domingo, 27 de agosto de 2023

En pelotas y a los gritos

  Todos los sistemas políticos conocidos tienen un talón de Aquiles que es el de la representación, es decir que el pueblo delega en alguien la representación de sus intereses y, con ellos, sus esperanzas.

 Primer problema: la palabra pueblo nos abarca a todos pero, como no todos tenemos los mismos intereses, los peronistas entendemos que la palabra pueblo se refiere a los humildes y que los representantes del pueblo deben privilegiar los intereses y las esperanzas de la parte más humilde de esa totalidad en la que hay intereses en conflicto. La política es el nombre de la actividad en la que se resuelve, para un lado o para otro, quiénes salen ganando en esta inevitable y permanente disputa de intereses.

 El segundo problema es entonces el de distinguir dónde está parado uno, si en el campo de los necesitados o en el de los opulentos, y comprender cuál espacio político representa a los que son como uno.  

 Esta cuestión es tan vieja como la política pero toma un giro delicado cuando hay candidatos que, además del viejo truco de disfrazarse de lo que no son, proponen reemplazar la representación por un bramido.

 El aullido puede funcionar como descarga de tensiones acumuladas, pero es muy dudoso que sirva como política en la disputa de intereses dentro del sistema de representación, ni como gobierno para los más necesitados.

 Al revés: la campaña del alarido es otra manera de esconder la indispensable distinción de carácter político entre los intereses en conflicto, por lo cual es fácil prever que defraudará tus esperanzas de mejorar.

 Tampoco soluciona el tema de la representación porque propone un trueque entre el grito agónico de los desencantados y un colérico enfervorizador que no resolverá tus problemas, más bien los empeorará.

  Cuando eras pibe, alguien cercano (una madre, un padre, un abuelo, una tía, una hermana mayor) te enseñó a distinguir las señales del mundo para que, por ejemplo, no cruces la calle con el semáforo en rojo. Con la política pasa lo mismo: hay que traducir las señales para que no te lleven puesto detrás de intereses que no son los tuyos. La campaña del alarido no quiere mejorar nada y, si llega a triunfar, te dejará en pelotas y a los gritos. 

 Por Carlos Semorile.

miércoles, 23 de agosto de 2023

¿Cuáles son las culpas del Estado?


    En campaña es fácil demonizar al Estado pero es imposible gobernar sin él: lo demuestra la experiencia del macrismo que terminó dejando muchos más planes que los que había durante el gobierno de Cristina.

Para hablar del Estado y no macanear hay que entender que el Estado está conformado por muchos organismos y dependencias que cumplen distintas funciones y a veces guiados por ideologías distintas.

Un ejemplo clarito son los objetivos que persiguen el Ministerio de Desarrollo Social y el Poder Judicial: el primero intenta brindar asistencia a quienes la pasan mal, y el segundo –salvo excepciones- sanciona a quienes por lo general no tienen cómo defenderse. En los últimos tiempos esto se complejizó todavía más, y el Poder Judicial pasó a cumplir funciones que no le corresponden como decidir sin pruebas quiénes pueden ser candidatos a gobernar una provincia o el país.

Otro ejemplo sencillo son los objetivos que cumplen el Inadi (el Instituto Nacional contra la Discriminación) y los distintos cuerpos armados que, como las policías, suelen cometer actos de racismo.  

Los peronistas, como decíamos en la nota anterior, siempre entendimos que el Estado debía amparar los derechos de todos, pero también comprendimos que ciertos sectores no jugaban a favor de esta política de poner al Estado al servicio del pueblo y sus necesidades, y por eso siempre combatimos a quienes buscaron, y en distintas épocas consiguieron, que el Estado arrasara los derechos de las personas, empezando por el derecho a la vida como ocurrió en la Dictadura.

También en esos años se decía que había que achicar el Estado para hacerlo más eficiente, mientras se aseguraba que daba lo mismo fabricar acero que caramelos. Como es lógico, los que trabajaban fabricando cosas como el acero y sus derivados se fueron quedando en la calle y no había un mango ni para comprar caramelos. Puede que te resulte increíble, pero todavía peleamos contra las consecuencias económicas y sociales de un Estado que benefició sólo a muy poquitos.

Por todo esto, cuando te hablen pestes del Estado pediles precisiones y que sean muy concretos respecto a qué parte o partes del Estado se refieren, no sea cosa que en el fondo estén hablando de eliminar toda esa parte del Estado que se ocupa –mejor o peor, pero se ocupa- de los derechos que tenés vos y tienen otros como vos, mientras refuerzan esa otra parte del Estado que se va a encargar de reprimir la protesta cuando vuelvan a aplicar una política económica para las elites.

 Por Carlos Semorile.

viernes, 18 de agosto de 2023

En la Argentina los que garantizamos la libertad somos nosotros, los peronistas


    Que no te engañen: en la Argentina los que garantizamos la libertad somos nosotros, los peronistas. Porque las libertades se garantizan con más derechos, no con menos. Con menos derechos, hay menos libertad.

Cuando uno dice que tiene derecho a algo es porque en realidad ese derecho falta, no se cumple, y entonces hay que generarlo. Por eso los peronistas decimos que donde hay una necesidad, nace un derecho.

Porque entendimos que faltaban un montón de derechos, fuimos generando leyes para amparar a las beneficiarias y beneficiarias de esos nuevos derechos que sólo se decían (“el derecho a la salud”, por ejemplo) pero que antes del peronismo no se cumplían.

Y no se cumplían porque una cosa es decir y otra cosa es hacer, y por eso hicimos hospitales, escuelas y otro montón de cosas que parece que estuvieron desde siempre, pero no es así.

Para hacer esas y otras cosas, hubo que pelear con los privilegiados que podían estudiar y atenderse la salud pero no querían que los humildes tuvieran esos mismos beneficios que sólo ellos podían pagar.

Y para que esos derechos fueran derechos que además de decirse se cumplieran, hubo que generar y fortalecer un Estado que garantice, por ejemplo, la educación de tus hijos y la salud de tu familia.

Así que, para no hacerla muy larga, ya sabés: los que te proponen eliminar ministerios como quien bloquea contactos de las redes, están por quitarte derechos que hoy tenés y que no fue fácil conseguir.

Y quieren dejar en la calle a un montonazo de trabajadoras y trabajadores que, igual que vos, necesitan laburar para poder comer y vivir en un país que, si gana cualquiera de ellos, va a ser más pobre. Y mucho menos libre.

 Texto de Carlos Semorile – Foto de Ana María Gamella

lunes, 14 de agosto de 2023

Bajo el signo de la proscripción


  La imagen que acompaña este texto es la de un compañero que, desde los márgenes del sistema, cuestionó aquel sentido común menesteroso que decía que “con Cristina no alcanza, y sin ella no se puede”. Con su mandato virtualmente cumplido, y no habiendo plasmado ninguna de las esperanzas que depositamos en su gestión, sería bueno preguntarle a “Nuestro Frondizi” cuál cree que fue su papel para sembrar la desilusión, la falta de fe y la apatía. Acaso crea que es culpa de “Ella”. Al menos en ésto no estaría solo.  

“Ella” es la única presidenciable proscripta y la única a la que intentaron asesinar para terminar de una vez con el kirchnerismo, la misma consigna que anoche corearon los seguidores de Bullrrich y Milei. No es casual.  

En la búsqueda de culpables –que por momentos adquiere visos de cacería-, “las alegres comadres del consenso” se desentienden de haber acompañado sin chistar una gestión que, en aras de una moderación berreta y a-histórica, desatendió todas las advertencias que Cristina le fuera formulando de distintas maneras (llegó a escribirle una urgida carta abierta), y nos dejó sin horizontes ni banderas que defender. Un horror.

Luego de escuchar todos los discursos de anoche, me parece atinado recordar parte de un escrito de 2009 de Eduardo Rinesi llamado, justamente, “A argumentar, que se acaba el mundo”:

“¿Qué deberíamos pedirle a un líder, a un dirigente democrático virtuoso? Yo lo diría así, muy toscamente: que esté un paso más adelante, sí, que la sociedad que pretende conducir, pero que pueda argumentar frente a esa sociedad (frente a los ciudadanos y a las organizaciones que componen esa sociedad) sobre la conveniencia de la dirección y el sentido en el que pretende conducirla. Que pueda persuadirla y que logre así, por la vía de la argumentación y de la persuasión, que esa sociedad experimente como suyo cada uno de los pasos que ese líder democrático pueda hacerle dar en dirección a la realización de ese programa que debe proponerle, someterle a la discusión, retocar incluso –eventualmente- en el camino o como consecuencia de esa discusión. Que logre que esa sociedad (quiero decir: que porciones considerables de esa sociedad, puesto que las sociedades son por supuesto heterogéneas y los grupos que las componen tienen desde luego intereses enfrentados y no siempre articulables: por eso es que existe la política, por eso es que la construcción de una hegemonía es una tarea), que logre que esa sociedad, digo entonces, sienta como suyo cada uno de esos pasos, y que esté dispuesta a sostenerlos y defenderlos cuando aparezcan las dificultades, las oposiciones y a veces también los enfrentamientos”.

De esta fiera encrucijada se sale, como sugiere Rinesi, dando a conocer un programa que pueda ser argumentado –e incluso modificado- en una discusión abierta para construir hegemonía política. A mi modesto entender, es lo que Axel insinuó en su escrito. Un camino que debería seguir Massa, abandonando el inconducente “sciolismo emocional” de sus alocuciones.

Por Carlos Semorile.