Sin subestimarlos -la derecha es muy diestra-,
debo decir que el cenáculo de las cacerolas pudientes me provocó algo de pena. Me
digo que no es aconsejable, que estos tipos me partirían la jeta si conocieran
mis inclinaciones populistas. Pero me mata el candor de aquellos que, sospecho,
deben haber creído que cada ollita era una nueva trompeta de Jericó. Señoras
agriadas, maridos procesistas, isidoritos y cachorras cardón, más un grupete de
filo fachos (¡gente endogámica si las hay!), todos unidos por la candorosa idea de que su excursión fashion a
la Plaza significaba el fin de la democracia. Mientras estos crédulos se
dejaron llevar de las narices por los medios del establishment, mientras un excitado cagatinta
del Monopolio suponía nerviosos movimientos tras los densos cortinados de Elsinor
(perdón, de la Rosada), Cristina no estaba haciendo las valijas. Menos de una
semana después de su cándida visita guiada a la Pirámide, esta gente se
encuentra nuevamente desnorteada pues la Presidenta, lejos de estar trepando al
helicóptero, estaba -según lo que lo que podemos colegir ahora- ultimando los
detalles del plan Procrear. ¿Es a propósito? ¿Es una provocación? ¿Quiere hacer
“caja”? ¿Quiere deshacerla? ¿De verdad los negros van a tener casa? Lo peor,
aunque cueste creerlo, es que van a ir a buscar las respuestas a la misma usina
de mentiras que los puso en ridículo para que le defiendan sus privilegios. Y
así, con esa ingenuidad de caídos del catre, van a seguir desconociendo el país
en el que viven, al pueblo que lo habita, y el proceso histórico que también a
ellos los atraviesa. Parece mentira, pero en pleno Bicentenario, aquellos que vienen
del linaje de Mitre no pueden entender de lo que somos capaces los hijos de
Fierro.
Por Carlos Semorile.
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