jueves, 23 de julio de 2020

Cosas que se desean


Ese es el significado de “Desiderata”, palabra que proviene del latín. También significa “cosas que se echan de menos”. Como sea, el término remite a algo que no se tiene y se quiere obtener, con la premura propia que tiene toda avidez, todo apetito no saciado, todo deseo en estado de incierta espera hasta su efectivo cumplimiento. Llegados a este punto, vuelva a mirar la imagen y dígame si cree que los allí retratados están urgidos por algún apremio tan esencial como ineludible. ¿No, verdad?  

Para que toda esta gente circule en “estado de vecindad” con un virus devastador y mortífero es necesario que, previamente, hayan sido convencidos de que tienen necesidades impostergables que están por encima del hecho de que, saliendo a pasear para tomarse un café o una bebida en un vaso plástico, ponen en riesgo sus vidas y las de quienes ellos aman. Como dice el tango de Acho Manzi y Cedrón, “es necesario domar el malón (…) el lugar de la invasión es en la sala, casa por casa”.

¿Por qué “domar el malón”? Porque habíamos comenzado muy bien, tan bien que inclusive teníamos el legítimo derecho a sentir que éramos parte de un esfuerzo colectivo épico. En las primeras semanas, se percibía una energía comunitaria que se hermanaba detrás de las figuras de los trabajadores de la salud, e inclusive detrás de un presidente que seguramente no había sido elegido por todos quienes saludaban con aplausos sus decisiones de priorizar la vida. Pero, ya se sabe, hay intereses demasiado poderosos que no quieren que los argentinos tengamos motivos de genuino orgullo, y nos prefieren humillados y en derrota. Este retroceso implica el regreso de la “cultura de la mortificación”, aquella que habíamos vencido en las urnas. Y muchos ya empezamos a echar de menos la “cultura de la ternura”.

Por Carlos Semorile.

viernes, 10 de julio de 2020

Liderazgo demencial


El 26 de diciembre de 2009, Sandra Russo publicó un artículo en Página/12 que resultó profético. Allí hablaba de ciertos sectores de la sociedad argentina que estaban a la espera del surgimiento de un “liderazgo bestial” para canalizar sus ansias criminales: “Nuestra veta fascista tiene sus dirigentes, pero tiene también muchos voceros en las calles, hombres o mujeres comunes y corrientes que de pronto se entreveran en conversaciones en las que piden matar a unos cuantos. La muerte es una de nuestras tradiciones. Una pulsión argentina que se regodea en soluciones finales. Matarlos a todos es una ilusión degenerada. Hubo una época reciente en la que los mataron. A todos los que pudieron (...) Este año, uno ha tenido la sensación de que si apareciera un liderazgo bestial, tendría sus bases en esa gente que tiene mucho y no quiere perderlo, o en los que tienen muy poco, quizás un freezer y un auto, o una casa propia y un plazo fijo en el banco, y sin embargo arengan la muerte de los que tienen menos que ellos”.

Seis años después, ese “liderazgo bestial” se materializó durante la regencia delincuencial de Macri y sus cómplices, la que pasará a la historia como una experimentación de tipo fascista con sostén electoral.

En la encrucijada actual, en un contexto de pandemia y de una crisis mundial que aún no conoce un nombre adecuado que exprese su singularidad, esos mismos sectores sociales de los que hablaba Sandra Russo en su artículo de 2009 se encuentran ya no a la espera de un nuevo “liderazgo bestial”, sino de un “liderazgo demencial” que dé cuenta del grado de desquicio y de envilecimiento que ellos propugnan.

Lo que está discusión es el poder y, como “la lucha por el poder es la lucha por el lenguaje”, debemos llamar las cosas por su nombre. Estamos frente a una extrema derecha que pide a gritos un “liderazgo demencial” que termine con el mandato democrático del gobierno popular. Sería bueno que Alberto recuerde que Jauretche decía que “conducir y profetizar son cualidades inseparables”, y que alcance a dimensionar las delicadas celadas que le tienden sus nuevos “amigos”. 

Por Carlos Semorile.