sábado, 27 de mayo de 2023

Cristina: retórica y humanismo


  

Volvíamos del acto convocado por Cristina para que sigamos siendo nosotros mismos y no el pálido espectro de un consensualismo insustancial y vacuo, y al llegar al barrio entramos a un café para reponer energías físicas antes de encarar el tramo final hasta casa. Dos mesas más allá, un señor de unos 60 y pico con pinta de “vecino” comentaba por celular el discurso concluido dos horas antes, y decía que “ésto se soluciona tirando 3 misiles” sobre la concurrencia.

 

Este mismo habitué del bar, apenas minutos antes había elogiado la mesura de Cristina en su alocución y la tranquilidad que había transmitido a los manifestantes. Me sorprendió el súbito giro de su propia ponderación serena, a la propuesta de un exterminio masivo que acabe con “ésto” que son millares de compatriotas esperanzados en salir de la encerrona neoliberal que nos condena a ser una colonia.

 

Por la noche me desvelé pensando en cómo entrarle al “sentido común” punitivista que cree que la solución pasa por un nuevo holocausto, y al levantarme busqué la palabra de Horacio González. En “Humanismo, impugnación y resistencia”, escribió: “El odio, evidentemente, es la negación de la reflexión (...) Lo que hay detrás de él no se sabe, porque quizás es el más originario de los tropiezos del alma, un sentimiento que nace ya tropezado. La primacía del odio ya no es provocada por el que me ayuda desde su superioridad haciéndome padecer, sino un sistema comunicacional (...) La fenomenología del odio coincide con la virtualidad de las tecnologías”.

 

Entre quienes aspiramos a recuperar la política como herramienta de transformación y los “vecinos” que piden nuestra aniquilación, existe un calculado tropiezo para el que trabaja el sistema comunicacional hegemónico. Por ello, “El Profe” decía que “La reversión del odio es quizás uno de los temas esenciales de la conciencia-discurso (…) La conciencia se hace discurso; el discurso, conciencia”.

 

Para que exista conciencia debemos ser capaces de articular un discurso que busque revertir el odio, y aquí también González nos dejó una clave: “La retórica desnuda incomoda; es pues mejor contenerla de forma invisible e informulada. Pero hay que convenir que si una conciencia, por más sigilosa que fuera, no contiene una expectativa retórica, no hay humanismo posible. No hay humanismo sin retórica”.

 

Por ello, Cristina incomoda al “bienpensante” cuando su habla abreva en los modismos del habla rea: preferían que fuera dócil como todos aquellos disciplinados que comentan la realidad pero no la cambian. Sin embargo, no hay sigilo posible del mismo modo que “no hay humanismo sin retórica”. El ejercicio retórico de Cristina sale al cruce de la deshumanización creciente de los cuerpos devenidos en carne de mercado y, al politizar la escucha de millones, “inventa almas”. Ya no son las almas tropezadas en la piedra del odio, sino seres cuyo espíritu ha sido despertado para las tareas del humanismo y la conciencia.

 

Por Carlos Semorile.

sábado, 13 de mayo de 2023

“Iluminada por la nostalgia”


  

Por razones que no llego a explicarme, me encuentro situado entre dos imposibles: el de alcanzar a comprender el pulso íntimo de la escritura del rumano Mircea Cărtărescu -sus libros obligan a sofrenar cualquier voracidad para ir a su ritmo, a la espera de que la mente y el corazón se acompasen con la iluminación que acaban de recibir del texto leído-, y el de haber registrado como si fuera por vez primera una imagen de mi madre que debo haber visto antes centenares de veces.

 

Se trata de una foto de Brigi donde ella está mirando por la lente de una cámara, y la potencia del retrato es tal que pareciera haber sido tomada por un profesional. Si éste fuera el caso, la fotografía es creación de la única tía que por entonces sabía de luces y lentes por haber sido discípula de Raota. O acaso fue su compañero, el hermano de mi vieja. Pero me gusta pensar que fue mi padre quien manejó el obturador, y se dejó llevar por el deseo que creo percibir en el cuadro.

 

Sea como fuere, este asunto, como todos los de un pasado esquivo, terminan por horadar el presente y, como dice Cărtărescu, “esta realidad tan firme, tan fría y tan dura, nítidamente dibujada en la vista y el oído, se deshile con el paso del tiempo hasta volverse irrecuperable y, poco a poco, los sueños, los recuerdos no fotográficos, no eidéticos e infieles, en los que el color se demora gracias al dulce ataque de las emociones y, sobre todo, las restauraciones y las reconstrucciones, levantadas en el viento y en la infelicidad y que, apiladas, sirven a su vez como cimientos, se extienden en la realidad, se contaminan de ella, se reflejan en ella y ella en ellos, hasta que un color psíquico, el de la nostalgia que no sabe ya qué es sueño y qué es real, se expande sobre todas las imágenes queridas e hipnóticas de nuestra vida”.

 

Ese “color psíquico” es, si no vengo leyendo mal al rumano, el que nos permite acceder a “otra realidad, antiquísima e inmediata, iluminada por la nostalgia y oscurecida por la extrañeza”. Complejo, ¿no? Hay otras muchas complejidades a descubrir en libros como “Nostalgia”, “El ojo castaño de nuestro amor” y en la trilogía “Cegador”, compuesta por “El ala izquierda”, “El cuerpo” y “El ala derecha”. (Aún no leí “Solenoide”).

 

Vuelvo a Brígida y a la idea de la belleza que compartió con sus hermanas y hermanos, a partir de verla caminar a su propia madre con un simple vestido de percal por el patio de baldosas de una antigua casona de Villa Santa Rita. Es la misma devoción que me impactó de niño cuando me atrapó una de esas “imágenes queridas e hipnóticas”, la de mi madre irradiando un fulgor violeta en el tibio rescoldo de una noche del final del verano. Tal vez no acierte a ser veraz con Cărtărescu, pero él me ayudó a recuperar lo que estaba oscurecido por la extrañeza. 

 

Por Carlos Semorile.