viernes, 6 de mayo de 2016

“Cambiar el mundo de la palabra”



Hoy, en el blog del Pájaro Rojo, leí un muy buen artículo del escritor y activista social inglés George Monbiot -“Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas”- en el que demuestra que la fuerza de esta matriz filosófica radica en que maneja desde las sombras los destinos de cada ser viviente: “El neoliberalismo es tan ubicuo que ni siquiera lo reconocemos como ideología. Aparentemente, hemos asumido el ideal de su fe milenaria como si fuera una fuerza natural; una especie de ley biológica, como la teoría de la evolución de Darwin. Pero nació con la intención deliberada de remodelar la vida humana y cambiar el centro del poder”. Dice Monbiot que “el término neoliberalismo se acuñó en París, en una reunión celebrada en 1938” en la que estuvo el Friedrich Von Hayek, quien seis años más tarde escribió, como quien confiesa un crimen aberrante, un libro llamado “Camino de servidumbre”.

Pero con este asunto del Centenario del Alzamiento de Pascua, ando muy irlandesito y recuerdo que, bastante antes que Von Hayek acuñara el término neoliberalismo, el dublinés W. B. Yeats había alertado sobre “una tradición de vida -perfeccionada y en parte desarrollada por la gente que habla inglés- que ha generado gran riqueza y gran pobreza”, y merced a la cual “cada vida irlandesa era una ruina entre cuyos escombros se podía descubrir lo que tal o cual persona debería haber sido”. Por su parte, Douglas Hyde, otro lingüista y además político irlandés, había manifestado su sorpresa por la facilidad con que los ingleses habían “soportado la pérdida de tantas de sus tradiciones en nombre del progreso material”. Es decir, perdieron lazos sociales de integración comunitaria en nombre de un progreso que no llegaba y dejaba “escombros donde se podía descubrir lo que tal o cual persona debería haber sido”.

Creo que está todo dicho. En el mundo están los Von Hayek, Premio Nobel de economía por llamar neoliberalismo a una doctrina ya existente (“perfeccionada y en parte desarrollada por la gente que habla inglés, que ha generado gran riqueza y gran pobreza”), y están los Yeats, que forman parte de un pueblo rebelde cuyos escritores y poetas “cambiaron el mundo de la palabra”. Y lo cambiaron para la emancipación. Para salir de la servidumbre.

Por Carlos Semorile.

domingo, 1 de mayo de 2016

“La plenitud del placer” (La Organización Negra y nuestros años felices)



Supimos de ellos cuando Sandra y Sergio estudiaban teatro. Hacían “cosas locas” en el patio del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, ahí en la hermosa casona -venida a menos- de French y Aráoz. Para las elecciones del Centro de Estudiantes se presentaron como la Lista Negra y, a contramano del resto de las agrupaciones, pidieron lo imposible: “asistencia bucodental en el establecimiento/guardapolvo gris en las teóricas/desparasitación de todos los gatos de la enad, sin excepción/enanos de jardín sobre Aráoz (…) ascensor hasta la terraza/pelopincho en ídem/más camponeatos de jámbol”, entre otras reivindicaciones. Aún para quienes entonces éramos militantes de juventudes políticas, los panfletos de La Negra (como pronto comenzaron a llamarse) eran una invitación a pensar más allá de las bajadas de línea. Como dicen hoy, casi 32 años después, ellos planteaban lo que nadie: una toma de posición artística.

Que esa postura desde el arte haya derivado hacia “performances urbanas entre la vanguardia y el espectáculo” (como dice el muy buen ensayo de Malala González), y que esas intervenciones puedan leerse en clave política, no desvirtúa la intención original. Basta verlos –pero también escucharlos- en el luminoso “ejercicio documental” que con amor les dedica Julieta Rocco. Allí siguen siendo rostros y voces que no presumen de ninguna otra condición estelar, como no sea la de haber formado parte de La Organización Negra y sus distintas etapas: la guerrilla teatral urbana, la etapa de Cemento donde –como dicen- “el público era nuestro”, la Tirolesa en el CC Recoleta (que incluyó una intervención policial digna de un sainete), y hasta la apropiación nada menos que del Obelisco, que les sirvió de camarín y del cual tuvieron las llaves. Más todavía: para quienes los vimos allí, LON envolvió de libertad el Obelisco.

Y es que aún siendo medidos y sumamente reflexivos en sus testimonios, los integrantes de LON van dejando perlas que hablan, claro, de su experiencia, pero también de las vivencias de muchos que vivimos aquel tiempo como alcanzando “la plenitud de placer”. Si se lo piensa bien, eso es mucho decir para quienes habíamos pasado años fundamentales de nuestras vidas bajo el oscurantismo de la Dictadura. Pasaba por la recuperación del goce de los cuerpos –las fiestas se sucedían unas a otras como en un carnaval de poseídos-, pero también pasaba por la “felicidad de hacer”. De hacer sin medios ni recursos, ni mucho menos “sponsors”, y sin embargo nos movíamos, viajábamos, proyectábamos y, como esos muchachos hermosos que se ejercitaban en las orillas de la General Paz, finalmente “hacíamos”. Acaso sin saberlo, éramos sobrevivientes, y nos consumían las ganas de “vivir la verdad”.

La Organización Negra sacudió conciencias desde el impacto visual y corporal, y no desde una elaboración intelectual. Pero cada uno es cada uno y cada cual es cada cual, y a mí me sigue fascinando aquella leyenda suya del “Primer sábado de septiembre” de 1984. “Algunos de los integrantes de La Negra paseando por Dock Sud se encuentran con el espectáculo dantesco del Perito Moreno en llamas”. Y es que todos nosotros veníamos de un incendio dantesco e, instintivamente, nos pusimos del lado del placer y de la vida.

Por Carlos Semorile.