domingo, 31 de diciembre de 2023

El flagelo del autodesprecio

 

En las sociedades coloniales, se produce un fenómeno que está fomentado desde las metrópolis que las dominan y que baja a través de todo el aparato de divulgación pedagógico/político por el cual el nativo “aprende o aprende” a despreciarse a sí mismo. Nada muy diferente sucede en las semicolonias, cuyo status de naciones independientes –con su propios himnos, escudos y banderas- enmascaran la dependencia real de sus economías, y donde sus ciudadanos también se postran ante los idealizados “países serios”.   

 

La autodenigración resultante adquiere proporciones de espanto y entonces no es raro escuchar que “éste es un país de mierda” o que por definición todo lo ajeno es mejor que lo propio, empezando por “la gente”.

 

Así las cosas, la vida conversacional rumbea, un día sí y otro también, hacia situaciones de un micro sado-masoquismo que consiste en pasarse el látigo del necesario flagelo, cual si fuera el testigo de una carrera de relevos.  

 

Sin dar nombres ni hacer citas para no complejizar el texto, digamos que un pensador argentino dijo que se trataba de una cultura de la mortificación que, al desplazar la ternura, hacía posible las mayores crueldades.

 

La mortificación empieza por un lenguaje que pone en cuestión todo lo nacional por el sólo hecho de serlo, y llega a niveles demenciales de ultraje como los que sufrieron “los muchachos” antes de salir campeones.

 

¿Se acuerda, no? Si lo recuerda, es probable que conserve en su memoria que los festejos por la obtención de la 3ª copa estuvieron dedicados a la casta periodística que nos quiso convencer que la Scaloneta era una m…

 

Para terminar, y ahora que tal vez hablamos un idioma común no contaminado por el suplicio del autodesprecio, piense que todos esos compatriotas que en estos días –y en los que vendrán- salen a las calles, lo hacen porque nuestro país supo cobijarlos como hijos de una nación soberana en sus decisiones, y cuyos ciudadanos no necesitaban despreciarse. Conocen sus derechos y levantan la bandera del autorespeto.

 

Por Carlos Semorile.


jueves, 28 de diciembre de 2023

La era del Monstruo Inocente


 

En 1996, Horacio González publicó un ensayo titulado “Arlt. Política y locura”. Debe haber sido uno de los primeros libros suyos que leí y, ahora que hay que pensar todo desde cero, vuelvo a él en busca de algunas claves.   

 

Releyendo distintos textos de y sobre Arlt -sobre todo “Los 7 locos” y “Los lanzallamas”, pero también “El juguete rabioso” y algunas de sus “Aguafuertes”-, “El Profe” va enhebrando una serie de reflexiones que nos interesan porque se ocupan de dilucidar lo que ocurre cuando “lo que parece un diálogo (…) muestra la fuerza sospechosa de un monólogo irremediable. Y así, cuando los filamentos impalpables del diálogo son una piel advenediza que convive con un amenazante monólogo, se hacen presentes los bravos signos de la locura. Porque la locura puede ser un monólogo embutido en un diálogo, a modo de falsificarlo, de reventarlo desde adentro, quebrándole sus articulaciones sin quitarle su ropaje de convivencia y civilidad”.   

 

Salvo para Alberto Fernández y algún que otro “consensualista” caído del catre, esta idea de que la derecha enmascara como diálogos sus monólogos ordenancistas y punitivistas, no es o no debería ser un misterio.

 

Retengamos la idea de que “los bravos signos de la locura” no estuvieron ocultos para nadie -antes bien, fueron parte de las bravatas que jalonaron la llegada del futuro rey a su transitorio cargo de presidente-, y siguiendo las anotaciones gonzalianas pensemos si vale la pena seguir preguntando si es o se hace: “La locura implicaría su propia aura desplegada en simulación (…) La farsa de la locura se torna así no una máscara inmune, sino un avatar más de la insensatez y un resumen mórbido de la esencia del Poder”

 

Comentando otros trabajos sobre Arlt, Horacio no acuerda con una mirada demasiado lineal sobre el posicionamiento del autor como equivalente al de sus personajes, y entonces escribe esta frase: “Las ideas políticas en juego no hacen política, hacen ficción, y sólo en tanto hacen ficción, hacen política”. Por eso el gran chasco del debate de los candidatos: uno creía discutir de política, y el otro hacía ficción y así hacía política.

 

¿Cómo es posible un fenómeno semejante? “Es suficiente vulgarizar cualquier ente para transformarlo en una verdad. Un disparate creído –es el estribillo de la voz de Arlt que aquí escuchamos- es metamorfoseado en algo verdadero por una legión de almas enanas y ululantes, dispuestas a entregar su credulidad a borbotones. Son las almas de esos desprotegidos místicos e irresponsables, satisfechos en deponer su raciocinio ante una prédica difundida con ostentosos atuendos técnicos. Esos pobres espíritus forjan su cautiverio con sus creencias. A ellos, les han sido ofrecidas comodidades a cambio de una sustracción de su identidad”. Pocas líneas más adelante, dice: “En el corazón de su ser descabellado, muestra el disparate su tenor político”.

 

Digamos que estas mismas ideas respecto de cómo existe una voluntad de cautiverio ante una prédica disparatada, pero que llega “difundida con ostentosos atuendos técnicos”, reaparecen con fuerza en “Humanismo, impugnación y resistencia”, una obra indispensable editada tras su muerte. Y para cerrar y no olvidarnos que este librito de 1996 nos interpela desde su subtítulo –“política y locura”-, copiemos una última frase: “Al volver a Témperley con el dinero, el Astrólogo brinda nuevas definiciones ante Erdosain: lo ideal sería despertar en muchos hombres una ferocidad jovial, ingenua, inaugurando la era del Monstruo Inocente”. Una era donde la democracia sea reventada “sin quitarle su ropaje de convivencia y civilidad”.

 

Por Carlos Semorile.

sábado, 23 de diciembre de 2023

Fanon, el puente y la conciencia

 

Hay un pasaje de “Los condenados de la tierra” donde Fanon, que viene hablando de la conciencia popular respecto de las tareas políticas como movilizadoras del espíritu de los hombres, hace una afirmación temeraria:

 

“Si la construcción de un puente no ha de enriquecer la conciencia de los que trabajan allí, vale más que no se construya el puente, que los ciudadanos sigan cruzando el río a nado o en barcazas. El puente no debe caer en paracaídas, no debe ser impuesto por un deus ex machina al panorama social, sino que debe surgir por el contrario de los músculos y del cerebro de los ciudadanos (…) Hace falta que el ciudadano se apropie del puente. Sólo entonces todo es posible”.

 

 Dicho hoy, no es difícil imaginar a un nutrido grupo de ciudadanas y ciudadanos que desde el puente lanzan pullas al sufrido Fanon que, en un gomón inflable, busca alcanzar la otra orilla usando sus manos como remos.

 

Chacota al margen, y más allá de que su planteo suene a demasía, hay algo en el mismo que nos lleva a recordarlo justo en el momento en que tantísima gente reniega de las realizaciones que mejoraron sus vidas.

 

La escena, capusottiana, se repite por doquier: jubilados que votan a sus verdugos, aeronavegantes que escupen al cielo, precarizados laburantes que se autoperciben como colonos robinsonianos, y sigue la falsa escuadra…

 

Ante este panorama descorazonador, uno tiende a extrañar a Fanon y se pregunta cómo es que, mientras se hacían los puentes, las universidades, las rutas, las represas y las escuelas, no se trabajó en las conciencias.

 

Aquí es cuando uno recuerda que al peronismo histórico no le fue mejor. Jauretche decía que “John W. Cooke le dijo una vez al general Perón, hablándole de los excesos de la propaganda personal. “Su retrato, general, no se ve, porque ya forma parte del paisaje”. Perón lo entendió y lo llamó a Apold para que oyera… pero como si oyera llover”. Raúl Apold y Carlos Aloé dirigían una empresa de propiedad estatal que concentraba un grupo de medios gráficos y radiales responsable de la publicidad de los actos oficiales.

 

El padre Hernán Benítez, confesor y amigo personal de Evita, le señaló a Perón los excesos de su propaganda: “Cuanto todo suena a Perón, suena Perón”. Y Jauretche diría más tarde que “Se manejó la propaganda de manera masiva y pueril, hasta hacerla irritativa, centrándola en los aspectos superficiales sin ahondar en lo profundo de las realizaciones gigantescas del proceso”. Así, la obra quedaba eclipsada por el rumor de que Perón perseguía a las chicas de la UES o hacía filmar desnuda a la Lollobrigida.

 

¿Dónde situar entonces el punto virtuoso en el que se reúnen la praxis y la conciencia que debería acompañar a dicha práctica? Desde luego, no es –como acabamos de ver- algo que pueda dejarse en manos de publicistas: en todo caso, se les debe exigir que, si no son duchos en atajar, al menos no metan adentro las que se iban afuera. No tenemos una respuesta mejor que la dio el propio Fanon cuando se ocupó del tema en su célebre ensayo: en la disputa por las almas, se trata de politizarlo todo, incluso el espíritu.     

 

Por Carlos Semorile.


viernes, 22 de diciembre de 2023

La dificultad del relato de los derechos


 

Ayer Sturzenegger se burló de esa parte del pueblo que salió a las calles a repudiar el DNU que deroga muchísimos derechos porque, según él, nadie pudo haber leído tan rápido ese texto y tener motivos para rechazarlo.

 

Más allá de la mojada de oreja, lo cierto es que el tema de los derechos y de cómo se los entiende -o no se los comprende como tales- merece un abordaje como el que Rinesi hizo en “Democracia, las ideas de una época”:

 

“¿Qué dice, entonces, el o la que dice “Yo tengo derecho a…”? (…) la primera, es que de hecho no tiene ese derecho que afirma tener. Esto es fundamental, porque es el motivo por el que, como veremos, la derecha, que tiene sobre el mundo un tipo de mirada que vamos a llamar constatativa, simplemente no puede ver que haya un derecho allí donde, de hecho, no lo hay, no puede entender qué quiere decir una frase tan disparatada como la que pronuncia alguien que dice tener un derecho que, de hecho, no tiene (…) La otra cosa que dice la frase “Yo tengo derecho a…”, inmediatamente después de la que ya dijimos, que es que, de hecho, yo no tengo derecho a…, es que eso, que yo no tenga ese derecho, está mal. Que no puede ser. Que es un escándalo. Que “no hay derecho” (…) a que yo no tenga ese derecho. La idea de derecho es inseparable de esta sensación de escándalo frente al desajuste de las cosas en el mundo, y es justo la incapacidad para experimentar esa sensación, para imaginar que el mundo puede ser distinto de lo que de hecho es, lo que le hace imposible a la derecha entender siquiera de qué se habla cuando se habla de derechos. Por eso no hablan sobre eso. Por eso no dicen, no escriben, ni por casualidad, esa palabra, “derechos”, que no les hace el más mínimo sentido. Dicen y escriben “beneficio”, dicen y escriben “ayuda”: no es que tengan problema con los unos ni con las otras. Ni siquiera con que sean, si las circunstancias lo reclaman, grandes. Siempre que sean ayudas, beneficios. Porque de las ayudas y de los beneficios somos objetos. De los derechos no: de los derechos somos sujetos, y con esa idea la derecha no quiere saber nada”.

 

En principio, entonces, estamos yendo un poco hacia atrás, hacia el momento en que ese derecho que tengo aún no ha sido reconocido, pero donde ya existe la disputa entre reclamarlo como tal o negarlo de plano.

 

Como el trabajo de Rinesi se ocupa de hacer un recorrido por estos 40 años de democracia, va historizando sus etapas y, al llegar a la década kirchnerista, continúa y profundiza este asunto crucial de los derechos:

 

“El relato de los derechos, en efecto, es eso: un relato, y es un relato difícil, es un relato exigente, es un relato contrafáctico que exige mucho de aquel a quien se dirige (…) ¿Y el relato de la soberanía frente a unos fondos a los que el kirchnerismo llamó “buitres” y que nadie vio jamás, y el relato de la soberanía energética y comunicacional y satelital, que nadie sabía que eran formas de la soberanía hasta que el kirchnerismo construyó con ellas un discurso y una épica? Querríamos explicarnos: querríamos que se entendiera que lo que tratamos de decir es que esos relatos son grandes y muy importantes relatos, que ya forman parte de la mejor tradición política argentina, querríamos decir que esos discursos son grandes discursos y que esa épica es enteramente compartible y digna de ser acompañada. Pero querríamos decir también que todo eso, que todos esos discursos, que todas esas palabras, importantes, justas, compartibles y dignas de ser acompañadas, eran también muy difíciles. Muy exigentes. Para nada obvias. Y que frente a esas palabras difíciles, exigentes y para nada obvias se levantó en una confrontación en la que tenía todo para salir airoso un discurso mucho más fácil, que era y sigue siendo un discurso que no nos pide que creamos que las cosas son “de derecho” algo distinto a lo que son “de hecho”, que no nos propone que la verdad de lo que decimos esté adelante o detrás de lo que decimos, que no nos invita a desarmar el sentido común con el cual y desde el cual pensamos el mundo, porque se instala en el corazón de ese sentido común y describe el mundo del modo más sencillo y más banal, que por lo mismo no nos exige oír ni entender ni usar palabras difíciles, porque habla como habla (y se jacta de hablar como habla) “el hombre común”, “el hombre de la calle”: “vos”. Y dice cosas como “va a estar bueno”, y dice que tal o cual cosa es “mortal”, y dice cosas cortas, frases cortas, como las que se dicen en la televisión (…) El discurso de lo que algunos han llamado la “nueva derecha” argentina es un discurso de frases cortas y de pocas exigencias, y algo de eso está sin duda en la base de su éxito. Es un discurso fácil pero es sobre todo un discurso descriptivo, descriptivo de lo que ocurre, descriptivo del presente. De cómo son las cosas, no de cómo deberían ser, porque las cosas, para la derecha, no deberían ser de otro modo que el modo en el que son, en el que hoy son, y por lo tanto en el que necesariamente son”.

 

Precisamente aquí es donde Sturzenegger busca que su chicotazo prenda: en el sentido común de quienes asumieron ese discurso fácil y descriptivo. Pero si algo demuestran las masivas movilizaciones de anoche y antenoche, es que una gran parte del pueblo fue interpelada por el exigente relato de las conquistas. Y sabe que no hay derecho a que los canallas se los roben.  

 

Por Carlos Semorile.

jueves, 21 de diciembre de 2023

El tiempo también es sangre

Nunca es sencillo explicar cómo funciona “ese lazo al que llamamos “representación” (y que) involucra también una cierta dimensión de separación y de distancia entre los representados y los representantes, que con mucha frecuencia actúan después con amplia autonomía respecto de aquellos, cuando incluso no los manipulan (…) de los modos más grotescos”.

 

Citamos a Rinesi y una de sus más persistentes preocupaciones, que también debería ser la nuestra porque si bien anoche quedó claro que el DNU es una manipulación grotesca, también es cierto que las multitudes que ayer salieron a repudiar el atropello autoritario, a la vez claman por una acción urgente de las dirigencias políticas, sindicales, sociales y barriales.

 

El rechazo masivo que cosechó la intentona de llevarnos puestos a todas y a todos, debe acelerar al máximo las lecturas y las respuestas de quienes fueron elegidos para ser nuestros representantes. Más aún: sus acciones deberían vibrar en la misma sintonía que el urgido reclamo de las calles. Frente al avasallamiento brutal y la amenaza dictatorial, deben escuchar lo que las muchedumbres saben y enseñan: que el tiempo también es sangre.

 

Por Carlos Semorile.   


miércoles, 20 de diciembre de 2023

El corazón de las tinieblas

El ensayista sueco Sven Lindqvist escribió un libro indispensable llamado “Exterminad a todos los brutos”, o salvajes o bárbaros, dependiendo de la traducción. El título del ensayo está tomado del libro de Joseph Conrad “El corazón de las tinieblas”, y son las palabras finales del “emprendedor” Kurtz, agente de una empresa belga que trafica marfil africano y que dejó de reportarse con sus empleadores. A Kurtz “la Sociedad para la Eliminación de las Costumbres Salvajes le había confiado la misión de hacer un informe que le sirviera en el futuro como guía (…) “panfleto” que cerraba con una nota escrita “con mano temblorosa”: “¡Exterminen a estos bárbaros!”.


Yendo al hueso, la reflexión de Lindqvist pasa por denunciar que todo lo que se oponga al interés imperial de turno de cualquiera de las potencias europeas, será calificado como salvaje y pasado a degüello. En las semicolonias, este esquema se repite al interior de nuestras sociedades fragmentadas, y las clases acomodadas ven a las clases subalternas como “negros endemoniados más allá del color que tengan”, multitudes bárbaras que son indóciles hacia el autoritarismo o el “republicanismo” de turno.

 

Como toda “civilización” esconde en su pliegue más íntimo un proyecto genocida sobre aquellos que no son ni serán nunca “gente de bien”, Lindqvist proclama: “Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos falta es el coraje para darnos cuenta de lo que ya sabemos y sacar conclusiones”. Y lo que sabemos es que desde que intentaron asesinar a Cristina, entramos en el corazón de las tinieblas.

Por Carlos Semorile.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Una clase de filosofía política


 

“Puán” es una voz sobre cuyo origen existe una controversia, pero en tanto sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA es un significante colmado de sentidos que remiten tanto a su historia como a su presente ubicación en la calle del mismo nombre. Pero ahora es también una extraordinaria película que habilita diversas lecturas y que, además, parece destinada a perdurar como una de esas gemas del cine nacional que tocan al unísono una fibra sensible y otra intelectual.

 

Ese entrevero entre la razón y el corazón está muy bien planteado tanto desde el guión como desde la dirección (ambos a cargo de María Alché y Benjamín Naishat), pero alcanza su mejor despliegue en la formidable y sobria interpretación de Marcelo Subiotto en el rol del profesor Pena. El resto del elenco también se luce encarnando personajes que forman parte de ese mundo académico y cotidiano, atravesado por pérdidas, solidaridad, encumbramientos y rivalidades.

 

La primera escena donde vemos a Pena a cargo de una clase, la misma es interrumpida por una militante que advierte sobre la frágil situación de la vida estudiantil. En esa toma está condensado el devenir de “Filo”, que en los años 60 albergó a la naciente carrera de sociología y donde Horacio González junto con un estudiante del CEFyL entraron al aula en la que Borges daba la materia Inglés Medieval para “levantar la clase porque han asesinado a Mussy, Méndez y Retamar”.

 

En el recuerdo de González, “las señoras que venían a escuchar sus clases, muchas con tapado de piel, daban vuelta sus cabezas dejando el cuerpo inerte (…) Pero mostrando caras desencajadas. Esos nombres, inmigratorios y criollos de los obreros asesinados, nada podía decirles, ante la profanación de la palabra de Borges”. Creemos que en “Filo” ya no se ven tapados de piel, pero Pena le da clases particulares a una ricachona. ¿Qué diría Horacio de los rebusques del profe precarizado?

 

Muchas cosas han cambiado desde aquella sede de la calle Viamonte 430, a dos cuadras del Bar Moderno donde, según otro profesor ficcional –el Echeverría de una de las novelas gonzalianas-, seguían escuchándose voces que mencionaban al “Viejo”. Tampoco es la época de Independencia 3065, que había sido un convento y luego “un reducto de revolucionarios”. Pero en Puán sigue practicándose la retórica que “es la gran ciencia de los siglos (…) que nos comunica con los antiguos”.

 

Uno de los inmensos méritos de “Puán” es reflejar de qué modo    aquí sigue viva la retórica, más allá de los “papers” y de la importación de prestigios. Por eso la filosofía política del profesor Pena va de los claustros a los barrios, y por ello la película termina en el sitio donde lo hace, y concluye de esa particular manera. De un modo memorable.  

 

Por Carlos Semorile.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Se asignan el papel de israelíes para tratarnos como palestinos

 

El 25 de mayo de 1962 en un asado entre compatriotas que en ese momento estaban en Cuba y al que asistió el Che, John William Cooke dijo entre otras cosas que “El grupo pretoriano que hoy gobierna en la Argentina fue instruido en “guerra antisubversiva” por los coroneles franceses de Argelia, los asesinos de la OAS: se han asignado el papel de franceses para tratarnos como argelinos”. ¿Hace falta decir que tres lustros después este pronóstico lo llevó a cabo el Terrorismo de Estado?

 

Esta charla de Cooke es conocida como “La conciencia nacional es también conciencia histórica”, pues explicó que “la Historia no es una fuerza misteriosa que se abate como una fatalidad sobre nosotros, sino la designación que damos a la actividad humana; no un desarrollo externo al hombre, sino el resultado de lo que hace el hombre”. De la historia debía rescatarse la “experiencia colectiva acumulada”, pero cuidando de no recluirse en el pasado, quedando así anulado para el futuro.

 

A esta altura habrá quien diga: “¡Uf! ¡Qué pereza! ¡Cuántos datos, cuántas ideas complejas y conceptos difíciles!”. No lo negaremos, pero por eso mismo leemos a Cooke y no a Paladino –¿no lo tenés?: gugleá-.     

 

Esa tarde, sin congelarse ni “volverse pasado”, Cooke trazó un panorama de las dos grandes líneas que pugnan por prevalecer en las luchas políticas argentinas de ayer y de siempre:

 

“Moreno, con visión genial, intentó dar una base material para la revolución democrática: su plan consistía en expropiar las grandes fortunas para crear un fondo de 200 o 300 millones de pesos fuertes destinados a desarrollar la economía, en controlar el comercio exterior y la moneda, en controlar la riqueza minera. Como se ve, un plan bien totalitario. Y en efecto, la oligarquía, que era furiosamente librecambista porque convenía a sus intereses y a los de Gran Bretaña, lo acusó de “jacobino” que era para la época algo así como decirle “marxista-leninista”. Cuando Moreno cayó, víctima de esa casta usuraria, ésta puso trabas constantes a la guerra libertadora, intentando valerse de los ejércitos libertadores para reprimir la protesta de las provincias, arruinadas por el librecambio. A esa sórdida estrechez de tenderos se debió la segregación de las provincias del Alto Perú, el aislamiento del Paraguay, y el surgimiento de movimientos defensistas en las provincias, la anarquía durante varias décadas”.

 

Sí, leíste bien: Cooke llamó “casta usuraria” a los mismos que ayer estatizaron su propia deuda privada –que vamos a pagar quienes no somos parte de la elite-, y que en su furia librecambista te llevan a la miseria mientras amenazan con “palos y balas”. Si Cooke viviera, diría que se asignan el papel de israelíes para tratarnos como palestinos.

 

Por Carlos Semorile.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

El frágil tiempo presente

Sobre el cierre de su extraordinario documental “Nostalgia de la luz”, su director Patricio Guzmán dice: “Quienes tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen, no viven en ninguna parte”.


A partir de esta frase que es casi una sentencia, podemos preguntarnos cómo transitarán el presente y el -una vez más- incierto porvenir aquellos que desoyeron todas las advertencias y que con su voto contribuyeron a fragilizar muchísimo más el territorio que todos habitamos. Nadie sostiene que estábamos en el mejor de los mundos; antes bien, los que votamos por el candidato de UxP lo hicimos dolidos por las graves falencias del gobierno saliente, pero sabiendo que era necesario garantizar los derechos básicos.

 

No sólo creímos que ese piso mínimo debía mantenerse -y ampliarse mucho más con una rebeldía política que siempre le reclamamos a “Nuestro Frondizi”-, sino que por todos los medios a nuestro alcance buscamos ser escuchados por aquellos compatriotas que estaban a punto de sacrificar lo poco que tienen en pos de una quimera que sólo 48 hs después de la jura ya demostró ser una farsa: no vas a ganar en dólares, sino que todo te va a costar mucho más y tu dinero engrosará los bolsillos de los dueños del país.

 

A ninguno de aquellos que iban a votar al candidato opositor se le pedía una proeza teórica que estuviese fuera de alcance de cualquier mortal no entendido en los vericuetos de la ciencia económica: a los mayores, se les pidió recordar la semejanza que el plan “dolartario” tenía con la etapa menemista y su secuela que nos llevó a las jornadas de 2001, y a los más jóvenes tampoco se les exigió que conocieran al dedillo los meandros de la historia argentina: bastaba recordar a Macri y sacar las obvias conclusiones.

 

Aún así, en el mal llamado voto “libertario” se mixturaron todas las edades, todas las profesiones, todos los oficios y, como argamasa y levadura, todos los rencores que conviven en cualquier sociedad de consumo.   

 

Llegados a este punto, una posibilidad a considerar es la que Víctor Hugo Morales planteó en “Mentime que me gusta”: “No es poca la pena del hombre en su cotidianeidad. El odio es una descarga. Hay alguien que le hace añicos la vida, no es la vida misma la que le da contra. Tiene un culpable que explica el fracaso. Así como la música va sembrando una vida dentro del cuerpo, quienes arrojan mentiras sobre el corazón del incauto, le pudren el alma. Le envenenan la sangre, como el humo del tabaco. ¿Cuánto se tarda en hacer la diálisis que permite a la sangre nueva correr por las venas?”.

 

La otra es la que Silvia Bleichmar postuló en “No me hubiera gustado morir en los 90”, cuando tomaba la fábula de Caperucita Roja como ejemplo de quien niega todas las evidencias hasta que “ya es tarde, ya está en las fauces y en la barriga del lobo, hasta que alguien venga a liberarla, porque no sólo ha quedado atrapada sino que ha cedido las pocas fuerzas que tenía para evitar su captura o destruir a su captor”. Tras los anuncios de ayer, no es exagerado decir que éste cuadro habla de los rehenes de sus “olvidos”.

 

Por ello, Bleichmar decía que “La ingenuidad no es una virtud, y si se la presenta como tal es porque en ella se sostiene el beneficio de quienes se aprovechan del que la padece, ya que se caracteriza por un ejercicio de la creencia sin empleo de juicio crítico para separar lo verdadero de lo falso (...) La ingenuidad, francamente, me produce rechazo. De ingenuos está llena la complicidad de “los inocentes” con el Terrorismo de Estado, con los ladrones de bienes públicos, con los golpeadores familiares, con la injusticia en general (...) La ingenuidad política es, también, des-responsabilidad”.

 

Al margen de otras lecturas, todo análisis debe pivotar entre las mentiras que los medios arrojan “sobre el corazón del incauto”, y también sobre la pretendida ingenuidad de quienes anularon su “juicio crítico para separar lo verdadero de lo falso”. Si los incautos no pelean por recuperar la memoria, seguirán sin vivir en ninguna parte y los aplastará el fragilizado presente.  

 

Por Carlos Semorile.

domingo, 10 de diciembre de 2023

El cristiano más triste


 

En 2020, ante la Asamblea Legislativa, dijo Alberto Fernández: “En la Argentina de hoy, la Palabra se ha devaluado peligrosamente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad, o tergiversarla. Muchos creyeron que el discurso es una herramienta idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrático. Yo me resisto a seguir transitando esa lógica. Necesito que la Palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia el valor de la Palabra adquiere una relevancia singular. Los ciudadanos votan atendiendo a las conductas y los dichos de sus dirigentes. Toda simulación, en los actos o en los dichos, representa una estafa al conjunto social y, honestamente, me repugna”.

 

Después de haberlo escuchado en muchas oportunidades, primero como panelista altanero y crítico, luego como candidato y al fin como presidente, creo que es lo más sustantivo que alguna vez expresó.

 

Si rescato –una vez más- este fragmento de aquel discurso suyo, es porque considero que es posible medir a un hombre no según un patrón ajeno, sino por sus propias palabras: éstas de aquí lo condenan.

 

Desde luego, lo condenan muchas más cosas que a lo largo de estos cuatro años no hizo ni dejó hacer, y es por ello que su continua simulación representa una estafa -que nos repugna- al conjunto social.

 

Nos repugnan también las decisiones que tomó en contra de los intereses de las mayorías, haciendo un manifiesto caso omiso de todas las advertencias que se le hicieron desde el llano hasta la alta política.

 

Se despide del cargo que ocupó, según dijo en declaraciones recientes, convencido de haber enfrentado a la única líder popular que lo reconvino de mil modos para que rectificara el rumbo. Nos insulta.

 

Puede que en algún misterioso recoveco de sus soliloquios argumentativos crea estar entrando en la Historia, pero lo cierto es que convendrá recordarlo como a uno de esos resentidos que hacen legión entre los traidores a la causa nacional y popular. Es lo más parecido que hubo a un segundo Frondizi que, como el original, no dudó en jugar para el enemigo en vez de honrar los compromisos asumidos.

 

Lo despedimos con unos versos de las “Sentencias del Tata Viejo”, de Buenaventura Luna, que nos parece que le calzan como un guante:

 

“La fatiga y el cansancio

del que cumplió su jornada,

dejando tierra labrada,

es lo más feliz que existe,

y no hay cristiano más triste

que el cansau de no hacer nada”.

 

Por Carlos Semorile.