sábado, 21 de agosto de 2021

La risa heterodoxa


    Como a muchos lectores de “El conejo, la reina, la niña y los verdes imberbes” –el último trabajo de Silvina Rocha-, también a mí me cuesta precisar desde qué edad puede ser leído y comprendido por el público infantil. Presumo que ha de tratarse de un prejuicio mío, y que en realidad la pregunta no tiene la menor relevancia: si mi abuela se hubiera guiado por semejantes huevadas, jamás me habría regalado el tesoro de la saga de “Papelucho” cuando aún no tenía ni diez años.

 

Es verdad que el texto está lleno de guiños que reenvían a otras lecturas y a sucesos que nos marcaron en el pasado reciente, pero también es cierto que -aún sin haber leído nunca a Lewis Carroll- disfruté como un enano de los personajes de Rocha que están emparentados con “Alicia en el País de las Maravillas”. Y con los otros también, porque si hay algo precioso en “el libro del Conejo” es la manera en que Silvina recontextualiza el clásico desde la periferia. 

 

Esa irreverencia le permite ser veraz en lo que su obra tiene de cálido homenaje y, al mismo tiempo, manejarse con absoluta libertad para situar su historia en una encrucijada nuestra, marcada a fuego por un lenguaje rioplatense y brindarnos un libro reo, muy reo y retobado como un hermoso hijo de esta tierra. Gracias a esta audacia, puede decirse que nada se pierde: antes bien, todo es pura ganancia a partir de aquello que Silvina ha pergeñado como fruto de su imaginación.  

 

Hablamos de un libro que es muy cariñoso con todas sus criaturas y que, junto con unos dibujos exquisitos de O´Kif, ofrece esta “vía regia” para la identificación y el placer. Donde la inteligencia y la pasión están al servicio de una narración entretenida que no deja de sorprendernos cada vez que cruza lo culto y lo popular. Y que nos hace reír mucho, y muchas veces, con esa risa heterodoxa que es la de la propia autora cada vez que el conejo hace magia y nos divertimos como gurises.     

 

Por Carlos Semorile.

viernes, 20 de agosto de 2021

"Ni es cielo ni es azul"


   “Lástima grande que no sea verdad tanta belleza…”, así cerraba Virgilio Expósito el recitado que precedía a la ejecución del tango “Maquillaje”. Desde ahí en adelante, al menos en este rincón del orbe, los versos de Lupercio Leonardo de Argensola quedaron grabados como una desmentida de todo aquello que preferiríamos ver como ideal pero que, ay!, suele no serlo. ¿Qué cosas? El mundo, en ciertas épocas.

 

Como dice la propia autora, no podía elegir un título que le calzara mejor a la historia que su libro narra y que es la de su suegro, Abraham Zanger, sobreviviente del gueto de Lodz y de los campos de exterminio nazis de Auschwitz Birkenau. Cuando el Ejército Rojo liberó los campos, Abraham logró regresar a Lodz y allí constató que de su familia no quedaba nadie vivo. Tenía apenas 19 años. Cuando seis meses después lo convocaron para el servicio militar, decidió emigrar.

 

Este brevísimo resumen (adelanto poco y nada, casi todo puede leerse en la contratapa del libro) es sólo una parte de las búsquedas de todo tipo que Inés Bruzzi realizó para poder darle un marco adecuado a los testimonios de su suegro. Entrevistas, cine de ficción, documentales, crónicas históricas, libros y artículos de investigación, fotos, todo ello va quedando registrado como parte de la trama, una segunda línea de la historia que uno va siguiendo con el mismo interés que la primera.

 

Con ser bueno, esto no es todo porque, en verdad, este libro es la historia de un diálogo amoroso mantenido a lo largo de muchos años, respetando los silencios de su suegro, pero sosteniendo la escucha. Y poniendo su propia capacidad de investigación al servicio de la mayor comprensión posible acerca de acontecimientos que todos creemos conocer y de los que, en realidad, sólo sabemos una ínfima parte, y por eso nunca nos hacemos las preguntas que pueblan este trabajo.

 

Aquí es donde debemos decir que “ese cielo azul que todos vemos” a veces puede sorprendernos con su persistente añil, y con la belleza de páginas como las que Inés Bruzzi escribió para que viva la memoria de Abraham Zanger y, en ella, todo lo que cabe en la palabra resistencia.

 

Por Carlos Semorile. 

miércoles, 18 de agosto de 2021

Épica y sentido común


    “República de morondanga” no es sólo un gran hallazgo del lenguaje que resignifica en clave popular la apropiación neoliberal del término “república”, sino que nos sitúa en el terreno de las grandes lecturas culturales que el peronismo nunca debe abandonar: Sabemos que se puede tener razón, en un momento dado, políticamente; pero eso no sirve si no se tiene razón históricamente” (Cooke, 1951).

De modo dialéctico, y sabiendo que la razón histórica está del lado del pueblo y no de las corporaciones, se impone conquistar ese “sentido común” que da el tono a un determinado período histórico. Como también dijera Cooke hace setenta años: “Si ‘La Prensa tiene razón, tiene que estar equivocado el país, y si tiene razón el país están equivocados ‘La Prensa y todos los que tienen relación con ella”.

Hace cien años que los diarios esmerilan los procesos populares. Creer que se puede convivir con ellos en una medianía de morondanga ya no es un error político, sino histórico. Y para que la disputa por la coyuntura sea también histórica debe estar, como ayer, llena de épica.

Por Carlos Semorile.

jueves, 12 de agosto de 2021

"Pero yo prefiero pensar que..."

 


Antes de morir, Juan Forn alcanzó a dejar preparados para su edición los textos de “Yo recordaré por ustedes”, una formidable selección y reescritura de sus columnas de “los viernes” en Página/12. Para quienes fuimos sus seguidores, tempranos o tardíos, este libro representa un pequeño consuelo ante su pérdida: ya no sabremos qué y cómo hubiera seguido leyendo Forn, pero al menos pudo darle un cierre a toda una manera de entender la vida desde el lugar del lector.

 

Lo dice él mismo cuando afirma que “soy de la tribu del libro, leer es mi forma de pensar”, y explica la paradoja del libro: “cuando leemos, nos vamos del mundo, pero ese irse del mundo enriquece nuestra experiencia del mundo”. Provistos con las gemas obtenidas en nuestra experiencia lectora, estamos mejor preparados para salir del “confortable reino del estereotipo” y adentrarnos “en el laberinto de las contradicciones y las paradojas”. La paradoja de leer es que ilumina las demás extrañezas.

 

Podría decirse que Juan Forn fue un buceador de todas las “desprolijidades” humanas, pero las retrató de una manera tan piadosa que al final todos somos alcanzados por un tipo de comprensión hermana de la clemencia. En este sentido, rescato cuando en algún momento de sus relatos dice, por ejemplo, “Yo tiendo a pensar que…”; otras veces, su pausa reflexiva llega con un “A mí me resulta mucho más significativo…”, o un “Pero yo prefiero pensar que…”, y ahí todo gira de las interpretaciones más convencionales a un estado de misericordia donde “son las pequeñas cosas como esas las que nos salvan”.

 

También están sus apelaciones ópticas –“Mírenlo…”-, verdaderos llamamientos a ejercitar una mirada de cercanía y empatía que nos lleva a refrendar uno de los credos que él cita -“Bendito sea Dios, que a todos nos hace distintos”-, y que deberíamos extender del siguiente modo: “Y bendito seas por darnos a Juan Forn, porque él nos alojó en sus escritos y nos permitió sentirnos menos extranjeros de nosotros mismos”. Dentro de “la tribu del libro”, Forn ofició de chamán.

 

Lo cual me recuerda a un maestro de Kabalah que tuve, un rabino que amaba la Biblia porque en ella encontraba fielmente reflejada la complejidad del mundo, con la suma de todos sus horrores y de toda su hermosura. Y con esto quiero decir que, antes de irse, Forn nos regaló una biblia pagana tan rica como la otra: la bitácora de un viaje en el tiempo y en el espacio que empieza en África, pasa por la China milenaria y por varios lados más, y termina en Mar de las Pampas con Juan juntando pequeñas piedras en la playa porque, como dijera el amigo peluquero de Picasso: “Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar”. Por todo ello, “gracias, belleza, buen viaje”.

   

Por Carlos Semorile.

lunes, 9 de agosto de 2021

El dolor de ya no ser


 Hace ya unos siete años, escribí una breve crónica sobre el modo en que comenzaba a percibirse la renovación ferroviaria que entonces gestionaba el hoy despechado Florencio Randazzo. Allí contaba que estando de compras con mi compañera en uno de los chinos del barrio, un niño de unos cuatro años sacó el tema de –cito textual- “los trenes de Cristina Fernández de Kirchner”. La madre de la criatura, un ejemplar prototípico de la clase media, se apresuró a declarar su fobia anti-K, dando por sentado que íbamos a festejarle la gracia. Manifestadas nuestras divergencias, y aclarados los tantos, ella nos contó que el pibe la tenía harta pidiéndole que lo llevase a ver “los trenes de Cristina”. Nos reímos un rato los tres –menos el chiquito, que insistía-, y nos despedimos aconsejándole visitar Tecnópolis.

 

Luego, comentando el hecho, no pudimos pasar por alto que el gurí tenía las cosas más claras que su propia madre. Tiempo después, viéndola a Cristina inaugurar las nuevas formaciones del Sarmiento, me acordé de ellos e imaginé un cuadro de Daniel Santoro: “El niño nacional dándole la sopa popular a la mamá gorila”. También me vinieron a la mente las palabras del compañero Jorge Marinovich, quien sostenía que debíamos tener “la claridad de entender este proyecto, que no pide intelectuales ni sabios, sólo te pide no ser pelotudo”. Como cierre, aunaba los enfoques del niño y de Jorge: “Eso mismo digo: si mirás bien “los trenes de Cristina”, con “no ser pelotudo” alcanza”.

 

Creo que si no agregara nada más, la moraleja seguiría funcionando casi de la misma manera. Sin embargo, sabemos que mucha gente no alcanzó a entender la encrucijada aquélla y advino un tiempo sombrío plagado de incertidumbres y padecimientos: “Nunca se había visto algo así. Llegar a que las poblaciones tolerasen esto es el misterio a desentrañar, más allá de la obligación de referir, por parte de los movimientos populares, por qué brechas descuidadas o desconocidas un día percibimos que muchas de estas cosmovisiones rudimentarias y escolarizadas en el viejo andamiaje de “miedo y esperanza”, se establecían como una mayoría, bien que electoralmente efímera” (Carta Abierta 22, octubre de 2016). Existió, pues, un velamiento mediático que impidió que se comprendiera lo que aquel chango podía percibir.        

 

Hubo un tiempo, además, en que Carta Abierta llegó a respaldar las aspiraciones presidenciales de Randazzo pero, una vez definidas las candidaturas, la primacía del proyecto –otra obviedad- estuvo por encima de los nombres propios. “El misterio a desentrañar” acaso debería incluir los desvaríos de un ex ministro que hoy confiesa haber despreciado la posibilidad de ser gobernador nada menos que de la provincia de Buenos Aires. El pasado debe estar plagado de despistes semejantes, y en el ámbito local es difícil no recordar las bravuconadas de Vandor en abierto desafío a Juan Perón. De allí a rememorar la frase de Marx sobre las repeticiones en la Historia hay un solo paso. Pero la magra espesura de este personaje hace que evitemos palabras como tragedia y comedia. Con no ser grotescos, alcanza.

 

Por Carlos Semorile.