miércoles, 2 de marzo de 2011

El Sexenio de Nuestros Bicentenarios y el Derrumbe de los Negacionismos

Los argentinos vivimos días de una intensidad formidable, bienvenida para las mayorías, atemorizante para unos pocos. Puede pensarse que el año electoral es el nervio oculto de nuestras ansiedades, la traviesa fuente de las adrenalinas desatadas o por desatarse. Las expectativas, los deseos, y hasta los sueños de millones de compatriotas se expresarán en octubre en una jornada que entrará en la historia. Sin renunciar a la lucha, confiemos. Demos por descontada la ratificación del rumbo que nos ha sacado de la postración y el abatimiento. Los que hoy están de pie no van a rendirse al palabrerío hueco, abstracto y sin espíritu de los mercaderes de nuestro patrimonio social y cultural. Confiemos, pues, sin renunciar a la lucha. Porque la pelea se prolongará más allá del triunfo de octubre, y nos seguirá llevando hacia el denso y muchas veces oscuro drama de cada día. Seguiremos inmersos en esta magnífica batalla cultural que reclama todo de todos, en un esfuerzo descomunal que -si pudiésemos verlo con perspectiva histórica- nos daría la exacta dimensión de nuestra valía, de lo que somos y de lo que aún podemos ser. Hete aquí el formidable despliegue de intensidades políticas en el que estamos jugados al menos tres generaciones que luchan por su redención. Si hemos de bucear en el origen de nuestras ansias que vacilan entre el temor y la esperanza, habrá que remontarse hasta el escondido pliegue en donde anida todo lo malamente inculcado y aprendido. Aunque los hechos están a la vista, hay que saber mirarlos. Una machacante propaganda de desánimo se interpone entre la realidad -sustantivamente mejorada- y el alma atónita de quienes quieren creer pero todavía no se animan. Ese es el núcleo duro al que no llegan las estadísticas, ni se deja impresionar por las realidades más contundentes e irrefutables. Sobre esa argamasa de “incredulidad mezquina” trabaja el negacionismo de los exclusivistas, de los dueños de la avaricia. ¿Qué es el “negacionismo”? Técnicamente, consiste en difuminar la verdad de todo un período social hasta lograr borrar los crímenes históricos de la memoria colectiva. Sus exponentes modernos han sido los negacionistas del Holocausto, y antes los del Genocidio Armenio. No precisamos irnos tan lejos pues aquí los conocemos de sobra, y en los juicios por los crímenes de lesa humanidad se les escucha lamentarse de haber ganado la batalla de las armas y haber perdido la guerra cultural. Efectivamente: si deben sentarse frente a tribunales imparciales, ello ocurre porque no pudieron derrotar las reservas de memoria y coraje de vastos sectores de la sociedad argentina. Hoy están abandonados a su suerte por quienes usufructuaron sus servicios, o sea las mismas clases acomodadas que defienden, negacionismo mediante, sus enormes privilegios. Es negacionista el terrateniente sojero que esconde el crimen de la trata, y también lo es la empresaria textil que terceriza la confección de sus prendas en infectos talleres donde se pudren gentes de nacionalidades y colores que detesta. Las inspecciones de los organismos oficiales registran abundantemente la esclavitud y el sometimiento, pero ellos seguirán negando que “había un olvido tan grande de sus personas, de su necesidad, de su pobreza”, que “había un olvido tan grande casi de su biología”. También abrevan en las aguas del negacionismo las empresas de todo tipo que no le brindan la protección adecuada a sus trabajadores, las que les pagan en negro y/o no realizan los aportes jubilatorios de sus empleados. Cometen un crimen que se cobra vidas, y que se traga el capital que los humildes ganaron con el sudor de su frente. Pero la oligarquía se amucha en poderosas cámaras empresariales, y desde allí niegan que los aumentos de precios tengan por objeto maximizar sus ganancias y desbaratar los aumentos del salario mínimo. Por su parte, los exportadores agrícolas y ganaderos continúan y continuarán negando que sea criminal exportar las proteínas que necesita el pueblo argentino. Todos ellos, grandes ruralistas, industriales de peso, colosales exportadores y especuladores de toda calaña, necesitan y han encontrado socios impensados que también contribuyen a sus atropellos. Estos actores subalternos (entre ellos algunos sindicalistas y medianos productores agrícolas), cooperan con la fábula negacionista, más que como socios, como partícipes necesarios de una estafa mayúscula a sus representados. Pero estos poderosos no han ganado una elección en su vida, y allá va la oposición servil a poner la jeta con la ilusión intacta en el eterno retorno del neoliberalismo. Tampoco alcanza: el fantasma del helicóptero rampante espanta hasta al más crédulo. Aparece aquí, por fin, el aparato mediático que ha construido y mantenido en pie todo el andamiaje del negacionismo, empezando por sus propios delitos que forman parte del genocidio de los argentinos. Este monopolio de los medios se basa en la negación de que su existencia misma representa la imposibilidad de reconocernos en nuestra pluralidad. Es como vivir en una casa que en lugar de espejos tiene pósters y, entonces, en vez de saber quiénes somos, nos obligan a tratar de “igualarnos” a lo que se supone es un ideal superior. Si en plano personal “no hay deseo más doloroso que el de ser diferentes de quienes en realidad somos”, no es tan distinto en el plano colectivo. Y es ciertamente un crimen comunitario (negado siempre por todos los negacionistas) el intentar apartarnos de nuestra matriz cultural mestiza. Acaso los festejos del Bicentenario hayan significado un primer golpe de gracia para los dispositivos que formatean la sumisión y el menoscabo de todo lo propio en beneficio de lo ajeno. Aquella fiesta maravillosa nos acercó a sentir lo que en realidad somos cuando somos nosotros mismos, cuando nos reconocemos en nuestra historia olvidada, cuando apelamos a nuestros propios recursos, cuando actualizamos las potencialidades que nos adormecieron adrede. Pero es preciso asumir que estamos viviendo el Sexenio de Nuestros Bicentenarios, que en 2013 deberíamos celebrar el Bicentenario de la Asamblea del Año XIII sin esclavitud de ninguna índole, y que en 2016 tendríamos que festejar el Bicentenario de la Declaración de Independencia libres de toda sujeción a los intereses de las potencias extranjeras. El derrumbe del negacionismo, de todos los negacionismos históricos y presentes, bien podría ser el legado del Sexenio de los Bicentenarios. Porque -como dijo Cristina ante la Asamblea Legislativa- “estamos en la etapa de la construcción de certezas”, y necesitamos que junto a las represas, los gasoductos, las centrales nucleares y eléctricas, los caminos, los parques industriales, las fábricas, los talleres, el empleo, la salud, la educación y la reparación de cada injusticia, todas ellas certezas fácticas, conquistemos también la plenitud de nuestras certezas espirituales, tales como el derecho a la esperanza y a la fe en los hombres y mujeres de la Patria. Hemos salido de la mentidera del inculcado autodesagrado argentino y podemos -y debemos- sentirnos orgullosos del país que entre todos vamos construyendo, esta vez sí, para todos.
Por Carlos Semorile