“Poder y Desaparición” es uno de esos estudios que la democracia puso sobre la mesa para reflexionar acerca del Estado Terrorista, sobre sus hórridos mecanismos y sobre el modo en que éstos buscaron afectar a la comunidad civil. Junto con “Política y/o violencia”, es uno de los mejores ensayos sobre el período. Y acaso ambos lo sean porque su autora, Pilar Calveiro, fue una activa militante y una lúcida pensadora sobre las circunstancias que ella misma atravesó como detenida/desaparecida. Al analizar el funcionamiento de los campos de concentración de la Dictadura, Calveiro señala que los prisioneros eran “cuidadosamente separados entre sí por tabiques, celdas, cuchetas. Compartimentos que separan lo que está profundamente interconectado”. Esta compartimentación, agrega Calveiro, funciona “como antídoto del conflicto” que se busca desactivar, y trabaja desintegrando lo que antes estaba organizado. Asimismo, esa separación esquizofrénica no sólo atraviesa a los sujetos y al propio campo de reclusión, sino también a la sociedad en su conjunto. Una sociedad, pues, separada en compartimentos estancos, alejados entre sí sus miembros por mecanismos que desintegraban el tejido comunitario, al punto tal de llegar a una zona cierta de esquizofrenia: la de no poder reconocerse como hijos de un mismo pueblo.
Me he permitido este largo preámbulo para recordar
que de ahí venimos, del descalabro social que
significaron primero el Terrorismo Estatal, y luego la continuidad del desquicio
neoliberal de la Democracia Tutelada. Desde 2003, fuimos dando vuelta la taba y
aquella alienación de lo fragmentario fue superada mediante a políticas
acertadamente llamadas de integración. Gracias a este proyecto, hoy tenemos
solidaridad donde antes había indiferencia, organización donde existió fragmentación,
encuentro donde hubo compartimentación, salud en vez de perturbación,
militancia donde imperó el miedo. Vaya logros! Vaya conquistas! Si hasta parece
mentira estar revertiendo tanto en tan poco tiempo!
Pero el enemigo no descansa y hoy ataca –pecheras mediantes- la unidad de
las fuerzas que sostienen esta renacida democracia (a la que deberíamos poder
bautizar de un modo que grafique su inaudita novedad y sus fervientes anhelos
de soberanía popular). Separar a la militancia de “la gente” parece ser el
objetivo de la movida y es un punto crucial porque –como alguna vez explicara Scalabrini Ortiz- “lo más grave, no ha
sido la destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país
sino la desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los
factores que reunidos podrían quizás contrarrestar aquel ataque premeditado”.
Resumiendo: si no queremos regresar a la dispersión,
a la fragmentación, a la esquizofrenia de una sociedad dividida en compartimentos
estancos, al estado de alienación producto de la desintegración, entonces debemos
mantenernos integrados, organizados y solidarios como en estas memorables
jornadas de amor comunitario. Ya sé: el amor no suele ser estar dentro de las
categorías políticas habituales pero, como dice una buena socióloga y mejor
amiga, “
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