jueves, 28 de junio de 2018

Nostalgias del antimacrismo prematuro



Cuando participamos en la “campaña del miedo”, lo que más me llamó la atención fue la frialdad –lindando en la gelidez- de muchos compatriotas ante las advertencias de que votar por “el cambio” significaba tirar por la borda todo lo duramente conquistado en los doce años de gobiernos kirchneristas. Convencidos de que no iban a perder nada y que, por el contrario, iban a sumar más beneficios, nos miraban como a criaturas extrañas que hablaran una jerga desconocida.

Apenas comenzó “el cambio” hubo dolo y estafa en las principales decisiones políticas, como quitarle las retenciones al mal llamado “campo” y a las empresas mineras, junto con una devaluación salvaje. Como cualquiera podría haber previsto, un dólar a casi 15 pesos trajo consecuencias inmediatas en el precio de alimentos básicos de la canasta familiar (recuérdese el aumento del pan y el aceite), afectando la capacidad de consumo de las familias argentinas.

El mismo 10 de diciembre de 2015, la Guardia de Infantería reprimió a los trabajadores bancarios. Poco después, cobraron los estatales de La Plata y en esa misma ciudad varias mujeres de organizaciones sociales fueron baleadas cuando reclamaban por trabajo y comida frente a la gobernación. Casi enseguida, los militantes del CC Batalla Cultural de Olivos fueron privados de la libertad y torturados en una comisaría. El macrismo comenzaba a develar su verdadero rostro, su ADN siniestro.

Todo aquello parece muy lejano, sobre todo cuando el dólar acaricia un piso de 30 mangos, cuando los tarifazos pierden su “savoir faire” de “reacomodamiento” de costos por servicios aún más ineficientes que antes del “cambio”, y cuando han ocurrido crímenes tan graves y tan alevosos como la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado, el asesinato a mansalva de Rafael Nahuel, o el caso del niño Facundo Ferreira, ejecutado vía “gatillo fácil” por la policía tucumana.

Para hacer el recuento de todas las barbaridades económico/sociales, y de todo el salvajismo represivo de estos dos años y siete meses, sería necesario escribir un nuevo “Diario de los años de la peste”. Una peste que significó una oleada de despidos masivos en el sector privado y también en el sector público, estos últimos  acompañados de una persecución ideológica inédita en más de 30 años de democracia. Revisión de los perfiles que los empleados tienen en las redes sociales, elaboración de listas de indeseables, e inclusive allanamientos nocturnos (al mejor estilo Grupo de Tareas, con puertas demolidas a patadas) en los domicilios de jóvenes funcionarios del gobierno anterior.

El revanchismo tomó la forma de la acechanza, y se determinó que las fuerzas de seguridad se dedicasen a la cacería del disidente. Hoy es el turno de la Agencia Oficial de Noticias, Télam, donde la caza de brujas no tiene nada que envidiarle a ningún período inquisitorial. Como muchas veces se dijo, debimos haber hecho “campaña del terror” para alertar sobre lo que se venía. Sin embargo, la responsabilidad mayor es de todos los que, aún siendo advertidos, pusieron en manos criminales algo tan delicado como los resortes del aparato del Estado.

Por Carlos Semorile.

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