domingo, 26 de julio de 2015

"El morrón demanda"



Arranca la obra y comienzan los desplazamientos: el bíblico Abel tiene el aspecto, el desamparo y la tristeza de Oliver Hardy. En cambio, su hermano Caín parece lo que es, un próspero empresario morronero, fruto que cultiva tanto como su ética protestante. Protestante en un doble sentido: por su apego a las escrituras y por sus insufribles quejas. Su “capitalito”, parcela cercada y en sombras, y su mensura permanente y obsesiva de todo aquello de lo que es “dueño”, lo han vuelto un hombre rico en argumentos pero mísero en placeres. A la intemperie, Abelito “hace la diaria” sin acumulación primitiva pero sin pesares, como no sea el reproche dirigido a Tatita por haberlos olvidado. Y es impresionante cómo el cuerpo de Claudio Da Passano refleja estas angustias espirituales de Abel, así como las angustias materiales de Caín -verdadero padre de la teoría del valor- se posan en la humanidad de Claudio Martínez Bel.

Un nuevo desplazamiento ocurre cuando, en vez de un Dios inclemente y etéreo, el que regresa es un Tatita musiquero que, además, es pura materia. Ninguna vid le es ingrata, anduvo farreando en mil ranchos, y ha tenido a las flores más bellas del chiniterío. Flor de “guitarrero”, este macaneador homérico viene desandando caminos y polvaredas inmemoriales para terciar en la disputa de los hermanos. En Caín se dibuja por primera vez una sonrisa, tan seguro está de su ofrenda de ajíes y morrones (echado cual ninfa a los pies de Tatita, enseguida se convierte en perrito faldero). Pero triunfa Abel y su propuesta de fiesta en el recreo del río: los ojos del Tatita Claudio Rissi anticipando deleites son una maldición para este Caín apegado a todo lo que el morrón demanda. Y también lo contradice al hacer la alabanza del cristo criollo, un “Prometeo de alpargata. Sagrado”. A esta altura, la tragedia es inevitable.

Una vez que ha corrido la sangre, aquel viejo versero de las escrituras dudosas se transfigura en una cólera soberbia que les recrimina a los hombres no haber entendido nada: “Yo sólo escribo las músicas, pelele. Notas para hacer bailar. ¡Pulsos! ¡Latidos! ¿Para qué mierda sirve la letra? Para distraer del baile. Para ensuciar las notas con acentos mal puestos. Yo música pura. La música del universo (…). Los pongo a girar el pericón y me lo paran para decir relaciones. La música es el contenido, cuándo la van a entender”. Lo comprendemos allí, en el borde mismo del éxtasis y la maravilla del mejor teatro que hayamos visto alguna vez. Acaso por eso mismo, recordamos aquellos versos de Buenaventura Luna que dicen: “Yo tengo de la palabra sentido claro y diverso. A veces se me hace canto porque la entiendo a la vida como una canción perdida en medio del Universo”. Y esa canción es “Terrenal”.

Por Carlos Semorile.

martes, 21 de julio de 2015

Una y otra vez, "la superioridad de la palabra"



Hace menos de mes, más precisamente el 23 de junio, el Pro hizo una de sus habituales puestas en escena, con globos y vecinos (en su dialéctica, los dos términos son intercambiables), la cúpula a pleno, y un cartel amarillo que rezaba: “Subtrenmetrocleta”. Los idiomas permiten, aún sin llegar a los arrabales del lunfardo, algunas licencias que resultan eficaces a la hora de comunicar una idea o dar a conocer un proyecto. Para no comparar bufandas con sungas, podríamos mencionar “Tecnópolis”, o la “TDA” que si bien nos exige desglosar sus siglas, nos mantiene dentro de un universo que nos es conocido: casi ninguno de nosotros puede poner en órbita un satélite, pero todos sabemos más o menos para qué sirve. Todo lo contrario del Subtrenmetrocleta, del que nadie puede siquiera imaginar su utilidad, y todos sospechamos que es como un extraterrestre: alguien a quien jamás veremos.

En esa ocasión, afirmamos que el Subtrenmetrocleta iba a convertirse en el "Tajaí” del Pro: el comienzo de su final, del mismo modo que el ya famoso spot de Massa hablándoles a los provincianos lo había abismado en una ciénaga preverbal. O, para usar la feliz expresión del compañero Jorge Ruiz de Larrea, en el intríngulis comunicacional de “los indigentes lexicales”. Y aquí convendría detenernos para ver de qué manera la pobreza del lenguaje anticipa todas las demás miserias. Decía Buenaventura Luna que él creía, hondamente, en “la superioridad de la palabra”: “Si no fuera por la palabra, el hombre no hubiera experimentado jamás la necesidad de pensar (…) Sólo la palabra es capaz de dar a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”. Si en este presente álgido, sentimos “la necesidad de pensar” es porque la palabra se ha instalado en el centro de la escena política.

Así las cosas, quienes se han dedicado a denostar el supuesto “relato oficial”, es porque tienen serios problemas para mostrar obras que satisfagan las más elementales necesidades materiales y espirituales del pueblo. Y esto hay que remarcarlo. Porque han tenido las mismas oportunidades que todos, incluyendo presupuestos varias veces millonarios y pantallas en estado de receptividad amigable para sus voces y discursos. Pero en vez de usar la palabra para darle “a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”, la han denigrado diciendo: “¿Tajaí, subtrenmetrocleta?” Todo invertido: el afiche sobre las ideas, la imagen y no la palabra, un marketing sin realidad. Y, ladrones como son, vienen a robarnos el único lenguaje verdadero: el de la justicia social con inclusión e igualdad. Digámosles: “Salí, paspau!!! Tomatelás en tu subtrenmetrocleta!!!”

Por Carlos Semorile.

sábado, 18 de julio de 2015

Como dos hermanas



Si habré visto este gesto entre mi madre y sus hermanas, o entre mis tías, las de sangre y las del alma. Cuánto hay en esa ayuda de ternura, de caricia, de cobijamiento amoroso y fraterno. La que asiste y la que se deja asistir, como llegando juntas a un cita con el cariño de una amistad bonita. Como cuando las amigas caminan agarraditas del brazo, y se dicen cosas secretas y se ríen y son bellas. E iluminan las vidas de sus hijos. Y son preciosas, y son nuestras.

Por Carlos Semorile.

lunes, 13 de julio de 2015

Juan Pablo Maestre, Hombro y Corazón (La canción del negro pobre)


El 13 de julio de 1971, Juan Pablo Maestre y Mirta Elena Misetich, militantes peronistas, fueron secuestrados por la dictadura genocida del Gral. Lanusse.
Para ellos, Memoria, Verdad y Justicia.
Pablo y Mirta, siempre en nuestros corazones.


HOMBRO Y CORAZÓN
(La canción del negro pobre)
(Letra y música: Juan Pablo Maestre)



Canta negro pobre
tu pena de amor,
tu pena de amor
canta, negro, después del arroz.



El blanco ya llega,
látigo y dolor,
látigo y dolor,
el blanco, la mano y siempre el arroz.



Pobre la morena
un blanco la vio,
un blanco la vio,
pobre guitarra, jadea tu amor.



Morena la sangre,
moreno el bongó,
moreno el bongó,
moreno que late un cambio en mi voz.



Y un alba lejana
hombro y corazón,
hombro y corazón,
y un alba que llega
reiremos los dos.



Hombro y corazón,
hombro y corazón.




domingo, 5 de julio de 2015

Mírense en el ejemplo de Atenas



Hay espejos que deforman y espejos que dignifican. El terrorismo mediático, junto al anarco-capitalismo financiero y a las usinas de la opinología berreta, quisieron doblegar al pueblo griego ofreciéndole un espejo que reflejaba miedo, desesperanza y agonía. Pero Alexis Tsipras confió en su pueblo, y le dio otro espejo para mirarse erguidos y no agobiados, heroicos y no vencidos, políticamente soberanos y no sometidos por la dictadura de la economía neoliberal. Y el pueblo griego se miró en el espejo de la dignidad recobrada, recordó su historia y le ganó al chantaje. En términos mitológicos, Zeus venció a Cronos, y le abrió el vientre para que sus hijos vuelvan a la luz y a la vida. Si perseveran, vendrán años populistas para Grecia, un tiempo dichoso con su carga de conquistas y reparaciones. Parafraseando a Chico Buarque, será oportuno “mirarse en el ejemplo de las mujeres y los hombres de Atenas”.

Por Carlos Semorile.