre”. En ésas andamos, pues, desarticulando la oscura trama de un pasado que le impidió a la Patria su despliegue y al pueblo su felicidad. La situación es paradójica porque somos gobierno pero, a la vez y acaso con un empeño más grande todavía, somos la resistencia que lo sostiene frente a todos los embates destituyentes. El pasado nos odia por haber movido lo quieto, por trastocar el sentido unívoco de las palabras y las cosas, por atrevernos a hacer algo más grande que nosotros mismos. Y porque tenemos, como Néstor y Cristina, un amor genuino por el porvenir. 
Por Carlos Semorile.

viernes, 1 de junio de 2012

Sarlo y Lanata versus “la astucia de la historia”



En las postrimerías del neoliberalismo, Jorge Lanata conversó largamente con Beatriz Sarlo en la tele. Fue en un programa tipo “periodismo serio”: una mesa, dos sillas y la iluminación apenas indispensable sobre un fondo negro. Me acuerdo poco del conjunto de la entrevista, acaso porque la época no daba más que para diagnósticos anodinos desligados de cualquier épica transformadora. Sin embargo, Sarlo produjo un momento disruptivo cuando postuló que tal vez podría llegar un cambio de la mano de alguna “astucia de la historia”. Con su habitual sarcasmo, Lanata se le rió en la cara y comenzó a chucearla: ¿qué cosa era exactamente una “astucia de la historia”?, ¿en qué sujeto histórico encarnaba semejante entelequia? Sarlo dijo entonces que mientras ellos charlaban, acaso en ese mismo instante, había alguien reflexionando y escribiendo las ideas que terminarían con un ciclo histórico y abrirían otro. Lanata porfió en su escepticismo, pero Sarlo mantuvo abierta la chance de que pudiese producirse un fenómeno como el que vaticinaba al aire. El resto es historia conocida. Tras el derrumbe del país virtual, surgió un hecho inesperado y el peronismo -como dijera Nicolás Casullo- volvió a funcionar como peronismo haciendo, por eso mismo, que se lo ataque tanto por derecha como por izquierda. Dentro de los realineamientos del cambio de época, Lanata pasó por el teatro de revistas y terminó entregando armas y bagajes en la puerta del Monopolio. Por otra parte, no fue Sarlo quien produjo los trabajos que mejor analizan la emergencia, o mejor dicho la irrupción del retorno de la política, sino que esos escritos se los debemos a Ricardo Forster. Ella, ofuscada, olvidó su propio pronóstico y determinó que ahora “la astucia” va de la mano del cálculo en la maquiavélica fábrica de imposturas kirchneristas. Así las cosas, Sarlo cierra aquella discrepancia que la distanciara brevemente de Lanata, y hoy ambos arremeten contra esta “astucia de la historia” que encarna en sujetos tan poco potables. Algo de razón tenía el “progre” Lanata de “años ha”: al vaticinio de Sarlo le andaba faltando carnadura histórica. Pero también voluntad política para aprovechar esas “vueltas que tienen la vida y la historia”. Al respecto, hace pocos días decía Cristina en Bariloche: "Y yo digo las vueltas de la vida y de la historia, pero ojo no son vueltas de la vida y de la historia que se den solas. Para que la historia y la vida den vueltas hay que empujar, y hay que saber empujar para qué lado: para el lado de las transformaciones, de las inclusiones, de las reparaciones". Pocas veces, con excepción de Juan Perón, un estadista fue tan claro al presentar públicamente los dilemas con los que se enfrenta el decisionismo estadual ante situaciones de extrema fragilidad. ¿Podrá comprender la Sarlo toda la dramática que se resume en las palabras de la Presidenta? ¿O habrá que encontrar aquel video en el que pedía por un giro de la política que llegase de la mano de alguna “astucia de la historia”? El futuro llegó, Beatriz. Hace rato.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 30 de mayo de 2012

“¡Irlandés!”


Durante la ceremonia por el microcrédito número 250 mil, la Presidenta dijo que el hombre que la acompañaba en el estrado, el único sobreviviente de la Masacre de San Patricio, era inglés. La réplica de Roberto Killmeate no se hizo esperar: “¡Irlandés!” Cristina pidió las disculpas del caso, y “Bob” pudo bajar la guardia. ¿A qué se debe la persistencia de la “cuestión irlandesa”? A principios del siglo XX, Leopoldo Lugones escribía que “la autonomía de Irlanda quedará aplazada una vez más, o nacerá herida de muerte” debido a que la Corona Británica prohijaba a la minoría protestante del Ulster para que se armase e impidiese la genuina independencia de la naciente República de Irlanda. Efectivamente, a los irlandeses se les arrebató una porción de su territorio, valiosa tanto por cuestiones de índole comercial -allí se asientan importantes puertos- como por su fuerte impronta cultural ligada a los orígenes gaélicos de la población nativa. Sesenta años más tarde, el Colorado Ramos decía que “el irredentismo irlandés permanece como una mancha sangrienta en la órbita declinante de Inglaterra”, y señalaba “la refinada perversidad inglesa en Irlanda”. También apuntaba un dato que, a esta altura, no debería resultar sorprendente para ningún nativo, sea éste irlandés o argentino: los archivos del Foreign Office se abren “medio siglo después de transcurridos los acontecimientos a que aluden los documentos respectivos”, salvo si se trata de documentos relacionados con Irlanda o… con las Islas Malvinas. Hay un hilo invisible, entonces, que nos conecta con el país irlandés, y ese vínculo salta a la vista cuando se analiza el papel cumplido por Gran Bretaña en ambas naciones. Scalabrini Ortiz explicaba que George Canning venció la resistencia de su Rey para que aceptase la independencia de nuestras repúblicas, siendo que el monarca consideraba que tal emancipación era un mal ejemplo para la situación irlandesa (el problema, para los británicos, se repetiría en aquella encrucijada que en 1914 Lugones anticipaba correctamente: si los ingleses aceptaban la independencia de Irlanda, debían aceptar también la de la India). Aún antes es posible encontrar puntos de contacto: en las fragatas que trajeron a los invasores de 1806, los ingleses trasladaban también familias de “colonos” a las que pensaban “plantar” en el Río de la Plata, repitiendo el esquema de “plantaciones” mediante el cual se apropiaron de las mejores y más ricas tierras del Ulster, condenando a los irlandeses a pucherearla, en su propio país, mediante una economía de subsistencia. Durante las invasiones, los soldados irlandeses desertaban de las tropas inglesas para no cumplir bajo otro cielo el triste papel que conocían de sobra por haberlo vivido en carne propia. Después de la Reconquista hubo prisioneros de esa nacionalidad que decidieron quedarse a vivir en el país invadido, el cual les garantizaba la libertad que difícilmente tendrían en Inglaterra, la no persecución religiosa y, acaso, la posibilidad de acceder a un pedazo de tierra propia (mientras tanto, los comandantes vencidos se dedicaban a lo que mejor sabían, negociando una rendición que, pese a todo el daño causado, les permitiese “colocar” los productos de toda índole que abarrotaban las bodegas de sus barcos.) Medio siglo más tarde, otra oleada de inmigrantes irlandeses llegaría a estas costas, esta vez empujada por la Gran Hambruna desatada como consecuencia de un hongo que afectó el monocultivo de la papa, base de toda la alimentación en la isla. Granja por granja, ésta les ofrecía más oportunidades a los sufridos irlandeses que, como nuestros paisanos, trabajaban en beneficio de la nación-taller. Cuando el renacimiento cultural gaélico fue preparando las condiciones para la independencia, un ofuscado periodista inglés escribió que Irlanda debía aceptar “el hecho innegable” de ser inglesa, el mismo proto-argumento que usan para las Malvinas. Pero lo único innegable siguió siendo la determinación del pueblo irlandés a luchar por sus derechos. Un historiador conservador escribió que “en 1982 no había hombre mayor de treinta años en los distritos republicanos que no hubiese sido humillado por los soldados británicos frente a su esposa, sus hijos o sus vecinos” (en ambas islas, Irlanda y las Malvinas, los ingleses se sostienen por el uso de la fuerza). Todo ello, y muchos siglos más de colonialismo económico y cultural, explican la réplica de Bob Killmeate (“¡Irlandés!”), que hacemos nuestra en el deseo de que Irlanda pueda salir de la condena de la encrucijada neoliberal transitando la “vía Argentina”.
Por Carlos Semorile.

viernes, 18 de mayo de 2012

Los mapas y el territorio


En la lucha política de estas últimas semanas se percibe claramente que hay quienes confunden el mapa con el territorio. No importa que se trate del debate político, periodístico, sindical, parlamentario o comunal porque, cualquiera sea el ámbito de la disputa, ya no alcanza con dibujar planos arbitrarios, tan antojadizos como los deseos de quienes los pretenden instalar -las más de las veces mediáticamente- en la mente de los compatriotas. Se podría pensar que la desorientación de los opositores -tanto de los frontales como de los solapados- se debe a que les falla la brújula y por eso sus cartas de navegación ya no coinciden con la realidad del país. Pero su problema es todavía más grave. Sucede que el kirchnerismo ha cartografiado una nueva argentina, relevando -por primera vez en décadas- la topografía de las necesidades, anhelos y esperanzas de nuestro pueblo. No sólo eso. Viene cimentando las condiciones para que, bajo este cielo, alguna vez sea posible el desarrollo material y espiritual de todos y cada uno, aprovechando -sin distinción de ninguna índole- el potencial latente o artificial y maliciosamente aletargado de las hijas e hijos de este suelo. Semejante recreación de coordenadas no ha sido la obra de un día, ni la de una sola voluntad, y por ello mismo, por la suma de las voluntades, los trabajos y los días, ha llegado para quedarse. Y este es el punto insoslayable: toda nuestra vida social, todos nuestros vínculos comunitarios, se desenvuelven en un territorio donde se entrecruzan, dinamizan y potencian los datos de la realidad concreta con los de un renacido fervor nacional. Que esto desemboque en un nuevo atlas no debería extrañar a nadie, y quienes tengan aspiraciones políticas -sean del palo que sean- harán muy mal si continúan delineando falsas fronteras, sea que se llamen “La Juan Domingo”, “La queremos preguntar”, ó “Yo no pedí los subtes”. De un modo ingenuo, tales demarcaciones pretenden agrupamientos entre un “aquí” y un “allí” que no existen más que en la calenturienta fantasía de quienes las formulan. La inmensa mayoría del pueblo argentino sólo reconoce el liderazgo de la jefa cartógrafa, la que viene diseñando una patria lo más inclusiva y abarcadora posible. ¿Esto significa que Cristina es infalible? No: sólo quiere decir que bajo su lectura, con o sin sextante, habitamos un país sensiblemente mejor. Y que las derivas truchas de los mapeadores inciertos terminan todas en islas desiertas.
Por Carlos Semorile. 

sábado, 28 de abril de 2012

"Nosotros mismos", los que escribimos torcido


Ayer la Presidenta dio otro paso significativo para que “la tradición de todas las generaciones muertas” deje de oprimir “como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Sin necesidad de mencionar al 18 Brumario, Cristina propuso cambiar la fecha original del acto: “Por qué no hacerlo el 27 de abril cuando comenzamos nosotros mismos a construir a partir de nuestras convicciones históricas, de nuestros principios políticos, una historia que estamos escribiendo nosotros mismos”. Este “nosotros mismos”, tanto el de la construcción política como el de la escritura histórica, es tan revolucionario en términos culturales como algunas de las medidas más audaces de los gobiernos kirchneristas. El dominio de los muertos sobre los vivos, además de ser una cuestión propia de confesionarios, divanes y conciencias contritas, es un problema político que reclama una respuesta política. Claro que no cualquier respuesta, dado que no se trata de cualquier problema sino de uno de los más canijos de encontrarle la vuelta. Las tradiciones, cuando son genuinas, no son amuchamientos arbitrarios de historias, ni azarosos relatos sin sustancia. Sin embargo, también es cierto que los rituales que mantienen activos los componentes míticos de una comunidad, pueden derivar en mecanismos sin alma que terminan exigiendo la fosilización de la dinámica social. Y esto, lejos de ser un asunto teórico, resulta un tema vital para que toda la formidable energía liberada desde el 2003 a la fecha sepa eludir, por decirlo de alguna manera, “las tumbas de la gloria”. ¿Se trata de renegar del pasado? Nada de eso: la Presidenta es la primera en hacer que estén disponibles las imágenes de la historia, a condición de revisarlas para que, justamente, no nos persigan como solemnes estampas de una identidad congelada y mustia. Las nuevas generaciones están en mejores condiciones para evitar el mal del auto-desconocimiento, y hoy más que nunca -Cristina mediante- los legados están ahí. Esperándonos, para que los aprehendamos en su complejidad y, sobre todo, con sus enseñanzas (el estadio completo la escuchó referirse a “los acontecimientos vertiginosos y terribles” de los ´70). Desde que este revisionismo popular está en marcha, permanentemente se rescatan figuras -nacionales, provinciales, comunales y hasta barriales- que el liberalismo asesinó dos veces: cuando la muerte, y cuando el olvido, porque, mientras imperó la derecha, ni los muertos estuvieron a salvo. Hoy, en cambio, se los recuerda con amor y lucidez desde que ya no son aquellos fantasmas pesarosos en la mente de sobrevivientes, herederos y sucesores. Se sabe (también porque la Presidenta hace todo lo posible para que se sepa) que ellos no escribieron la historia con trazo recto y letra de molde. En todo caso, a las fuerzas del statuo quo y de aquello inescrutable que a falta de un nombre mejor llamamos azar, las enfrentaron con la inestimable potencia de la voluntad. Pero Cristina no quiere que las herencias se resuelvan tan sólo en términos de deudas. Ella pretende, para decirlo con las palabras de Eduardo Rinesi, que dejen de pesar como lápidas y sean “una inspiración renovadora y crítica”. Sólo así será posible que seamos “nosotros mismos”. Y no importa nada que cronológicamente seamos jóvenes, adultos o viejos. Este presente nuestro (de nuevo Rinesi) “está abierto tanto hacia atrás como hacia adelante, inundado de pasado y preñado de futuro”. Es por ello que ayer en Liniers estuvieron los compañeros muertos, el Néstor, y hasta don Carlos Marx y su brumario del Napoleón trucho. Y en tardes alegres y esperanzadas como las de Vélez, los pibes y los jovatos celebramos que queremos ser Nosotros Mismos, y escribir torcido para seguir enderezando la Patria.
Por Carlos Semorile.

lunes, 23 de abril de 2012

Constance Markiewicz, “esa mujer”

Mañana 24 de abril se cumple un nuevo aniversario del Alzamiento Irlandés de Pascua, ocurrido en 1916. Como un homenaje a ese pueblo al que nos une un enemigo en común -que también ocupa parte de su territorio-, vaya esta semblanza de una de sus luchadoras, La Condesa Roja. Hablamos de Constance Markiewicz, la que siendo joven deslumbró con su belleza a la Corte Británica y la mismísima reina Victoria, y la que luego insultará y maldecirá sin descanso a Inglaterra, “la bestia negra, el país de sus ancestros, del que hay que desconfiar, asegura a ciencia cierta, porque ella proviene de él y lo conoce bien”.

En la Pascua de 1916, Constance Markiewicz estuvo entre quienes ocuparon los principales edificios de la vieja Dublín para terminar con siete siglos de desembozado colonialismo. Frente a la efigie del almirante Nelson, los rebeldes leyeron la Proclama del Gobierno Provisional: “En el nombre de Dios y de las generaciones difuntas, cuyas tradiciones antiguas ha heredado como nación, Irlanda, por medio de nosotros, congrega a sus hijos bajo su bandera y combate por su libertad”. El poeta W. B. Yeats escribiría luego: “Una terrible belleza ha nacido”.

Constance Gore-Booth (tal su apellido de soltera) pertenecía a una de esas familias anglo-irlandesas que nacieron como consecuencia de la política inglesa de ocupación de Irlanda mediante la “plantación” de súbditos británicos. De tal suerte, los “anglos” progresivamente desplazaban a los nativos de las tierras más fértiles de la isla, condenándolos a la mera subsistencia en base al monocultivo de la papa. Desde el siglo XII, la Corona Británica se ocupó de procurarles todo tipo de padecimientos a los hijos de Erin: hambrunas, exilios, prohibiciones políticas y persecución religiosa. El plan de los ocupantes era de vastos alcances: “Debemos cambiar su forma de gobierno, su ropa, sus costumbres, su régimen de posesión de tierras y sus hábitos de vida; de lo contrario, será imposible inculcarles la obediencia”. Como explicaría Jorge Enea Spilimbergo, Irlanda se convirtió en el laboratorio del imperialismo británico: lo que allí funcionaba, los ingleses lo exportaban luego “irlandizando” el resto de sus colonias (plantaciones, matanzas, suplantación cultural).

Pero como al correr de las épocas se sucedían las sublevaciones de un pueblo indócil, los estrategas del imperio pensaron que había que ir todavía más allá: “Si el habla es irlandesa, el corazón debe por fuerza ser irlandés”. Lo más pernicioso de la sustitución del gaélico por el idioma inglés era el modo con que el invasor definía al invadido como el negativo de sí mismo. Según el ensayista Declan Kiberd: “Si los ingleses se han presentado al mundo como controlados, refinados y arraigados, les convenía que los irlandeses fueran exaltados, toscos y nómades”. Sin embargo, una muy joven Constance refutaría este relato: “Cuánto odio la lengua inglesa cuando tengo que expresar un razonamiento: su pobreza me vuelve estúpida”. A ideas como ésta, el grupo “Mujeres de Irlanda” le daría una formulación programática: “Desacreditar la lectura de obras literarias inglesas, los cantos ingleses; disuadir a cualquiera de asistir a las vulgares representaciones inglesas de teatro o de music-hall; combatir por todos los medios la influencia inglesa, que es una injuria al gusto artístico y al refinamiento del pueblo irlandés”.

Casada tardíamente con un falso conde polaco, Constance se acerca fervorosamente al movimiento cultural que encabezan los poetas, dramaturgos y escritores nacionales: Geogre Bernard Shaw, James Joyce, Douglas Hyde, John Singe, Oscar Wilde, W. B. Yeats. El renacimiento gaélico, que buscaba reafirmar la identidad irlandesa, anticipará la revolución política que pronto sacudirá la isla. Activa participante de esta movida cultural, Contance explicaría su propio alumbramiento político: “Desperté a la idea de que Irlanda no se había rendido, y de que existían hombres y mujeres que no habían aceptado la conquista”.

Cerrados todos los caminos de participación, los irlandeses se inclinaron por la opción armada. Así, con los conocimientos adquiridos por su aristocrático origen, la amazona Markiewicz se dedicará a entrenar scouts en tácticas de guerrilla urbana: “Dentro de diez años esos muchachos serían hombres. Me los imaginaba alcanzando la mayoría de edad y alistándose, como si tal cosa, en el Ejército o en la policía británicos y, en consecuencia, sometiendo a los de su propia clase a la autoridad inglesa”. Feminista a ultranza, también integrará la Unión de Mujeres y, ya convertida en la “Condesa Roja”, tendrá una destacada actuación en la huelga de 1913 acompañando al socialista Jim Larkin (el dirigente que había impresionado nada menos que a Lenin).

Fracasado el Levantamiento de 1916, “Madame” Markiewicz escuchará desde su celda las detonaciones con las que los ingleses fusilan prolijamente a los líderes de la insurrección. Sus compañeros caen para escarmiento de sus seguidores. Se salvan unos pocos: Eamon de Valera, por haber nacido en U.S. A., y el hiberno-argentino Eamon Bulfin, el joven que izó la tricolor en el edificio de correos de Dublín. Ella, que no es pasada por las armas “única y exclusivamente en razón de su sexo”, le escribe al tribunal que “habría preferido que ustedes hubiesen tenido la decencia de fusilarme”. Y como para que no queden dudas, dirá años más tarde: “Nosotros hemos conocido la dicha de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”. La prensa la perseguirá hasta después de muerta, presentándola como una “mujer sedienta de sangre”. Pero cuando Yeats escriba la elegía a esa semana crucial, nombrará a la Markiewicz como “esa mujer”.

Beneficiada por la amnistía de 1918, Markiewicz llegará al parlamento de la mano del Sinn Féin (Nosotros Mismos), “la nación organizada” según de Valera, el primer presidente de la República de Irlanda. Y cuando se discuta la partición de la isla (jugada de la diplomacia inglesa para debilitar el nacionalismo y la emancipación de los irlandeses), ella se opondrá: “Yo he visto las estrellas, y no pienso seguir la luz vacilante de un fuego fatuo”.

Por Carlos Semorile.

martes, 17 de abril de 2012

"Puro ripio"

El plenario de comisiones por el tema de YPF fue, para quienes lo vimos televisado, un episodio premeditado de estoicismo. ¿Qué curiosidad morbosa puede llevarlo a uno a escuchar los agravios hacia el gobierno? Sin percatarse, creo, del daño que se hacen a sí mismos, senadoras y senadores del arco opositor volvieron a perpetrar un acto de lesa homogeneidad: todo parejito y achatado, la medianía misma aún cuando en algún momento hayan ensayado el elogio de la vehemencia del viceministro Kicillof. Para decirlo todo de una vez: las palabras de la opo son “puro ripio”. Puro ripio, es decir: un discurso insalvablemente pobre, materia en bruto sobre la que no parece haberse producido ninguna intervención de la inventiva o del trabajo humano. Así las cosas, no es de extrañar que el kirchnerismo ocupe largamente el centro de la escena política. Lo hace con hechos, con liderazgo y, especialmente, con palabras. Hay un abismo entre el discurso de Cristina y el balbuceo inconexo y vacilante de quienes sólo buscan esmerilarla. La oratoria de sus oponentes, por necesidad de mantener un espacio que está real o imaginariamente amenazado, termina entonces contestando desde lugares que el paso de los años –y sobre todo de estos últimos años- han dejado deslegitimados, y sin chances de hacer anclaje en sectores importantes de la sociedad. Son como antiguos amantes a los que el trancurso del tiempo, brutal e impiadoso, los ha privado del arte de la persuasión. Y es que en la nueva Argentina de la palabra emancipada, el ripio hablado ya no seduce a nadie.

Por Carlos Semorile.


lunes, 12 de marzo de 2012

“La superioridad de la palabra”

Decía Buenaventura Luna que él creía, hondamente, en “la superioridad de la palabra”: “Si no fuera por la palabra, el hombre no hubiera experimentado jamás la necesidad de pensar (…) Sólo la palabra es capaz de dar a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”. Estos párrafos -en los que Buenaventura se expresaba como poeta y letrista pero también como periodista y militante nacional-, son apenas una excusa para acercarnos, en la medida de lo posible, al corazón del discurso que permanentemente elabora la Presidenta. Un pretexto para decir que a través de la oratoria de Cristina todos accedemos a -y nos embebemos de- “la superioridad de la palabra”. Un compañero me ha señalado que no se trata de “cualquier palabra y dicha por cualquiera, sino de la palabra que expresa acciones y voluntad de proseguirlas”. Es verdad. Otros podrían señalarme que es necesario precisar el sentido último de esa palabra, su significado y a la vez su “para quién”. Y también tendrían razón, porque todas estas cosas están en juego cada vez que habla Cristina. Ella, como se suele decir, le pone el cuerpo a las palabras y las frases no quedan suspendidas en el limbo de las cosas dichas porque sí: todos sabemos que, una vez pronunciadas, tienen principio de realización. Por otra parte, la Presidenta no se cansa de disputarle a quien sea que corresponda el significado profundo de los términos. De tal suerte, de su boca hemos escuchado nacer nuevas nociones (“anarco-capitalismo”, por citar la primera que me viene a la mente) que amplían el horizonte de la política tal y como hasta ahora la conocíamos. ¿Habría que incluir aquí su ya antiguo pedido para que cesen los bombos y se le preste la debida atención? Sí, y que nadie se enoje porque todos sabemos lo mucho que le convenía aquel “folklore” a los que no tenían nada para decir. Quiero decir que Cristina “construyó” a su audiencia, nos volvió atentos, nos hizo conscientes del valor de las palabras y de la necesidad de seguir la evolución de un pensamiento hasta sus últimas consecuencias. Desde que esta escucha se consolidó, nadie se mueve ni habla (como sea para arrojar una de esas puteadas admirativas tan nuestras) porque nadie se quiere quedar con el concepto sin terminar, ni sin el remate de la ocasión. En esta seducción que ejerce la Presidenta a través del verbo, se ancla una parte importante del odio que le profesa el país liberal. Ante semejante elocuencia, el pauperizado arco opositor se encuentra desamparado de oradores, huérfano de retórica. No fue casual aquel dibujo de Sábat que la caricaturizaba amordazada. Pese a ello, como en una pesadilla recurrente, ella vuelve a poner en circulación aquellas ideas que el conservadurismo y las dictaduras creyeron desterrar cuando decretaron apresurados finales. El kirchnerismo son sus obras, qué duda cabe, pero son también los miles de millares de oídos que esperan ansiosos la palabra presidencial. Ese “cristinismo” se acrecienta en cada arenga, en cada presentación en la que surge, imprevisto, el destello de un latigazo largamente esperado. Las tres horas y pico ante la Asamblea Legislativa hablan de ese crecimiento: estamos todos más pendientes de su palabra acaso porque la creciente complejidad del panorama político nos hace experimentar como nunca antes “la necesidad de pensar”. Es un pensamiento colectivo que, para nutrirse, bucea y se enraiza; y que, para nutrir y sembrar, se escribe y se expande mientras busca las palabras que, aún contradiciéndolo, lo completen y mejoren. Finalmente, y parafraseando a Buenaventura Luna, la palabra de Cristina “es capaz de darle a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”. Por eso andamos tan entusiasmados, y hasta nos permitimos la esperanza. Porque una de aquellas voraces lectoras de los años 70, sigue leyendo la realidad y dándonos motivos para creer en “la superioridad de la palabra”.
Por Carlos Semorile.

sábado, 18 de febrero de 2012

¿Queremos ser un pueblo de pastores y labriegos?

Cada ambientalista fanático que escucho, refuerza mi credo scalabriniano. Para empezar, creo que erramos cuando repetimos que la cuestión minera comienza mal en la década de los noventa. Acierta Federico Bernal cuando remonta las raíces del problema a su verdadero origen: la situación semicolonial de un país soberano sólo en el aspecto formal, una nación que no estaba en condiciones de decidir y promover su desarrollo porque -como planteaba Scalabrini Ortiz- “todo progreso argentino daña alguna partícula de la hegemonía inglesa”. Pese a ello, el peronismo logró romper con ese vasallaje y durante diez años nuestro pueblo escribió otra historia, una que superaba aquella estrategia británica de generar “naciones mineras y naciones agropecuarias, pero no unidades orgánicas” que pudieran desafiar su poderío. Luego vino la restauración conservadora y, con ella, el golpe de gracia a nuestros anhelos emancipatorios. Sin embargo, todavía permanece en penumbras aquello que Scalabrini denunciaba cuando decía que el verdadero objetivo de los golpistas era acabar con el Artículo 40 de la Constitución del 49, “una verdadera muralla que nos defiende de los avances extranjeros y (que) está entorpeciendo y retardando el planeado avallasamiento y enfeudamiento de la economía argentina”. “Cada párrafo del artículo 40 -escribió Scalabrini- tiene la recia estructura de un bastión, y sus nítidas aristas no se prestan a torcidas interpretaciones. ‘La importación y la exportación estarán a cargo del Estado’. ‘Los minerales y caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación’. ‘Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación’. ‘Los que se hallasen en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación’. ‘El precio de la expropiación… será el costo de origen… menos las sumas que se hubieran amortizado’. Son párrafos perfectos, concluyentes y sonoros como una cachetada”. El control de los resortes esenciales del país había llegado a su cenit con el artículo 40: “Tenemos una industria propia, luego nuestra nación existe”. Pero su derogación vino a barrer con “la dignidad integral de la vertical humana” que se había alcanzado. El gorilismo primero -y su versión noventosa luego- no hicieron más que engendrar “hombres derrotados que parecen gorilas. No podía ser de otra manera”. Curiosamente, cuando volvemos a tener una chance -una, no cien- de salir del “primitivismo agropecuario”, arrecian las críticas por derecha y por izquierda. Las primeras apuntan al nacionalismo, pero no dicen -como señalara Scalabrini Ortiz- que en realidad les preocupa que la Argentina evolucione “cada vez más hacia el nacionalismo industrial”: “La resistencia que ofrecemos al despojo es una manifestación de ‘ultranacionalismo’. Defender lo propio de la piratería extranjera, oponerse a revivir el drama de Martín Fierro y de Cruz, querer orientar hacia el bienestar general el comercio externo e interno, los cauces del crédito, de la energía y de los transportes, aferrarse a la propiedad nacional de la tierra para no ser un paria en su propio país, querer obtener un precio equitativo para los frutos del trabajo, abrir con la industria una perspectiva para los hombres de empresa, ejercer, en una palabra, los mismos derechos que en todas las democracias tienen los ciudadanos, es incurrir en ultranacionalismo”. Las segundas vienen por el lado del medio ambiente, convenientemente rebajado de disciplina a paisajismo para congelar una situación justo cuando estamos en condiciones de debatir qué tipo de desarrollo y de cuidado medioambiental queremos darnos para dejar atrás el status de coloniaje. Ojalá podamos hacerlo tomando como modelo los foros que, a lo largo y ancho de todo el país, sacaron adelante la Ley de Medios. Ojalá no olvidemos que Scalabrini Ortiz decía que “lo más grave no ha sido la destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país sino la desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los factores que reunidos podrían quizás contrarrestar el ataque premeditado” de nuestros enemigos históricos.

Por Carlos Semorile.