Cuando mañana avancen las columnas sobre la Plaza de
Mayo, muchos creerán estar marchando “a paso de vencedores” cuando en realidad,
como si tratase de un cortejo fúnebre, irán acompañando al compañero Hugo Moyano
al cementerio de la Historia. La posible masividad de la concurrencia, su
heterogénea composición -de confirmarse el anunciado cambalache-, y la casi
segura virulencia del discurso, no cambiarán en nada lo esencial: al final de
la jornada, el cambio de época se habrá cobrado una nueva víctima. O varias,
dependiendo de la astucia o la torpeza con la que los “dirigentes” muestren o
escamoteen sus ambiciosas cabezas.
Del desarticulado arco opositor es poco lo que se
puede agregar, salvo que tienen una facilidad casi guaranga para el
desbarranque. En cambio, la cosa no suele ser tan simple entre los compañeros
del Movimiento Nacional, entre otras cosas porque hasta hoy -sí, hasta hoy- algunos
de ellos contaban con apelar al inefable “peronómetro” cada vez que, cual inquisidores,
veían torcido el recto rumbo de la Doctrina. Pero eso se acabó. Porque con el
sentido común en la mano, la Presidenta los puso en su lugar: aunque deba
discutirse la suba del mínimo no imponible -o, mejor aún, una completa reforma
tributaria- nadie puede pretenderse peronista si hace caso omiso de la cristiana
solidaridad que está en la base de esa misma Doctrina.
Ya se dijo muchas veces: en la Argentina se
desarrolla una intensa batalla cultural que supone la disputa por el sentido
último de las palabras y los hechos. Cristina es, probablemente, quien mejor
entiende la dinámica de este debate, y por eso mismo es quien lo afronta, lo
profundiza y, al hacerlo, lo enraiza en millones de compatriotas. Ella es quien
ha llamado “cambio de época” a la formidable y necesaria confrontación con las
corporaciones y demás representantes de la oligarquía. La lucha no es tan sólo entre
dos modelos, si no entre dos ciclos históricos: un modelo construye y apuntala
el futuro; el otro viene desde el pasado y pretende devolvernos a lo pretérito.
Ante semejante encrucijada, las conciencias se abisman y deciden, a veces con
sospechoso apuro. No es grato ver que se compran mausoleos antes de tiempo.
Unos lo hacen inmolándose en la Plaza, otros se solapan vestidos de naranja.
Poco importa: la Historia, esa gran enterradora, no hace distingos.
Por
Carlos Semorile.
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