Cuando participamos
en la “campaña del miedo”, lo que más me llamó la atención fue la frialdad
–lindando en la gelidez- de muchos compatriotas ante las advertencias de que
votar por “el cambio” significaba tirar por la borda todo lo duramente conquistado
en los doce años de gobiernos kirchneristas. Convencidos de que no iban a
perder nada y que, por el contrario, iban a sumar más beneficios, nos miraban
como a criaturas extrañas que hablaran una jerga desconocida.
Apenas comenzó
“el cambio” hubo dolo y estafa en las principales decisiones políticas, como
quitarle las retenciones al mal llamado “campo” y a las empresas mineras, junto
con una devaluación salvaje. Como cualquiera podría haber previsto, un dólar a
casi 15 pesos trajo consecuencias inmediatas en el precio de alimentos básicos
de la canasta familiar (recuérdese el aumento del pan y el aceite), afectando
la capacidad de consumo de las familias argentinas.
El mismo 10 de
diciembre de 2015, la Guardia de Infantería reprimió a los trabajadores
bancarios. Poco después, cobraron los estatales de La Plata y en esa misma
ciudad varias mujeres de organizaciones sociales fueron baleadas cuando
reclamaban por trabajo y comida frente a la gobernación. Casi enseguida, los
militantes del CC Batalla Cultural de Olivos fueron privados de la libertad y
torturados en una comisaría. El macrismo comenzaba a develar su verdadero
rostro, su ADN siniestro.
Todo aquello
parece muy lejano, sobre todo cuando el dólar acaricia un piso de 30 mangos,
cuando los tarifazos pierden su “savoir faire” de “reacomodamiento” de costos
por servicios aún más ineficientes que antes del “cambio”, y cuando han
ocurrido crímenes tan graves y tan alevosos como la desaparición seguida de
muerte de Santiago Maldonado, el asesinato a mansalva de Rafael Nahuel, o el
caso del niño Facundo Ferreira, ejecutado vía “gatillo fácil” por la policía
tucumana.
Para hacer el
recuento de todas las barbaridades económico/sociales, y de todo el salvajismo
represivo de estos dos años y siete meses, sería necesario escribir un nuevo
“Diario de los años de la peste”. Una peste que significó una oleada de
despidos masivos en el sector privado y también en el sector público, estos
últimos acompañados de una persecución
ideológica inédita en más de 30 años de democracia. Revisión de los perfiles
que los empleados tienen en las redes sociales, elaboración de listas de
indeseables, e inclusive allanamientos nocturnos (al mejor estilo Grupo de
Tareas, con puertas demolidas a patadas) en los domicilios de jóvenes
funcionarios del gobierno anterior.
El revanchismo
tomó la forma de la acechanza, y se determinó que las fuerzas de seguridad se
dedicasen a la cacería del disidente. Hoy es el turno de la Agencia Oficial de
Noticias, Télam, donde la caza de brujas no tiene nada que envidiarle a ningún
período inquisitorial. Como muchas veces se dijo, debimos haber hecho “campaña
del terror” para alertar sobre lo que se venía. Sin embargo, la responsabilidad
mayor es de todos los que, aún siendo advertidos, pusieron en manos criminales
algo tan delicado como los resortes del aparato del Estado.
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