domingo, 2 de abril de 2017

La Plaza y las Palabras



Hace tiempo que vengo reiterando una frase luminosa de Scalabrini Ortiz para referirse a la Plaza de Mayo. En uno de sus escritos sobre el 17 de Octubre (que básicamente es el mismo, pero aparece de distintas formas a lo largo de sus Obras Completas), él la llama “la Plaza de nuestras libertades”. De este modo, Scalabrini vuelve sobre su idea de la línea de continuidad histórica Moreno-Rosas-Yrigoyen, y la actualiza con la inclusión de Perón y el peronismo. A la vez, si se la lee de modo adecuado, la frase no cierra el devenir de la Historia y sostiene un significado que permanece a la espera de que las multitudes argentinas se apropien de “la Plaza de nuestras libertades”.

La Plaza, como lugar físico, es la misma donde sucedieron escenas fundantes de la Argentina como la Reconquista y la Defensa, y casi enseguida –y como consecuencia de las anteriores- el Mayo revolucionario (de donde Scalabrini rescata la figura de Moreno, el dirigente que puso en palabras la Revolución). También es la misma donde se dieron cita los orilleros y gauchos de Rosas y más tarde las clases populares y clases medias en ascenso que seguían a Yrigoyen (Rosas e Yrigoyen, dos figuras multitudinarias pero de pocas palabras). Pero no es la misma Plaza de Mayo de siempre desde el momento en que un nuevo e inesperado líder la fecunda de pueblo y palabras.  

Desde Perón en adelante, será fundamental lo que allí se diga o deje de decirse, y del mismo modo devendrá en crucial si ahí sucede o no sucede otra línea de continuidad histórica entre el líder, el pueblo y las palabras. Esa extraña alquimia no puede predecirse, ni mucho menos “fabricarse”, pero una cosa es cierta: hasta aquí nadie ha logrado torcer esa amalgama crucial que define a “La Plaza” como ese espacio donde se actualiza el vínculo entre el pueblo, las palabras y el líder (aún en su ausencia, o aún en vacancia). Por eso, de avances a retrocesos, o de victorias a derrotas, sigue siendo “la Plaza de nuestras libertades” porque nadie puede ocuparla de modo vicario.

En este sentido, los detractores de Cristina (sean del palo que sean) avanzarían algunos casilleros en su comprensión del fenómeno kirchnerista si fuesen capaces de reparar en el hecho de que la ex presidenta supo hacerse cargo de ese legado histórico que aquí mencionamos, y consiguió inclusive alzar la vara de esta tradición -tan rica y tan compleja- frente a multitudes tan expectantes como exigentes, y tan dispuestas a escuchar como prestas a interpelar. En su discurso de despedida puede escucharse esa delicada dialéctica hecha también de silencios devocionales, que fueron como el cuenco donde el pueblo asumió el llamamiento a defender sus libertades.

Sobre la plaza de anoche pueden opinarse muchas cosas, pero destaca más por sus ausencias que por sus excéntricas presencias. Estuvieron ausentes el pueblo, algún líder y la enunciación de un discurso que convoque a las mayorías y represente sus intereses. Por el contrario, si algo se escuchó -en modo beligerante y agrio- fue el llamado a desconocer los derechos sociales, políticos y sindicales que el pueblo argentino supo conquistar en 200 años de historia. Más allá de un número que no resiste la menor comparación con las movilizaciones antineoliberales de marzo, no debemos permitir que nos roben la palabra Democracia. La lucha por el poder comienza por el sentido de las palabras, y eso es lo que también representa “la Plaza de nuestras libertades”.

Por Carlos Semorile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario