viernes, 31 de agosto de 2018

Las palabras y los discursos



Parece que fue hace mucho, pero no sucedió hace tanto: el monopolio mediático taladraba con la palabrita “cepo” y, como alguna vez dijo García Márquez, “Veinticuatro horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”. Por entonces, “la gente” –otra “palabrita” discutible- comenzó a creer que el famoso “cepo” le impedía progresar en verdes, cuando en verdad podía vivir y proyectar en pesos.

La espeluznante corrida cambiaria de este tiempo macrista devela que el famoso “cepo” (palabra con reminiscencias “mazorqueras”, pero también “martinfierristas”, aunque éstas últimas se las ocultaron) fue un invento para que usted no advirtiera que, en realidad, se trataba de una política destinada a evitar que esta runfla de especuladores lograse fugar divisas y que, en cambio, las mismas estuviesen al servicio de todo lo que hoy peligra, como salud, educación, consumo y empleo.

También sirvió para que usted se sintiese solo y resentido, abrumado por la artificial sensación de hallarse metido en el cepo de “los mazorqueros de La Cámpora”, mientras iba siendo empujado a embretarse solito en una “leva forzosa” de lectores de Clarín, oyentes de Radio Mitre, y televidentes de TN y Canal 13 que, movidos por el odio, metieron sus propias cabezas –pero, ay!, también las ajenas- en este cepo real –no imaginario- donde sus pesos y sus ahorros no valen nada.

Debido a esto, me permito sugerirle que de, aquí en adelante, deje de ser tan cándido y comience a tener más cuidado con las palabras, porque ellas son las que definen las cosas y, en última instancia, determinan el sentido de la realidad. Y, como ya habrá notado, no todo “es lo mismo”, ni todos obramos de la misma manera: unos cuidamos el mercado interno, el empleo y el salario, y otros –los dueños de los micrófonos y también de “los mercados”- le meten la mano en el bolsillo.  

Para no “enceparse” de nuevo, aprenda a distinguir entre el mero ruido y un discurso genuino. El ruido es, como en los boliches, atronador y envolvente, pero luego de la farra se desinfla como un globo. El discurso requiere prestar atención (“prestar”, o sea una donación de su valioso tiempo), una cuota importante de silencio, y hasta grandes dosis de paciencia, es verdad; pero, a cambio, es muy probable que usted llegue a ver todo aquello que los medios le ocultan.

Se lo digo aprovechando que se le ha caído la venda del cepo (en realidad se la han quitado brutalmente, mientras lo provocan bailando una macabra danza de billetes verdes que se esfuman), y para que sepa que hay “palabras-cepo” que andan a la caza de su renacida credulidad: “gradualismo”, “gobernabilidad”, “coalición”. Complete usted la lista…  

Por Carlos Semorile.