domingo, 16 de abril de 2017

El espejo



La Alianza de experimentación social llamada Cambiemos enfiló sus cañones contra la industria cinematográfica nacional. Tienen varios motivos para hacerlo: porque –después muchos años y esfuerzos- volvió a ser una industria; porque es nacional; y porque, en tanto imagen cinematográfica, es un espejo. Eso es el cine, un espejo que en el mejor de los casos devuelve identidad al pueblo que sostiene esa industria nacional sin chimeneas. Y el GT-PRO aborrece la mera idea de que seamos una comunidad capaz de reconocerse en un espejo digno que refleje una identidad soberana y libre.

Por Carlos Semorile.

lunes, 10 de abril de 2017

“¿Qué es ésto?”



La pregunta la formuló Hugo Yasky frente a la multitud reunida en Plaza de Mayo en el 35 aniversario de la Marcha que la CGT de Saúl Ubaldini convocó para enfrentar a la Dictadura. En aquellos años estaba claro que se trataba de una dictadura feroz que, además de sus crímenes, cometía “una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Hoy nos gobiernan aquellos que se beneficiaron con aquella “miseria planificada” que denunciaba Walsh, y además hablan de “guerra” mientras selectivamente reprimen y siembran terror. Entonces, ¿qué carajo es ésto?          

Por Carlos Semorile.

martes, 4 de abril de 2017

“La secta del gatillo alegre…”



“…es también la logia de los dedos en la lata”, escribió Walsh hace cerca de 50 años. Demos ahora un rodeo para luego retomar estos conceptos, y digamos para empezar que toda familia tiene una oveja negra. En nuestro caso se trataba del comisario T., quien por oscuros y sinuosos laberintos fue ascendiendo desde botón de la esquina (que es la época en que lo conoció la tía P. hermanastra de mi abuela) hasta llegar a capo de la Comisaría Nº 15. Me resulta harto difícil despegar su meteórico ascenso de sus propias palabras, como cuando se vanagloriaba de haber incendiado el Barrio Mitre (él lo llamaba “villa”) con “todos esos delincuentes adentro”. Ésa era su idea de combate al raterismo. Con otros tipos de delito no se mostraba tan tajante. En el trato esporádico y utilitario que manteníamos con T., recuerdo haberlo visto ya menos desaforado y más sofisticado en su despacho de la 15ª, con las paredes engalanadas con los cuadros que le regalaban los “marchands” de la zona de Retiro, y donde había hasta una lujosa motocicleta 0Km obsequiada por algún agradecido comerciante. Ya estábamos en plena Dictadura, y nada menos que una sobrina de Martínez de Hoz era su amante. La tía P. hacía la vista gorda.  

Este es un caso testigo del nivel de corrupción, mano dura y racismo (no importa que T. fuese de origen humilde) que siempre ha caracterizado a la policía. O, para decirlo con más propiedad, a las policías bravas, sean federales o provinciales, cuyos orígenes y vicios pueden rastrearse desde el “Martín Fierro” en adelante. En su lúcido análisis del poema de Hernández, Martínez Estrada plantea que la Reorganización Nacional del siglo XIX fue una desorganización moral donde la policía tuvo una función coercitiva similar a la del ejército. Todavía más: “El instrumento de acción del ejército sobre la población civil es, y ha sido, la policía (...) Más que lo militar, lo policial es lo nacional”. Aunque no de modo idéntico, este esquema se replicó durante el Proceso de Reorganización Nacional, y la policía permanece desde entonces como un agujero negro de feraz autoritarismo dentro del sistema democrático.

Hay una larga serie de casos emblemáticos de abuso policial sobre jóvenes de condición humilde y/o jóvenes militantes políticos (Walter Bulacio, Miguel Bru, Sebastián Bordón, Luciano Arruga, Kosteki y Santillán, por nombrar sólo algunos), todos asesinados o desaparecidos en democracia. También, justo es decirlo, a lo largo del período democrático hubo diversos intentos de depuración de unas fuerzas represivas que tienden a clonar esos especímenes como el comisario del comienzo de este relato: enriquecidos no se sabe cómo, muy bien conectados con miembros del establishment económico, político y jurídico, y altamente predispuestos a disparar primero y preguntar después. En opinión de quien esto escribe, fueron Néstor y Cristina quienes mejor comprendieron la necesidad de desarmar a una policía que estaba limitada a observar la protesta social, herencia realmente pesada de la década neoliberal.

Pero apenas iniciado el ciclo de la Alianza Cambiemos, la noche del 12 al 13 de diciembre de 2015, una patota policial irrumpió a palos y golpes en el Centro de Artes Batalla Cultural de Vicente López, deteniendo porque sí a varios jóvenes allí presentes. Nuevamente podríamos enumerar una extensa lista de represiones policiales que se han ido produciendo desde entonces a ahora, y que van desde el amedrentamiento y las amenazas (ya se ha “naturalizado” que la gendarmería filme las movilizaciones), hasta el uso de una violencia inusitada donde nuevamente se dan cita la arbitrariedad, el racismo y el proto-fascismo clásico de la milicada vernácula, y que sale a la superficie avalado por el discurso oficial del macrismo y de los medios instigadores del odio al pobre.

Todo ese crescendo de salvajadas policiales fue dejando escenas dantescas (como la caza de jóvenes mujeres en los alrededores de Plaza de Mayo el 8M), y tuvo otro cenit durante la tremenda represión nocturna en un comedor comunitario de Lanús, donde inclusive secuestraron y torturaron a dos jóvenes, amén de destrozar el lugar, golpear a niños y embarazadas y tirar gas pimienta sobre las ollas donde se cocinaba la cena. Como descreo profundamente de la vocación democrática de los punteros de Cambiemos, no espero nada de Diego Kravtez, secretario de seguridad del distrito. En cambio, espero que los jefes comunales que tienen a su cargo fuerzas policiales tomen nota de a dónde nos lleva todo ese discurso pro-seguridad. Y que también tomen nota quienes pretenden tener control sobre el territorio y terminan en manos de un policía loco que incendia todo un barrio para terminar con “los chorros”.

Parafraseando a Martínez Estrada, lo nacional no puede ser lo policial porque, de ser así, la secta del gatillo alegre y la picana se convierte en un ejército de ocupación. Son síntomas de un nuevo Proceso de desorganización moral donde las fuerzas represivas se autogobiernan, a la par que reciben órdenes precisas de reprimir no las grandes protestas donde somos millares los que marchamos organizados, sino las pequeñas manifestaciones y los locales aislados e indefensos de nuestros compañeros. Así las cosas, todos deben pronunciarse: partidos, frentes, sindicatos, organizaciones sociales, dirigentes. Pilas, muchachos, aunque más no sea háganlo en defensa propia.  

Por Carlos Semorile.

Nuestra Edad Media



Desde siempre se nos ha reprochado el ser un continente advenedizo, pueblos sin historia que nunca habríamos salido de la barbarie y que -por eso mismo- jamás alcanzamos las formas superiores de la organización política. Pero como somos porfiados, lo que no logramos en el transcurso de siglos, acaso lo alcancemos al cabo de pocos meses. Cuesta comprender cuándo comenzó nuestra Edad Media, sobre todo porque el tiempo va retrocediendo no tanto por etapas, como por ministerios, organismos y reparticiones. En algunos sectores ya entró de prepo, pero otros aún resisten. Que la Edad Media llegue de la mano del Cambio no es la mayor de sus ironías. Hay quienes celebran la dizque inexorable llegada del Medioevo: creen que al fin entrarán en la Historia.

Por Carlos Semorile.

domingo, 2 de abril de 2017

La Plaza y las Palabras



Hace tiempo que vengo reiterando una frase luminosa de Scalabrini Ortiz para referirse a la Plaza de Mayo. En uno de sus escritos sobre el 17 de Octubre (que básicamente es el mismo, pero aparece de distintas formas a lo largo de sus Obras Completas), él la llama “la Plaza de nuestras libertades”. De este modo, Scalabrini vuelve sobre su idea de la línea de continuidad histórica Moreno-Rosas-Yrigoyen, y la actualiza con la inclusión de Perón y el peronismo. A la vez, si se la lee de modo adecuado, la frase no cierra el devenir de la Historia y sostiene un significado que permanece a la espera de que las multitudes argentinas se apropien de “la Plaza de nuestras libertades”.

La Plaza, como lugar físico, es la misma donde sucedieron escenas fundantes de la Argentina como la Reconquista y la Defensa, y casi enseguida –y como consecuencia de las anteriores- el Mayo revolucionario (de donde Scalabrini rescata la figura de Moreno, el dirigente que puso en palabras la Revolución). También es la misma donde se dieron cita los orilleros y gauchos de Rosas y más tarde las clases populares y clases medias en ascenso que seguían a Yrigoyen (Rosas e Yrigoyen, dos figuras multitudinarias pero de pocas palabras). Pero no es la misma Plaza de Mayo de siempre desde el momento en que un nuevo e inesperado líder la fecunda de pueblo y palabras.  

Desde Perón en adelante, será fundamental lo que allí se diga o deje de decirse, y del mismo modo devendrá en crucial si ahí sucede o no sucede otra línea de continuidad histórica entre el líder, el pueblo y las palabras. Esa extraña alquimia no puede predecirse, ni mucho menos “fabricarse”, pero una cosa es cierta: hasta aquí nadie ha logrado torcer esa amalgama crucial que define a “La Plaza” como ese espacio donde se actualiza el vínculo entre el pueblo, las palabras y el líder (aún en su ausencia, o aún en vacancia). Por eso, de avances a retrocesos, o de victorias a derrotas, sigue siendo “la Plaza de nuestras libertades” porque nadie puede ocuparla de modo vicario.

En este sentido, los detractores de Cristina (sean del palo que sean) avanzarían algunos casilleros en su comprensión del fenómeno kirchnerista si fuesen capaces de reparar en el hecho de que la ex presidenta supo hacerse cargo de ese legado histórico que aquí mencionamos, y consiguió inclusive alzar la vara de esta tradición -tan rica y tan compleja- frente a multitudes tan expectantes como exigentes, y tan dispuestas a escuchar como prestas a interpelar. En su discurso de despedida puede escucharse esa delicada dialéctica hecha también de silencios devocionales, que fueron como el cuenco donde el pueblo asumió el llamamiento a defender sus libertades.

Sobre la plaza de anoche pueden opinarse muchas cosas, pero destaca más por sus ausencias que por sus excéntricas presencias. Estuvieron ausentes el pueblo, algún líder y la enunciación de un discurso que convoque a las mayorías y represente sus intereses. Por el contrario, si algo se escuchó -en modo beligerante y agrio- fue el llamado a desconocer los derechos sociales, políticos y sindicales que el pueblo argentino supo conquistar en 200 años de historia. Más allá de un número que no resiste la menor comparación con las movilizaciones antineoliberales de marzo, no debemos permitir que nos roben la palabra Democracia. La lucha por el poder comienza por el sentido de las palabras, y eso es lo que también representa “la Plaza de nuestras libertades”.

Por Carlos Semorile.