sábado, 24 de noviembre de 2012

Nunca fui tan feliz


Políticamente hablando, nunca fui tan feliz. Y, en líneas generales, también: nunca fui tan feliz, porque mi dicha -lejos de lo que reza el credo liberal- no es una alegría irremisiblemente individual, si no que está atada a la de millares de compatriotas. Obviamente, esto no es nuevo, ni lo sería aun si hablásemos de la desdicha o la congoja. Pero las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner introdujeron un giro copernicano –también!- en el modo en que percibimos nuestras vidas y, de tal suerte, los sucesivos círculos con los que se retrata el despliegue de una existencia humana, nunca quisieron ser tan exogámicos y comunitarios como en el presente. En ese sentido, importa lo propio y lo que, desde siempre, se llama “lo ajeno” que es, en verdad, la suerte de nuestros semejantes. En su ensayo sobre “La muerta lenta de los desaparecidos en Chile”, la escritora Antonia García Castro dice que la expresión seres queridos “parece escapar a todo cuanto puede hacer y decir un cientista social. Y, sin embargo, hemos de tomarla en cuenta. Las agrupaciones de 'familiares y amigos' de presos políticos, de ejecutados políticos y de detenidos desaparecidos son una expresión poco estudiada por la sociología y la política: el lugar de los afectos en los asuntos políticos”. Y concluye: “La política debiera ser lo que uno hace, genuinamente, en nombre de otro. No contra otros, no meramente junto a otros. Lo que uno hace en nombre de otro". Particularmente, creo que nadie hace tanto como la Presidenta para que entendamos esta dimensión donde la política está imbricada, en un sentido amplio y no exclusivista, con los afectos. Ningún dirigente, ni siquiera los del palo, se anima como ella a dejar que por su cuerpo transite, se instale e irradie la emoción de hablar del amor como vínculo político, del cariño como genuina argamasa del acontecer social. Cierto es que esto también reconoce una tradición en el devenir político argentino, y que nuestros líderes históricos (mal que le pese a los liberales) han sido “nuestros” porque supieron conjugar la lengua política con los distintos verbos del cariño y el querer. La imprevisible Historia ha querido, además, que este pueblo, que supo tener un alto jefe material y una digna jefa espiritual, tenga hoy una única jefa espiritual y material. Ella hace, justamente, que lo material sea no sólo la adecuada y necesaria justicia de una sociedad que se precie de tal, sino también el soporte indispensable para que alcancemos “la plenitud de todas las potencias espirituales” de la Patria, es decir, la de todos y cada uno de los hijos de este suelo. De allí la felicidad en los rostros, la alegría en los hogares, y el amor en los corazones. De ahí el llanto en los actos, los moqueos durante sus discursos, los pucheros de quienes la siguen por la tele. Y sin pudores, no? Porque todos sabemos que esa risa o ese llanto es también el nuestro, porque cada vida que se realiza es una conquista que le arrebatamos a la indignidad, porque si vemos que una sombra cruza fugaz por la cara de una compañera, conocemos de qué dolores están hechos sus recuerdos, que son los de todos. Porque cada nueva verdad histórica que alcanzamos es una bofetada al mitrismo en el que pretendieron hacernos vivir como esclavos complacientes, como abnegados repetidores de las mentiras de los “Bartolos” y sus escribas. Cómo no estar contentos si la Jefa conduce al Movimiento Nacional, y si este representa la síntesis de las aspiraciones populares y es el pilar de la Nación organizada. Nunca fui tan feliz porque política, social, cultural y humanamente nunca fuimos tan felices. Eso sí, que sea cierto aquello que decimos cuando cantamos en medio del agite, y que estemos dispuestos a dejarlo todo si a algún infeliz (descontento o “indichoso) se le ocurre tocarla a Cristina e intentar robarnos esta felicidad inmensa de saber que la Argentina es nuestra. Si no aflojamos, será también una tierra feliz para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. 
Por Carlos Semorile.