martes, 30 de abril de 2013

Exterminad a todos los negros



El ensayista sueco Sven Lindqvist escribió hace ya tiempo un libro fundamental que, como corresponde, casi no se conoce, pese a que tenemos la fortuna de contar con una edición de la UBA disponible a un precio irrisorio. Es, creo, indispensable leerlo en estos tiempos de resurgidas violencias oligárquicas.

¿Qué tiene de especial el libro de Lindqvist, cuyo título nos reservamos para no adelantar conclusiones? Para empezar, tiene la virtud de ser la obra de un europeo que se anima a correr la delgada capa de barniz civilizatorio con que las potencias de la vieja Europa adornan sus conquistas. Una vez descorrido el velo, aparece la animalidad más primitiva y básica que desemboca en la brutalidad y en el asesinato: “Nuestra exportación más importante -reflexiona como europeo Sven Lindqvist- era (y es, actualizamos nosotros) la violencia”. Para Lindqvist, el origen de todas las violencias imperiales está en una falaz pero inconmovible idea de superioridad: “En África, Australia y América y en todas las miles de islas de los mares del sur, viven razas inferiores. Tienen -quizás- distintos nombres y tienen entre ellos pequeñas diferencias sin importancia, pero todos ellos son, realmente, ‘negros’. ‘endemoniados negros’. ‘Los finlandeses y los vascos y todo lo que se llamen, no son tampoco para tener en cuenta, son una especie de negros europeos, condenados a desaparecer’. Los negros siguen siendo negros, más allá del color que tengan (…) Los negros no tienen ningún cañón y por lo tanto ningún derecho. Sus países son nuestros. Sus ganados y sus campos, sus miserables enseres domésticos y todo lo que poseen y tienen es nuestro, del mismo modo que sus mujeres son nuestras, para tomarlas como concubinas, castigarlas y permutarlas. Nuestras para contagiarlas con sífilis, preñarlas, maltratarlas y hacerlas sufrir ‘hasta que los más perversos de nuestros malvados las hayan convertido en algo más miserable que los animales’ (…) El hipócrita corazón británico palpita por todos, excepto por aquellos que el propio imperio británico ahoga en sangre”.

Lindqvist dice que el autor de las líneas que él ha estado comentando es el aristócrata y socialista escosés R. B. Cunninghame Graham, un hombre que vivió algunos de sus años de juventud en la Argentina. “Después de una vida aventurera en Sud América, había retornado al país natal y a una carrera como político y escritor. Algunos meses después de ‘Bloddy Niggers’ (el escrito de Cunninghame que Lindqvist comenta), Graham leyó el relato Una avanzada de la civilización, y encontró un alma hermana en su crítica al imperialismo y en su asco por la hipocresía. Le escribió a Conrad y con esto se inició un intercambio epistolar, que es único en su seriedad, en su grado de confidencialidad y en su intensidad. Graham se convirtió en el más íntimo amigo de Conrad”. Tiempo después, Conrad leerá Higginson´s Dream, un relato de Graham con cuyo punto de vista se siente plenamente identificado: “Cuando las razas de color se extinguían, esto no se debía a ninguna inferioridad biológica, sino a lo que nosotros llamaríamos hoy el ‘choque cultural’; la exigencia de adaptarse inmediatamente a la singular especie de cultura occidental (el gin, la Biblia y las armas de fuego)”. El personaje de ese cuento de Graham tiene muchas similitudes con el de una novela que Conrad está a punto de escribir, El corazón de las tinieblas: “Higginson es, al igual que Kurtz, cosmopolita, ‘medio francés, medio inglés’. O sea que es, abreviando, europeo. Y al igual que Kurtz representa un Progreso que implica genocidio, una civilización cuyo mensaje es ‘Exterminad a todos los brutos’”.

Y así titula Lindqvist su magnífico ensayo: “Exterminad a todos los brutos”. O a todos los salvajes, o a todos los bárbaros, dependiendo de la traducción. Este es, en definitiva, el corazón del pensamiento civilizador: todo lo que se oponga al progreso civilizatorio, será calificado de bárbaro y pasado a degüello. En las semicolonias, este esquema imperial se repite al interior de nuestras sociedades fragmentadas, y las clases acomodadas ven a las clases subalternas como “negros endemoniados más allá del color que tengan”, multitudes bárbaras opuestas a la civilización o al “republicanismo” de turno.

Del mismo modo que Kurtz, los intelectuales de las derechas latinoamericanas (recientemente reunidos en Rosario) realizan sus incursiones hacia “el corazón de las tinieblas” peronista/kirchnerista/chavista/populista (táchese o agréguese lo que se considere necesario). Y al igual que el personaje de Conrad -luego recreado por Marlon Brando y Francis Ford Copola- se explayan en sus “impresiones” para la compañía naviera o para el medio para el cual editorializan. El contenido siempre es el mismo: una mirada denigratoria de lo que somos como Pueblo, de nuestros dirigentes políticos, y del lamentable destino que siempre nos espera si persistimos en abismarnos por el sendero de nuestras tozudas esperanzas comunitarias, y en la idolatría de unos hombres erróneamente devenidos en mitos (mitos que, según su mirada europea, son un atentado a la “Razón”).

Estos “escribas” cultivan el odio y pregonan la guerra a toda la cultura del pueblo. Desde la suma indigna de todos sus prejuicios, ellos piden que alguien extermine a todos los negros. Algunos dirigentes, como Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Guillermo Montenegro, Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo y otros de la cúpula del PRO, se salen de la vaina por castigar a quienes cometen el pecado de creer que, siendo pobres, les asiste el derecho a una vida digna, a un presente justo y un porvenir dichoso. Dicho en criollo: quieren darle a Magnetto el muerto que el Monopolio necesita para instalar un clima de zozobra y de “final de ciclo”. En esto culmina la barbarie de la razón civilizatoria. Ya nadie pueda darse por no avisado, y decir que no sabía que el “pensamiento cacerolo” empieza golpeando una olla y termina cometiendo crímenes políticos, sociales, culturales y raciales.

Por Carlos Semorile.

viernes, 12 de abril de 2013

Lo fragmentario


    “Poder y Desaparición” es uno de esos estudios que la democracia puso sobre la mesa para reflexionar acerca del Estado Terrorista, sobre sus hórridos mecanismos y sobre el modo en que éstos buscaron afectar a la comunidad civil. Junto con “Política y/o violencia”, es uno de los mejores ensayos sobre el período. Y acaso ambos lo sean porque su autora, Pilar Calveiro, fue una activa militante y una lúcida pensadora sobre las circunstancias que ella misma atravesó como detenida/desaparecida. Al analizar el funcionamiento de los campos de concentración de la Dictadura, Calveiro señala que los prisioneros eran “cuidadosamente separados entre sí por tabiques, celdas, cuchetas. Compartimentos que separan lo que está profundamente interconectado”. Esta compartimentación, agrega Calveiro, funciona “como antídoto del conflicto” que se busca desactivar, y trabaja desintegrando lo que antes estaba organizado. Asimismo, esa separación esquizofrénica no sólo atraviesa a los sujetos y al propio campo de reclusión, sino también a la sociedad en su conjunto. Una sociedad, pues, separada en compartimentos estancos, alejados entre sí sus miembros por mecanismos que desintegraban el tejido comunitario, al punto tal de llegar a una zona cierta de esquizofrenia: la de no poder reconocerse como hijos de un mismo pueblo.

Me he permitido este largo preámbulo para recordar que de ahí venimos, del descalabro social que significaron primero el Terrorismo Estatal, y luego la continuidad del desquicio neoliberal de la Democracia Tutelada. Desde 2003, fuimos dando vuelta la taba y aquella alienación de lo fragmentario fue superada mediante a políticas acertadamente llamadas de integración. Gracias a este proyecto, hoy tenemos solidaridad donde antes había indiferencia, organización donde existió fragmentación, encuentro donde hubo compartimentación, salud en vez de perturbación, militancia donde imperó el miedo. Vaya logros! Vaya conquistas! Si hasta parece mentira estar revertiendo tanto en tan poco tiempo!

Pero el enemigo no descansa y hoy ataca –pecheras mediantes- la unidad de las fuerzas que sostienen esta renacida democracia (a la que deberíamos poder bautizar de un modo que grafique su inaudita novedad y sus fervientes anhelos de soberanía popular). Separar a la militancia de “la gente” parece ser el objetivo de la movida y es un punto crucial porque –como alguna vez explicara Scalabrini Ortiz- “lo más grave, no ha sido la destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país sino la desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los factores que reunidos podrían quizás contrarrestar aquel ataque premeditado”.

Resumiendo: si no queremos regresar a la dispersión, a la fragmentación, a la esquizofrenia de una sociedad dividida en compartimentos estancos, al estado de alienación producto de la desintegración, entonces debemos mantenernos integrados, organizados y solidarios como en estas memorables jornadas de amor comunitario. Ya sé: el amor no suele ser estar dentro de las categorías políticas habituales pero, como dice una buena socióloga y mejor amiga, “la política debiera ser lo que uno hace, genuinamente, en nombre de otro. No contra otros, no meramente juntos a otros. Lo que uno hace en nombre de otro”. En eso andamos los que “unidos triunfaremos”.
Por Carlos Semorile.