lunes, 14 de agosto de 2023

Bajo el signo de la proscripción


  La imagen que acompaña este texto es la de un compañero que, desde los márgenes del sistema, cuestionó aquel sentido común menesteroso que decía que “con Cristina no alcanza, y sin ella no se puede”. Con su mandato virtualmente cumplido, y no habiendo plasmado ninguna de las esperanzas que depositamos en su gestión, sería bueno preguntarle a “Nuestro Frondizi” cuál cree que fue su papel para sembrar la desilusión, la falta de fe y la apatía. Acaso crea que es culpa de “Ella”. Al menos en ésto no estaría solo.  

“Ella” es la única presidenciable proscripta y la única a la que intentaron asesinar para terminar de una vez con el kirchnerismo, la misma consigna que anoche corearon los seguidores de Bullrrich y Milei. No es casual.  

En la búsqueda de culpables –que por momentos adquiere visos de cacería-, “las alegres comadres del consenso” se desentienden de haber acompañado sin chistar una gestión que, en aras de una moderación berreta y a-histórica, desatendió todas las advertencias que Cristina le fuera formulando de distintas maneras (llegó a escribirle una urgida carta abierta), y nos dejó sin horizontes ni banderas que defender. Un horror.

Luego de escuchar todos los discursos de anoche, me parece atinado recordar parte de un escrito de 2009 de Eduardo Rinesi llamado, justamente, “A argumentar, que se acaba el mundo”:

“¿Qué deberíamos pedirle a un líder, a un dirigente democrático virtuoso? Yo lo diría así, muy toscamente: que esté un paso más adelante, sí, que la sociedad que pretende conducir, pero que pueda argumentar frente a esa sociedad (frente a los ciudadanos y a las organizaciones que componen esa sociedad) sobre la conveniencia de la dirección y el sentido en el que pretende conducirla. Que pueda persuadirla y que logre así, por la vía de la argumentación y de la persuasión, que esa sociedad experimente como suyo cada uno de los pasos que ese líder democrático pueda hacerle dar en dirección a la realización de ese programa que debe proponerle, someterle a la discusión, retocar incluso –eventualmente- en el camino o como consecuencia de esa discusión. Que logre que esa sociedad (quiero decir: que porciones considerables de esa sociedad, puesto que las sociedades son por supuesto heterogéneas y los grupos que las componen tienen desde luego intereses enfrentados y no siempre articulables: por eso es que existe la política, por eso es que la construcción de una hegemonía es una tarea), que logre que esa sociedad, digo entonces, sienta como suyo cada uno de esos pasos, y que esté dispuesta a sostenerlos y defenderlos cuando aparezcan las dificultades, las oposiciones y a veces también los enfrentamientos”.

De esta fiera encrucijada se sale, como sugiere Rinesi, dando a conocer un programa que pueda ser argumentado –e incluso modificado- en una discusión abierta para construir hegemonía política. A mi modesto entender, es lo que Axel insinuó en su escrito. Un camino que debería seguir Massa, abandonando el inconducente “sciolismo emocional” de sus alocuciones.

Por Carlos Semorile.

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