viernes, 29 de junio de 2018

“Tomar las metáforas al pie de la letra”



Alguna vez, haciendo un apretado resumen de los logros del peronismo, Raúl Scalabrini Ortiz los sintetizó diciendo que durante aquella década “Había un pequeño horizonte para cada esperanza”. Por más que busco y leo, sigo sin encontrar una definición mejor, por lo mucho que expresa y porque lo sitúa al alcance de cualquiera que no esté cegado por su liberalismo, sea de derecha o sea de izquierda.

Cada vez que quise explicar la extraordinaria dimensión política de la década kirchnerista, utilicé la frase de Scalabrini porque entendía que situaba las discusiones en un nivel humano, palpable y cotidiano, más allá de cualquier preconcepto ideológico, ya fuese que pretendiesen corrernos con el peronómetro oxidado, o que lo hicieran los izquierdistas pre-marxistas, los que Carlos Olmedo decía que son como esos futbolistas que, de tan habilidosos, se terminan “marcando solos”. 

Pero, en verdad, los debates nunca fueron “mano a mano”. Siempre intervenía un sigiloso “silabeo” de verdades reveladas, emitidas por un formidable andamiaje mediático de captura de conciencias. Y, como dijera hace muchos años García Márquez: “Veinticuatro horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”.

Su resultado fue una legión de emponzoñados que creían alcanzar el cenit de su conciencia ciudadana cada vez que repetían, por ejemplo, la palabra “cepo”. Días antes de la elección de 2015, me enteré con estupor de que muchos de estos “monotributistas de la sordera” corrían a comprar un puñado de dólares que luego revendían, haciendo apenas una diferencia de $300 mensuales, mientras puteaban a “La Yegua”.

Durante estos dos años y medio me pregunté muchas veces por el devenir de aquellos antiguos “indignados”, hoy condenados a la mera supervivencia, y a mirar al dólar con “la ñata contra el vidrio”. Pero nunca los recordé tanto como hoy, cuando la divisa extranjera –ellos suelen olvidar este delicado dato de vital soberanía económica- anda rozando un piso, tan frágil como provisorio y fugaz, de 30 mangos.

Y también porque pienso en todos los despedidos de estos últimos días (los de Télam, los de la fábrica de lavarropas y electrodomésticos Mabe, los de Radio del Plata, los de la Clínica Favaloro, etc.), y en que a cada uno de ellos este gobierno de canallas le está robando la posibilidad de alcanzar sus sueños, la posibilidad de tener “un pequeño horizonte para cada esperanza”. Y eso es, sencillamente, imperdonable.

Por Carlos Semorile.

jueves, 28 de junio de 2018

Nostalgias del antimacrismo prematuro



Cuando participamos en la “campaña del miedo”, lo que más me llamó la atención fue la frialdad –lindando en la gelidez- de muchos compatriotas ante las advertencias de que votar por “el cambio” significaba tirar por la borda todo lo duramente conquistado en los doce años de gobiernos kirchneristas. Convencidos de que no iban a perder nada y que, por el contrario, iban a sumar más beneficios, nos miraban como a criaturas extrañas que hablaran una jerga desconocida.

Apenas comenzó “el cambio” hubo dolo y estafa en las principales decisiones políticas, como quitarle las retenciones al mal llamado “campo” y a las empresas mineras, junto con una devaluación salvaje. Como cualquiera podría haber previsto, un dólar a casi 15 pesos trajo consecuencias inmediatas en el precio de alimentos básicos de la canasta familiar (recuérdese el aumento del pan y el aceite), afectando la capacidad de consumo de las familias argentinas.

El mismo 10 de diciembre de 2015, la Guardia de Infantería reprimió a los trabajadores bancarios. Poco después, cobraron los estatales de La Plata y en esa misma ciudad varias mujeres de organizaciones sociales fueron baleadas cuando reclamaban por trabajo y comida frente a la gobernación. Casi enseguida, los militantes del CC Batalla Cultural de Olivos fueron privados de la libertad y torturados en una comisaría. El macrismo comenzaba a develar su verdadero rostro, su ADN siniestro.

Todo aquello parece muy lejano, sobre todo cuando el dólar acaricia un piso de 30 mangos, cuando los tarifazos pierden su “savoir faire” de “reacomodamiento” de costos por servicios aún más ineficientes que antes del “cambio”, y cuando han ocurrido crímenes tan graves y tan alevosos como la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado, el asesinato a mansalva de Rafael Nahuel, o el caso del niño Facundo Ferreira, ejecutado vía “gatillo fácil” por la policía tucumana.

Para hacer el recuento de todas las barbaridades económico/sociales, y de todo el salvajismo represivo de estos dos años y siete meses, sería necesario escribir un nuevo “Diario de los años de la peste”. Una peste que significó una oleada de despidos masivos en el sector privado y también en el sector público, estos últimos  acompañados de una persecución ideológica inédita en más de 30 años de democracia. Revisión de los perfiles que los empleados tienen en las redes sociales, elaboración de listas de indeseables, e inclusive allanamientos nocturnos (al mejor estilo Grupo de Tareas, con puertas demolidas a patadas) en los domicilios de jóvenes funcionarios del gobierno anterior.

El revanchismo tomó la forma de la acechanza, y se determinó que las fuerzas de seguridad se dedicasen a la cacería del disidente. Hoy es el turno de la Agencia Oficial de Noticias, Télam, donde la caza de brujas no tiene nada que envidiarle a ningún período inquisitorial. Como muchas veces se dijo, debimos haber hecho “campaña del terror” para alertar sobre lo que se venía. Sin embargo, la responsabilidad mayor es de todos los que, aún siendo advertidos, pusieron en manos criminales algo tan delicado como los resortes del aparato del Estado.

Por Carlos Semorile.