miércoles, 5 de septiembre de 2012

Panorama desde el puente


En el festejo del Día de la Industria, volvió a quedar en claro la capacidad discursiva de Cristina, dicho esto en varios sentidos no sólo importantes sino inclusive cruciales. Como tantas otras veces, se destaca su capacidad de llevar la palabra hasta el hueso de los conceptos y las complejas formulaciones que debe abordar, haciéndonos partícipes a nosotros -sus oyentes- de un pensamiento nacional sobre los problemas nacionales. Puede pensarse lo que se desee pensar acerca del enfoque que la Presidenta hace de las diversas cuestiones que están en juego (y ella es la primera en admitir el posible disenso), pero lo que no se puede decir es que proceda desde una mirada descentrada respecto del interés argentino. Por el contrario, la orfandad del desorbitado discurso opositor desnuda un pensar subsidiario de intereses que, o bien no son nacionales (como en el caso de quienes hicieron las veces de voceros de Repsol), o bien no son populares (como en la gran mayoría de los casos). O ambas cosas, claro. Pero además, la palabra de la Presidenta viene estableciendo, con una precisión y una contundencia que despierta la admiración de muchos y el pánico de unos pocos, un pensamiento estratégico para el desarrollo de las potencialidades de la Nación. A esta visión de estadista, la oposición le sale al cruce con un recuento de chiquitajes y menudencias que haría avergonzar a un almacenero de barrio. Y es al ñudo que se llenen la boca con los nombres de las grandes figuras republicanas de la historia, porque esos personajes -muchos de ellos controvertidos- al menos tuvieron un proyecto de país desde el cual supieron convocar a sus contemporáneos. Pero detenernos en la falta de proyecto de la opo, es empantanarnos y, en cambio, la Presidenta convocó a pensar desde el puente sobre las aguas turbulentas. Recordó que hace 425 años partió una embarcación con hambre de futuro, y asimismo rememoró el modo en que ese horizonte se torció hasta generar una Argentina contrahecha y maldita para con la mayoría de sus hijos. Llegados a este punto, podríamos hablar, sin temor a equivocarnos, del modelo productivo con inclusión social, de la sustitución de importaciones y de la necesidad de producir mercancías con valor agregado. O de aquella industrialización alguna vez alcanzada que hacía que Scalabrini dijera: “Tenemos una industria propia, luego nuestra Nación existe”. Pero prefiero creer que en el corazón de la palabra presidencial, por sobre todas las otras cosas, late una profunda reflexión sobre nuestro destino colectivo. Esa reflexión -siquiera la posibilidad de que se produjese- estuvo obturada durante la noche neoliberal, y habría que pensar si, en lo profundo, no es esto lo que no les perdonan a Néstor y Cristina: que seamos capaces de pensar juntos los problemas nacionales desde una perspectiva nacional. Porque todo lo demás está permitido y hasta se celebra: ser de derecha, de izquierda, de centro, ser onegeísta, universalista, cosmologista, o barrialista. Lo único que el establishment no tolera es que haya un pensamiento para las mayorías, un pensar que ponga al pueblo en el centro de la reflexión sobre el destino de la Patria. De ahí el pataleo de la derecha por el uso la cadena nacional: porque la oratoria extensamente reflexiva de la Presidenta alcanza a nuevos argentinos y argentinas que comienzan a recapacitar que acaso ellos no sean -como los retrata el Monopolio- islas en un mar de infortunios. Compatriotas que empiezan a sentirse parte de una misma deriva: la de aquel buque que zarpó hace ya tantos años y que hoy la tiene a Cristina en el puente de mando. 
Por Carlos Semorile.

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