sábado, 23 de diciembre de 2023

Fanon, el puente y la conciencia

 

Hay un pasaje de “Los condenados de la tierra” donde Fanon, que viene hablando de la conciencia popular respecto de las tareas políticas como movilizadoras del espíritu de los hombres, hace una afirmación temeraria:

 

“Si la construcción de un puente no ha de enriquecer la conciencia de los que trabajan allí, vale más que no se construya el puente, que los ciudadanos sigan cruzando el río a nado o en barcazas. El puente no debe caer en paracaídas, no debe ser impuesto por un deus ex machina al panorama social, sino que debe surgir por el contrario de los músculos y del cerebro de los ciudadanos (…) Hace falta que el ciudadano se apropie del puente. Sólo entonces todo es posible”.

 

 Dicho hoy, no es difícil imaginar a un nutrido grupo de ciudadanas y ciudadanos que desde el puente lanzan pullas al sufrido Fanon que, en un gomón inflable, busca alcanzar la otra orilla usando sus manos como remos.

 

Chacota al margen, y más allá de que su planteo suene a demasía, hay algo en el mismo que nos lleva a recordarlo justo en el momento en que tantísima gente reniega de las realizaciones que mejoraron sus vidas.

 

La escena, capusottiana, se repite por doquier: jubilados que votan a sus verdugos, aeronavegantes que escupen al cielo, precarizados laburantes que se autoperciben como colonos robinsonianos, y sigue la falsa escuadra…

 

Ante este panorama descorazonador, uno tiende a extrañar a Fanon y se pregunta cómo es que, mientras se hacían los puentes, las universidades, las rutas, las represas y las escuelas, no se trabajó en las conciencias.

 

Aquí es cuando uno recuerda que al peronismo histórico no le fue mejor. Jauretche decía que “John W. Cooke le dijo una vez al general Perón, hablándole de los excesos de la propaganda personal. “Su retrato, general, no se ve, porque ya forma parte del paisaje”. Perón lo entendió y lo llamó a Apold para que oyera… pero como si oyera llover”. Raúl Apold y Carlos Aloé dirigían una empresa de propiedad estatal que concentraba un grupo de medios gráficos y radiales responsable de la publicidad de los actos oficiales.

 

El padre Hernán Benítez, confesor y amigo personal de Evita, le señaló a Perón los excesos de su propaganda: “Cuanto todo suena a Perón, suena Perón”. Y Jauretche diría más tarde que “Se manejó la propaganda de manera masiva y pueril, hasta hacerla irritativa, centrándola en los aspectos superficiales sin ahondar en lo profundo de las realizaciones gigantescas del proceso”. Así, la obra quedaba eclipsada por el rumor de que Perón perseguía a las chicas de la UES o hacía filmar desnuda a la Lollobrigida.

 

¿Dónde situar entonces el punto virtuoso en el que se reúnen la praxis y la conciencia que debería acompañar a dicha práctica? Desde luego, no es –como acabamos de ver- algo que pueda dejarse en manos de publicistas: en todo caso, se les debe exigir que, si no son duchos en atajar, al menos no metan adentro las que se iban afuera. No tenemos una respuesta mejor que la dio el propio Fanon cuando se ocupó del tema en su célebre ensayo: en la disputa por las almas, se trata de politizarlo todo, incluso el espíritu.     

 

Por Carlos Semorile.


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