sábado, 23 de abril de 2022

Cada cual vive como quiere


 

Anoche el Cuarteto Cedrón dio un recitalazo en Hasta Trilce, y quienes podemos decir que estuvimos en esa pasión nos llevamos –además de las canciones- las palabras con las que el Tata fue engarzando un tema como otro, pero siempre como testigo y protagonista de lo que grandes poetas y músicos sembraron en esta tierra donde, como contó sobre la obra de Kartun “La vis cómica”, al inicio no había ni piedras para defenderse de los perros hambrientos.

 

Que de aquella desolación original hayan surgido “Lejana tierra mía” –de la cual hizo unos acordes al inicio- y “Tierra querida” –que cantó sobre el final acompañado por Daniel Frascoli en guitarra-, habla de un apego que fue creciendo al rescoldo de la mixturación entre la sangre y el espíritu hasta generar géneros refinados y soberbios en la música y una lírica popular tan emotiva, reflexiva y exquisita que no tiene nada que envidiarle a nadie.

 

El Tata lamentó no haber llevado las citas de Stravinski y de Mahler que hablan de la importancia de la tradición, pero las reemplazó con sus propios recuerdos. Y con los de otros que, como Raúl González Tuñón, siempre están presentes en su corazón: alguno muy risueño, como la del ladrón que cada tanto empeñaba su ojo de vidrio y que era oriundo de Venado Tuerto; y otros son más bien su sospecha de que Tuñón escribió “Los ladrones” para decir “cada cual vive como quiere”.

 

Son las memorias de distintas “bandas de atorrantes” como las que andaban por Boedo en la época Olivari, Manzi, Castelnuovo, y que los afiches “de diseño” pretenden borrar de la empecinada memoria de algunos porteños. O la que se juntaba en el conventillo de la calle Olavarría 757 (la casa de su hermano Alberto donde el Tata recaló después de 14 meses de colimba, “la peor época de mi vida”), y por donde pasaron Gelman, Urondo, Paco Ibañez, Glauber Rocha, y otros.

 

No hay registros de Youtube de aquellas bohemias, pero está el mantel de “Pippo” –que el Tata mostró a la audiencia- donde el reaparecido Nacho Whisky (“¿Estás vivo, Nacho?” “Sí, estoy vivo”, repetido tres veces como en un relato bíblico) escribió “La calesita del tiempo”, y que al ser interpretada provocó el estremecido grito de “¡¡¡Impresionante!!!” por un muchacho que estaba en la sala y que nos representó a todos.

 

El Tata conversó mucho con el Profe Miguel Praino, su amigo y compañero de toda la vida, evocando tierras donde llevaron nuestra música, o lo que aprendieron de Osvaldo Tarantino (“el Satie del tango”) en las madrugadas del mítico “Gotán”. Digamos que en “Diagonales” se luce Julio Coviello, del mismo modo que Federico Terranova hace un inspirado dúo de cuerdas con Praino, pero también señalemos que el Profe es tanto su viola como Shakespeare su pluma.


En 2022 se cumplen cien años de cuando el joven Tuñón –apenas 17 pirulos- escribió “Eche veinte centavos en la ranura” y el Tata cuenta que se lo dice al Ministro de Cultura y es como si éste oyera llover: “Dios no pasó por aquí”. El que siempre pasa es el Cuarteto, y una y otra vez nos recuerda que “La tradición es la transmisión del fuego, y no la adoración de las cenizas”. Después, que cada cual entienda y viva como quiera.

 

Por Carlos Semorile.

domingo, 10 de abril de 2022

El agrimensor del espíritu de la tierra


 La obra “Scalabrini Ortiz” (Teatro El Picadero, sábados a las 17:30 hs.) es una proeza de la dramaturga Florencia Aroldi, cuyo texto conjuga de modo virtuoso aspectos sobresalientes de la vida pública y privada de este gran pensador nacional. Sin adelantar nada de la trama, sí hay que decir que en escena está también la que fuera su compañera de toda la vida, Mercedes “Mecha” Comaleras, una mujer tan formidable como extraordinario fue el amor que hubo entre ellos.  

 

Alejandra Darín y Pablo Razuk encarnan a “Mecha” y a Raúl con el mismo cuidado con el que la prosa de Aroldi se acercó a la intimidad de sus personajes para iluminar palabras, silencios y gestos. Si ciertos pasajes épicos emocionan hasta las lágrimas (como el conocido relato de Scalabrini sobre la jornada del 17 de Octubre de 1945 –aquí Razuk deja el pellejo-), no conmueven menos los diálogos llenos de sobreentendidos de esta pareja de luchadores a los que nunca les sobró nada.

 

Ambos asumieron el no reconocimiento: “Nosotros éramos y somos místicos de la realidad. Queríamos la realidad por sobre todas las cosas y creíamos y creemos que ella encierra una magnitud de mundo que trasciende de aquello que pueden palpar nuestros elementales sentidos. Así, en nuestra pesquisa, dimos en descubrir lo que después debía aparecer como evidente para todos: que el cuerpo nacional nos pertenecía solo con la estricta condición de permanecer en servidumbre de un interés, de una inteligencia y de un espíritu ajenos (...) Tanto trabajo para demostrar algo que cuando sea comprendido será tan evidente que parecerá una obra estúpida la que estoy realizando (...) Y nuestros hijos asombrados preguntarán un día: ¿Cómo pudo nuestro padre ser tan tonto para perder media vida en demostrar una cosa tan sencilla?”.

 

Esa “cosa tan sencilla” ha vuelto ha quedar oculta para millones de compatriotas a los que este singular agrimensor les dedicó, para que ellos y sus descendientes tuvieran un porvenir emancipado, sus laboriosas horas de investigador, ensayista y pensador. La obra de Aroldi es tan sobria como el propio Scalabrini. Y es tan estremecedora como lo sigue siendo la scalabriniana mixtura de misticismo y realidad.

 

Por Carlos Semorile.