lunes, 17 de septiembre de 2012

Deben ser los gorilas, Juliette!



Querida Juliette Binoche, no deseo importunarte pero ayer fuiste mencionada por un grupo de gorilas (“gorilles”) en una situación por lo menos impropia, y me pareció que tenías que saberlo. Te cuento cómo se dieron las cosas. Primero fui al kiosco de diarios y revistas (el “kiosque”, viste?), y con la canillita comentamos el cacerolazo de la otra noche. En nuestro barrio, el “concert de casseroles” se hizo sentir con fuerza, y eso hizo que mi amiga evocara algunos episodios penosos de su infancia. Me contó que creció en la casona de una gente muy rica donde las pasó “muy duras”. La Señora de la casa era muy estricta, y un día armó un escándalo porque en la fuente de la sala faltó una banana. Todas las miradas confluyeron sobre su inocencia y la decretaron culpable (el Señor no fue de la partida: después de todo, él se había comido la famosa “banane”). Sin embargo, la piba no guardaba rencor y un día corrió por la vereda para abrazar a la Señora que regresaba de un viaje. Pero nuevamente fue reprendida: ella no podía permitirse esos “arranques”, por algo usaba el uniforme de las criadas. Estas cosas le hicieron comprender, por ejemplo, que cuando las hijas de la Señora, sin mala intención, le afanaron de un cofrecito de cartón las dos guitas con cincuenta que eran todos sus ahorros, era mejor que se quedara en el molde. Pero eso fue hace muchos años, y ahora está cansada de bancarse “dans le moule” y ella, que nunca fue peronista, espera que Cristina apechugue y peche como viene haciendo hasta ahora. La conversa se cortó porque llegaron otros clientes, lectores de Clarín y La Nación, los diarios “de la droite”, me entendés? Nos despedimos “en clave”, y me fui a leer el periódico a un barcito tranquilo que está en el predio de unas canchas de tenis. Primero reinó el silencio, pero luego aparecieron cuatro señores que venían de jugar un partido de dobles. Enseguida se sumó la mujer de uno de ellos, y entre los cinco mantuvieron una muy animada charla en torno a la figura y las políticas de la Presidenta. Te juro por mi vieja, Juliette, que cada dos o tres temas tocados de oído, volvían al asunto del dólar y ahí se regodeaban con cotizaciones, cuevas, declaraciones juradas, etc. Había uno medio líder que los traccionaba hacia las otras maldades del gobierno, pero no había caso porque el fantasma del dólar volvía a pasearse por Elsinor y parecía exigirles la consumación de un crimen político. Estaban tan embalados que pensé que iban a organizarse para la próxima protesta, pero a los 15 minutos se cansaron de no escucharse y de putear todos al unísono. Fue entonces cuando la mujer tomó la batuta y se puso a comentar los estrenos cinematográficos y, a cuenta de tu última peli, empezó a mencionarte como si te conociera de toda la vida. Cuando dijo “la Binoche” cual si fueses una de ellos, tuve ganas de acercarme y decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba. Que no sos egoísta ni insolidaria, y que por eso alguna vez dijiste: “Yo nunca trato de salvarme: yo me expongo”. Que serás muy francesa, pero no afrancesada (“francisée”), que tu trayectoria transita la sensibilidad y la inteligencia, y que a Sarkozy (al que ellos aman) lo has defenestrado como “nuestro pequeño emperador disfrazado -y muy bien- de demócrata”. Pero, creeme, esta gente no entiende razones. Porque en el fondo, como dice mi amiga la canillita, ellos no pueden ver que los negros tengan las mismas posibilidades y las mismas aspiraciones que todos. Son gorilas, sabés? Y puede que vean mucho cine europeo, pero los pelos no les dejan ver al semejante.
Por Carlos Semorile.

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