jueves, 6 de septiembre de 2018

“La vanguardia serena de todas las épocas”



Mañana a las 18 hs, en el marco de la Feria del Libro de Temática Peronista, se presentará en el Museo Evita un formidable trabajo de Guillermo Korn. Se trata de “Hijos del Pueblo. Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha”, un ensayo donde Korn articula las biografías intelectuales y políticas de Elías Castelnuovo, César Tiempo, José Gabriel, Jorge Newton y Luis Horacio Velázquez, cinco escritores que venían de diversas izquierdas y que confluyeron en el peronismo.

“Confluyeron” tal vez sea un término demasiado ambicioso pues, más allá de algunas amistades puntuales entre un par de ellos, no formaron un grupo orgánico de pensamiento y acción. Sin embargo, ya distanciados de sus antiguas militancias, reflexionaron –como dice Korn- “para encontrar la continuidad de sus valores en un movimiento político heterogéneo, al que procuraron darle una tonalidad singular. Es decir, encontrar y producir motivos de izquierda en el peronismo”.

Algunos de ellos son más conocidos, como César Tiempo y Elías Castelnuovo, lo que de ningún modo quiere decir que se les reconozca plenamente su adhesión al peronismo; el resto, directamente, están dentro de la categoría de “malditos”, y por ende son ilustres desconocidos, pese a que venían peleando, pensando y escribiendo desde las primeras décadas del siglo XX. Castelnuovo dirá de aquellos años: “Era una miseria de una época miserable”.

José Gabriel, por ejemplo, trabajaba en La Prensa y en 1919 lideró la primera huelga en ese diario: “lo que vi en aquella casa era un Estado dentro de otro estado (…) ‘Dejará de salir el sol, pero no La Prensa’ me había dicho el director del monstruo periodístico; pero yo le cerré nueve días La Prensa”. Por su parte, Castelnuovo escribió que “Los Paz (dueños de La Prensa) tenían sus ideas acerca del hambre. Durante un tiempo hicieron una campaña científica para que el pueblo comiese alfalfa. Ellos creían que el hambre se resolvía achicando el estómago o llenándolo de pasto (…) En eso consistía singularmente la libertad de prensa”. ¿Es preciso machacar sobre la actualidad de estas palabras?

Ya en 1943, derrocada la Década Infame por el levantamiento del 4 de junio, se produce una reunión en la SADE y “José Gabriel, a quien le había sido encomendado tomar la palabra en la ocasión, la usó para invitarnos a que reconociéramos que en ese momento la Argentina era un país feliz y que también lo éramos los presentes”. No sería ésta la única ocasión en que imbricara lo íntimo y lo social. En 1949, al comentar la presencia de Perón y Evita en un partido entre Racing y River, dirá: “Quizá nos sentíamos demasiado felices, o no sé si demasiado comprometidos”.

¡Cómo para no estarlo!, si habían visto el coloniaje con sus propios ojos y ahora asistían y participaban de una genuina revolución nacional. Nuevamente, José Gabriel: “Pero la revolución socialista nacional (…) cumplida en el país, es consistente, a despecho de sus fallas, mucho más consistente de lo que suponíamos, y más adelantada que la boliviana de Estensoro, que la guatemalteca de Arévalo, que la china de Mao-Tse-Tung”. Y César Tiempo: “Sobre las ruinas de Cartago se está edificando una Atenas criolla”. Y otra vez Castelnuovo: “Algunos Contreras hablan de ‘la humillación que sufre hoy el pensamiento argentino’, pero cuando el pensamiento argentino (…) vivía realmente humillado, vejado, envilecido, hambreado, escupido, revolcado por el suelo, tuberculoso, mal vestido, con los botines rotos y la barba crecida, nadie hablaba del asunto. Entonces todo iba bien en Dinamarca. Pero los que sufrimos esa situación y la vimos sufrir a todos, sabemos positivamente hoy, después del cambio experimentado en la República, que en Dinamarca todo estaba podrido”.

Como plantea Korn, estos pensadores comprendían cabalmente las tareas revolucionarias de su tiempo, y propiciaban “Un modo de emancipación capaz de refundar la nación argentina basada en los derechos de los trabajadores y una potente cultura popular”. En este sentido, como Castelnuovo, se permitían disentir con las políticas culturales del peronismo: “Tanto que se pelea por la Argentina, y por lo argentino, y por la emancipación del monopolio foráneo, y este renglón, el renglón de la cultura, uno de los más importantes justamente para conquistar tal independencia, tal jerarquía, no se lo tiene en cuenta”.

No es que todo fuera erróneo: Luis Horacio Velázquez presidía la muy activa Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, y permanentemente sumaba propuestas para democratizar al acceso al libro. Como dice Korn: “Lejos de la contraposición maniquea inventada por Ghioldi –alpargatas vs. libros-, para este intelectual (Velázquez) el peronismo es un modo democrático y popular de encarnar la tarea civilizatoria y los libros su mayor herramienta transformadora”. Velázquez creía –son sus palabras- que “la verdadera civilización estaba en las masas populares de gauchos y sus caudillos (…), la barbarie estaba en la minoría culta”.

Pero si había que disentir, disentían. Y es que, en realidad, le hincaban el hueso a problemas de larga data, como cuando Castelnuovo criticaba las revistas para niños importadas de EE.UU., o como cuando José Gabriel trabajaba como encargado de la sección Cultura del diario Democracia, y era el único que osaba interrumpir a Perón cuando no estaba de acuerdo con alguno de sus planteos.

Tal vez por ello mismo, estuvo en la primera línea el 16 de junio de 1955: “Los peronistas conscientes somos la vanguardia serena de todas las épocas” (…) ¿A dónde íbamos, con el viejo impermeable por coraza y las manos limpias? No lo sabíamos. Pero sentíamos que nuestro puesto estaba en el lío (…) El rotundo nombre de Perón jamás fue aclamado con tanta entraña y responsabilidad”.

Luego del golpe del ´55, ellos fueron escarnecidos, como en una cena de la SADE donde el menú consistía en platos cuyos nombres eran los de los peronistas “colaboracionistas” del régimen depuesto. Al respecto, César Tiempo comentaba que un crimen prescribe luego de equis período, pero “el hecho de haber pertenecido a un diario popular, se arrastra en cambio mucho más tiempo (…) Es una lástima que la colección de La Prensa haya desaparecido, en el diario la destruyeron y en la Biblioteca Nacional declaran que se perdió: es increíble. Qué poco civilizados, caramba”.

Habría mucho más para contar, pero corremos el riesgo de transcribir cada una de las páginas de “Hijos del Pueblo”. Lo invitamos, mejor, a que descubra por usted mismo el maravilloso libro de Korn y la exquisita orfebrería con la que engarzó tantos y tan valiosos materiales.

Por Carlos Semorile.