jueves, 30 de septiembre de 2010

Palabras de Toldería

Apenas finalizada la marcha por la efectiva implementación de la Ley de Medios, la Corporación Mediática activó de urgencia la industria del escándalo. Para la ocasión se han valido del discurso de Hebe de Bonafini, en el cual llamó “turros” a los togados e hizo un llamamiento -cierto que postergado por sus propias palabras- a tomar el Palacio de los Tribunales. Su vehemencia y su frontalidad me hicieron recordar a mi abuela, otra mujer del pueblo que tampoco tenía filtros para decir verdades y para actuar en consecuencia. Sus biografías también las emparentan, con sus hijos perseguidos y peleando contra el mismo sistema que José Hernández denunciara en su “Martín Fierro”. “Vizcachas” de toda laya hacen cola para pegarle a Hebe -y por elevación al Gobierno-, mientras somos legión los “gauchos rabiosos” que nos estamos hartando de las trampas de la “autoridá” judicial. Como para no cansarse: te obligan a jugar un partido largo y desgastante y, cuando al final les ganás con todas las de la ley, decretan no válido el triunfo que ofusca a los poderosos. Frente a la “encerrona” de las corporaciones cómplices de la Dictadura (la judicial y la mediática), ensayamos un nuevo ejercicio de paciencia democrática poniendo el cuerpo y la palabra en el espacio público por excelencia: las sempiternas plazas de la conciencia popular argentina. Todo lo contrario a las brumosas trastiendas donde nocturnos “gerentes” intercambian impresiones con los “supremos”. Imaginemos la recoleta escena: el tono es neutro, los gestos mesurados y las palabras medidas. Sin embargo, en el entresijo de modales tan convenientes, es muy posible que de modo subrepticio se deje saber el agrado con que se vería cierto fallo. Son algo así como órdenes bajo la apariencia de afables sugerencias. Mientras tanto, a la luz del día y a la intemperie, la “indiada” no escarmienta. Cobramos de lo lindo durante el festín cívico-militar y… ¡seguimos creyendo que nos asisten derechos! Porfiados como mulas, escuchamos un bramido que parece surgir de una toldería: “Rajen, turritos. Hagan la voluntad del pueblo o vayan sabiendo que no estamos de adorno”. Los “bárbaros” coreamos el nombre de Hebe, mientras Leuco y tantos otros cuentan micros conurbanos porque siguen sin enterarse que “la gente” no va a las marchas en remise. Soterradamente, con la misma cobardía de siempre, llaman a “exterminar a todos los salvajes”. ¿Quién lo hará en las actuales circunstancias, los poli-niños de los señores feudales? ¿Nos matarán con tapas de Clarín y La Nación? ¿Se encargará la Corte Suprema? ¿Los oficiales de los juzgados nos van a encanar a todos, o piensan mandarnos a la frontera argumentando un virtual ataque a su afrancesada sede? Señores jueces: no sean tan elementales. Simplemente se les ha dicho -en el lenguaje cristalino de las madres de este pueblo- que está en sus demoradas manos resolver lo que el Congreso Nacional sancionó en beneficio de la sociedad toda, incluidos ustedes. Si se deciden a liberar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, se estarán liberando asimismo de cenáculos turbios y oprobiosos aprietes. No nos gusta verlos en esas tendidas que se hacen a espaldas de nuestros fogones y mateadas. Somos capaces, inclusive, de clavar una lanza a favor de la Justicia si ustedes se rescatan de tantos desaciertos y de tantos desatinos. No sólo vuestros fallos hablan. Esa es, nomás, una zoncera. También habla el tiempo, y ahora les corre en contra horadando la credibilidad y el buen nombre que venían ganándose a los ponchazos. Recuerden que estamparán sus firmas en el fallo. Y, sobre todo, que no tendrán otro nombre mientras vivan.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Los escribas del "Enola Gay"

“Dios nos libre de la gracia que dilapidaríamos con los intermediarios y los beneficiarios publicísticos, con los escribientes que pusieron las cosas negros sobre rojo cuando la humanidad fue crucificada. ¡Pluma a pluma, canalla a canalla, han de limpiar el baño de sangre que nos prepararon y que tanto nos alabaron!” En esta gran época, Karl Krauss.

Un eco de la transversalidad que en los inicios de su mandato imaginara Néstor Kirchner, se refleja cada día en el programa 6-7-8. Salvo necios y ególatras, el resto del amplio arco “nac & pop” se da cita allí a escuchar y ser escuchados, a debatir ideas e inquietudes, y a compartir no pocos asombros. Dirigentes políticos y sociales, y cada vez más voces del ámbito artístico-cultural, se suman a los periodistas del ciclo para proceder a un “análisis crítico de los medios” o, para ser más justos con lo que en verdad sucede en ese “estudio” (nunca mejor aplicado el término), para realizar un ejemplar examen del devenir histórico del periodismo argentino en su conjunto. Así, va quedando al descubierto un “tiempo de canallas”, un largo período de ruindades y bajezas que se sostienen -ahora, a duras penas- sobre un fango de infamias y falsías. De la canalla forman parte el elenco estable de los miserables de siempre (esos tipos que han sido, son y serán el sostén ideológico del verdadero poder de “la Argentina blanca y rubia”), más un puñado de conversos que, pese a no ser ni grandes pensadores ni grandes luchadores, conservan todavía una pátina de ese “prestigio culturoso” que se genera y se recrea desde el “medallero” del sistema. Hasta aquí, no hay nada nuevo; hasta podría decirse que toda época tiene asegurado su contingente de turros convencidos y de turros advenedizos, a los que siempre espera un micrófono amigo cuando cruzan de vereda. Pero “en esta gran época” (parafraseando a Krauss) aparece una cuestión sobre la que, desde el citado programa, Orlando Barone y Sandra Russo ponen especial énfasis: esto es, las condiciones de “cautiverio” bajo las que desarrollan sus tareas una buena cantidad de periodistas -jóvenes y no tanto- que trabajan en la extendida red del monopolio. El señalamiento es muy pertinente porque apunta hacia lo realmente crucial de este vínculo laboral: si los empleados de Clarín, TN y afines no son libres de mostrar, hablar o escribir sobre una buena parte de la realidad, ¿qué implica ésto respecto de sus conciencias? Dicho de otra manera: ¿saben, intuyen o desconocen el lugar que ocupan cuando se victimizan? ¿Les han birlado o han resignado voluntariamente la capacidad de hacer un escrutinio sobre sus propios actos? Si antes estas enormes preguntas surgiera una posible respuesta disculpatoria -por, supongamos, la presión a la que están sometidos estos comunicadores-, tropezaría de inmediato con esa porción de la realidad que el oligopolio esconde o minimiza; a saber: en buena parte del territorio nacional se desarrollan juicios en los que los testigos, pese a haber padecido cautiverios de un salvajismo inusitado, demuestran que ni aún así renunciaron a la conciencia de analizar y saber acerca de esa experiencia de extremo infortunio. No: muchos de estos periodistas que hoy escriben, hablan o muestran lo que se decide en las tinieblas de la corporación mediática, se asemejan muchísimo más a los entusiastas muchachos que escribieron “Enola Gay” antes de Hiroshima. Todos los días descargan sobre el pueblo argentino cantidades industriales de mentiras para provocar abatimiento, desgano y cinismo. Lo harían hasta gratis. Y están bien lejos de pensar: “Dios mío. Qué hemos hecho”.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

¿Lo volverían a hacer?

Estamos transitando una formidable etapa histórica en que las palabras y las cosas están, trabajosamente, volviendo a ubicarse en su lugar. Se trata del retorno de la política, inaugurado por Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 cuando dijo frente a la Asamblea Legislativa: “Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Ante la insolencia del flamante Presidente, los dueños de los emporios comunicacionales pensaron en esmerilarlo parejito y jubilarlo ipso facto. Ahora venimos a enterarnos que nada muy distinto ha venido ocurriendo desde el retorno de la Democracia, siempre -claro- que no pasemos por alto este relato del ex dueño de La Razón, José Pirillo: “Un día Magnetto me manifiesta: ‘Mirá José, vos sos muy honesto pero te voy a explicar algo: los gobiernos duran 6 años, los diarios duramos 100; entonces, la política de los 3 diarios ¿cuál debe ser? Los primeros dos años, sacarle a los gobiernos todo lo que se pueda; los segundos dos años, pegarle para seguir sacándole más cosas; y los terceros dos años, hay que voltearlo porque tiene que venir un gobierno nuevo y recomenzar el ciclo’”. Después de leer este verdadero argumento “vaticano”, habría que preguntarles a nuestros jóvenes cineastas qué esperan para filmar la saga del padrino rioplatense. Si es por el guión, asunto espinoso si los hay, sólo tienen que cortar y pegar. Claro que el final está abierto y depende de nosotros, de querer escuchar, leer y saber: de estar atentos o fingir demencia. Hace un tiempo atrás, aproximadamente en los albores del Bicentenario, la Presidenta le planteó a la sociedad un desafío mayúsculo: hacerse cargo que esa que a falta de un nombre mejor habitualmente llamamos “La Dictadura” (como quien dice: “la más horrenda de todas las que pasamos”), había sido una dictadura “cívico-militar”. En aquel momento, no tuvo mayores repercusiones. Pero luego de que la propia Cristina utilizara la cadena nacional para realizar una brillante síntesis del Informe Papel Prensa-La Verdad, “los dictadores civiles” han quedado al desnudo: detrás de los 3 comandantes, se escondían Magnetto, Mitre y Peralta Ramos. Ellos presionan ahora a la corporación judicial porque saben que allí también se negoció “silencio por sangre”: muchos hicieron carrera gracias a que los grandes diarios nunca informaron verazmente acerca de sus complicidades y/o su participación directa en el Terrorismo de Estado. Nos vendían un prontuario y nos decían que se trataba de un currículum. Sin embargo, la presión más violenta de todas sea probablemente la que el Monopolio viene ejerciendo sobre el conjunto de la comunidad. Más específicamente: buscan reproducir las condiciones de terror bajo las que una buena parte de la sociedad civil prefirió “despistarse”, no creer en la información que se filtraba, escandalizarse por las excentricidades de un pintoresco Idi Amín pero no advertir el genocidio que se perpetraba en su propio país y delante de sus narices. ¿Cómo responderán nuestras capas medias ahora que llega el momento de revisar prolijamente el pasado, con menos omisiones, con más y más nombres saliendo a borbotones de la olla destapada? ¿Lo volverían a hacer? ¿Volverían a mirar hacia otro lado? Lo saludable de esta democracia profunda donde retorna la política, es que cada quien debe posicionarse para encontrar el lugar desde el cual decir una palabra que se corresponda con el tiempo que vivimos. Los “paya-parlamentarios” -versión farsesca y denigrada del hombre que en el ágora busca la verdad y la justicia- representan a esos sectores medios que estarían dispuestos a dar uno de sus miembros antes que mirarse en el espejo de aquel horror cívico-militar para el que todavía no encontramos un nombre adecuado.
Por Carlos Semorile.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Monumento

Infatigable en su caída, la diputada Carrió acaba de prometernos la construcción de un monumento a Héctor Magnetto para cuando termine “la dictadura kirchnerista”. La voracidad con la que habla, los términos altisonantes que elige cuando se entrega auto-referencialmente al magma de sus pesadillas, nos llevan a imaginarla erigiendo con sus propias manos la esfinge del CEO clarinista. El patetismo de una escena tal -doña Elisa paleando la mezcla en plena Diagonal Norte, mientras Patricia Bulrrich le alcanza la cuchara, le seca el sudor y le acomoda el cabello bajo el casco amarillo- no es sustantivamente menor al de su propio discurso arrebatado y, sobre todo, “aberretado”. Con excepción del pseudo-periodismo y del ruralismo golpista, nadie como ella ha degradado tanto la palabra pública haciendo añicos, de paso, los restos del prestigio de su pasada oratoria parlamentaria. Sería interesante rastrear aquellas exposiciones suyas para pesquisar qué relación guardan con la catarata de descalificaciones y agravios que hoy caracterizan sus esperpénticos resuellos. Tal vez no haga falta ir tan lejos (además, ¿quién asumiría con agrado semejante tarea cuando el personaje le aporta tan poco al presente?) para saber que entre el “denuncismo” -sin construcción política por detrás- y la “figuración permanente” hay un vínculo macizo, funcional -por otra parte- a los intereses más concentrados (como demuestra asimismo el penoso caso de Solanas, angustiado ahora por Fibertel). Sucede que esas denuncias se detienen -nada menos- frente al “Muro” que, según asegura “La Doctora”, representa el “contrapoder” de Clarín, uno de los dos diarios que “son la Argentina” misma. Este aquelarre disparatado, donde confluyen conceptos del más rancio conservadurismo (como hablar de identidades petrificadas que han sido, son y serán la Patria) junto con conceptos “apropiados” del bagaje de las resistencias al Poder, debería haber recibido un sosegado parate. Cuando menos una repregunta. Pero no: en vez de ello, a Lilita se le permite seguir vociferando y asegurar que los K “son fascistas”, y no importa un pito que hayamos vivido un verdadero exterminio a manos de los socios del dilatado “Muro” que nos impide ver cualquier cosa que no sea virtual. En realidad, pienso, nos está haciendo falta un muy buen dramaturgo que, basándose en materiales que se presentan casi en estado puro, logre dar con los arquetipos del “periodista mudo” y de la “política desquiciada”. Quien lo hiciere (seguramente bajo nombres más adecuados que estos que aquí escribo), se aseguraría para sí el recuerdo de las generaciones por venir, así como la historia mantiene inescindibles al Avaro y a Molière. Pero esa es harina de otro costal. La obra, que es lo que interesa, dejaría de representarse en los sets televisivos y pasaría a las plazas y a los paseos públicos. ¿Quién podría no reconocer el tema? ¿Quién no dejaría una moneda a los pies de una republicana pobre y en los sombreros de unos periodistas sin monopolios que los contengan? Los monumentos, para concluir con la chanza, son también una forma de la representación, y en la Argentina se viene dando una seria discusión sobre los merecimientos que tienen determinadas figuras para ocupar los sitiales que, inconsultamente, les fueron otorgados. Los festejos del Bicentenario profundizaron, masivamente, estos debates al proponer ciertas escenas de nuestro pasado en común. Por eso, cuando Carrió postula la muy improbable estatua a Magnetto la edifica, lo sepa o no, sobre bloques y pilares de una ignorancia tan enorme que resulta difícil de mensurar.
Por Carlos Semorile.