martes, 4 de abril de 2017

“La secta del gatillo alegre…”



“…es también la logia de los dedos en la lata”, escribió Walsh hace cerca de 50 años. Demos ahora un rodeo para luego retomar estos conceptos, y digamos para empezar que toda familia tiene una oveja negra. En nuestro caso se trataba del comisario T., quien por oscuros y sinuosos laberintos fue ascendiendo desde botón de la esquina (que es la época en que lo conoció la tía P. hermanastra de mi abuela) hasta llegar a capo de la Comisaría Nº 15. Me resulta harto difícil despegar su meteórico ascenso de sus propias palabras, como cuando se vanagloriaba de haber incendiado el Barrio Mitre (él lo llamaba “villa”) con “todos esos delincuentes adentro”. Ésa era su idea de combate al raterismo. Con otros tipos de delito no se mostraba tan tajante. En el trato esporádico y utilitario que manteníamos con T., recuerdo haberlo visto ya menos desaforado y más sofisticado en su despacho de la 15ª, con las paredes engalanadas con los cuadros que le regalaban los “marchands” de la zona de Retiro, y donde había hasta una lujosa motocicleta 0Km obsequiada por algún agradecido comerciante. Ya estábamos en plena Dictadura, y nada menos que una sobrina de Martínez de Hoz era su amante. La tía P. hacía la vista gorda.  

Este es un caso testigo del nivel de corrupción, mano dura y racismo (no importa que T. fuese de origen humilde) que siempre ha caracterizado a la policía. O, para decirlo con más propiedad, a las policías bravas, sean federales o provinciales, cuyos orígenes y vicios pueden rastrearse desde el “Martín Fierro” en adelante. En su lúcido análisis del poema de Hernández, Martínez Estrada plantea que la Reorganización Nacional del siglo XIX fue una desorganización moral donde la policía tuvo una función coercitiva similar a la del ejército. Todavía más: “El instrumento de acción del ejército sobre la población civil es, y ha sido, la policía (...) Más que lo militar, lo policial es lo nacional”. Aunque no de modo idéntico, este esquema se replicó durante el Proceso de Reorganización Nacional, y la policía permanece desde entonces como un agujero negro de feraz autoritarismo dentro del sistema democrático.

Hay una larga serie de casos emblemáticos de abuso policial sobre jóvenes de condición humilde y/o jóvenes militantes políticos (Walter Bulacio, Miguel Bru, Sebastián Bordón, Luciano Arruga, Kosteki y Santillán, por nombrar sólo algunos), todos asesinados o desaparecidos en democracia. También, justo es decirlo, a lo largo del período democrático hubo diversos intentos de depuración de unas fuerzas represivas que tienden a clonar esos especímenes como el comisario del comienzo de este relato: enriquecidos no se sabe cómo, muy bien conectados con miembros del establishment económico, político y jurídico, y altamente predispuestos a disparar primero y preguntar después. En opinión de quien esto escribe, fueron Néstor y Cristina quienes mejor comprendieron la necesidad de desarmar a una policía que estaba limitada a observar la protesta social, herencia realmente pesada de la década neoliberal.

Pero apenas iniciado el ciclo de la Alianza Cambiemos, la noche del 12 al 13 de diciembre de 2015, una patota policial irrumpió a palos y golpes en el Centro de Artes Batalla Cultural de Vicente López, deteniendo porque sí a varios jóvenes allí presentes. Nuevamente podríamos enumerar una extensa lista de represiones policiales que se han ido produciendo desde entonces a ahora, y que van desde el amedrentamiento y las amenazas (ya se ha “naturalizado” que la gendarmería filme las movilizaciones), hasta el uso de una violencia inusitada donde nuevamente se dan cita la arbitrariedad, el racismo y el proto-fascismo clásico de la milicada vernácula, y que sale a la superficie avalado por el discurso oficial del macrismo y de los medios instigadores del odio al pobre.

Todo ese crescendo de salvajadas policiales fue dejando escenas dantescas (como la caza de jóvenes mujeres en los alrededores de Plaza de Mayo el 8M), y tuvo otro cenit durante la tremenda represión nocturna en un comedor comunitario de Lanús, donde inclusive secuestraron y torturaron a dos jóvenes, amén de destrozar el lugar, golpear a niños y embarazadas y tirar gas pimienta sobre las ollas donde se cocinaba la cena. Como descreo profundamente de la vocación democrática de los punteros de Cambiemos, no espero nada de Diego Kravtez, secretario de seguridad del distrito. En cambio, espero que los jefes comunales que tienen a su cargo fuerzas policiales tomen nota de a dónde nos lleva todo ese discurso pro-seguridad. Y que también tomen nota quienes pretenden tener control sobre el territorio y terminan en manos de un policía loco que incendia todo un barrio para terminar con “los chorros”.

Parafraseando a Martínez Estrada, lo nacional no puede ser lo policial porque, de ser así, la secta del gatillo alegre y la picana se convierte en un ejército de ocupación. Son síntomas de un nuevo Proceso de desorganización moral donde las fuerzas represivas se autogobiernan, a la par que reciben órdenes precisas de reprimir no las grandes protestas donde somos millares los que marchamos organizados, sino las pequeñas manifestaciones y los locales aislados e indefensos de nuestros compañeros. Así las cosas, todos deben pronunciarse: partidos, frentes, sindicatos, organizaciones sociales, dirigentes. Pilas, muchachos, aunque más no sea háganlo en defensa propia.  

Por Carlos Semorile.

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