sábado, 13 de mayo de 2023

“Iluminada por la nostalgia”


  

Por razones que no llego a explicarme, me encuentro situado entre dos imposibles: el de alcanzar a comprender el pulso íntimo de la escritura del rumano Mircea Cărtărescu -sus libros obligan a sofrenar cualquier voracidad para ir a su ritmo, a la espera de que la mente y el corazón se acompasen con la iluminación que acaban de recibir del texto leído-, y el de haber registrado como si fuera por vez primera una imagen de mi madre que debo haber visto antes centenares de veces.

 

Se trata de una foto de Brigi donde ella está mirando por la lente de una cámara, y la potencia del retrato es tal que pareciera haber sido tomada por un profesional. Si éste fuera el caso, la fotografía es creación de la única tía que por entonces sabía de luces y lentes por haber sido discípula de Raota. O acaso fue su compañero, el hermano de mi vieja. Pero me gusta pensar que fue mi padre quien manejó el obturador, y se dejó llevar por el deseo que creo percibir en el cuadro.

 

Sea como fuere, este asunto, como todos los de un pasado esquivo, terminan por horadar el presente y, como dice Cărtărescu, “esta realidad tan firme, tan fría y tan dura, nítidamente dibujada en la vista y el oído, se deshile con el paso del tiempo hasta volverse irrecuperable y, poco a poco, los sueños, los recuerdos no fotográficos, no eidéticos e infieles, en los que el color se demora gracias al dulce ataque de las emociones y, sobre todo, las restauraciones y las reconstrucciones, levantadas en el viento y en la infelicidad y que, apiladas, sirven a su vez como cimientos, se extienden en la realidad, se contaminan de ella, se reflejan en ella y ella en ellos, hasta que un color psíquico, el de la nostalgia que no sabe ya qué es sueño y qué es real, se expande sobre todas las imágenes queridas e hipnóticas de nuestra vida”.

 

Ese “color psíquico” es, si no vengo leyendo mal al rumano, el que nos permite acceder a “otra realidad, antiquísima e inmediata, iluminada por la nostalgia y oscurecida por la extrañeza”. Complejo, ¿no? Hay otras muchas complejidades a descubrir en libros como “Nostalgia”, “El ojo castaño de nuestro amor” y en la trilogía “Cegador”, compuesta por “El ala izquierda”, “El cuerpo” y “El ala derecha”. (Aún no leí “Solenoide”).

 

Vuelvo a Brígida y a la idea de la belleza que compartió con sus hermanas y hermanos, a partir de verla caminar a su propia madre con un simple vestido de percal por el patio de baldosas de una antigua casona de Villa Santa Rita. Es la misma devoción que me impactó de niño cuando me atrapó una de esas “imágenes queridas e hipnóticas”, la de mi madre irradiando un fulgor violeta en el tibio rescoldo de una noche del final del verano. Tal vez no acierte a ser veraz con Cărtărescu, pero él me ayudó a recuperar lo que estaba oscurecido por la extrañeza. 

 

Por Carlos Semorile.

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