martes, 26 de junio de 2012

Gran loteo gran en el cementerio de la Historia


Cuando mañana avancen las columnas sobre la Plaza de Mayo, muchos creerán estar marchando “a paso de vencedores” cuando en realidad, como si tratase de un cortejo fúnebre, irán acompañando al compañero Hugo Moyano al cementerio de la Historia. La posible masividad de la concurrencia, su heterogénea composición -de confirmarse el anunciado cambalache-, y la casi segura virulencia del discurso, no cambiarán en nada lo esencial: al final de la jornada, el cambio de época se habrá cobrado una nueva víctima. O varias, dependiendo de la astucia o la torpeza con la que los “dirigentes” muestren o escamoteen sus ambiciosas cabezas.
Del desarticulado arco opositor es poco lo que se puede agregar, salvo que tienen una facilidad casi guaranga para el desbarranque. En cambio, la cosa no suele ser tan simple entre los compañeros del Movimiento Nacional, entre otras cosas porque hasta hoy -sí, hasta hoy- algunos de ellos contaban con apelar al inefable “peronómetro” cada vez que, cual inquisidores, veían torcido el recto rumbo de la Doctrina. Pero eso se acabó. Porque con el sentido común en la mano, la Presidenta los puso en su lugar: aunque deba discutirse la suba del mínimo no imponible -o, mejor aún, una completa reforma tributaria- nadie puede pretenderse peronista si hace caso omiso de la cristiana solidaridad que está en la base de esa misma Doctrina.
Ya se dijo muchas veces: en la Argentina se desarrolla una intensa batalla cultural que supone la disputa por el sentido último de las palabras y los hechos. Cristina es, probablemente, quien mejor entiende la dinámica de este debate, y por eso mismo es quien lo afronta, lo profundiza y, al hacerlo, lo enraiza en millones de compatriotas. Ella es quien ha llamado “cambio de época” a la formidable y necesaria confrontación con las corporaciones y demás representantes de la oligarquía. La lucha no es tan sólo entre dos modelos, si no entre dos ciclos históricos: un modelo construye y apuntala el futuro; el otro viene desde el pasado y pretende devolvernos a lo pretérito. Ante semejante encrucijada, las conciencias se abisman y deciden, a veces con sospechoso apuro. No es grato ver que se compran mausoleos antes de tiempo. Unos lo hacen inmolándose en la Plaza, otros se solapan vestidos de naranja. Poco importa: la Historia, esa gran enterradora, no hace distingos.
Por Carlos Semorile.

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