En la lucha política de estas últimas semanas se
percibe claramente que hay quienes confunden el mapa con el territorio. No
importa que se trate del debate político, periodístico, sindical, parlamentario
o comunal porque, cualquiera sea el ámbito de la disputa, ya no alcanza con
dibujar planos arbitrarios, tan antojadizos como los deseos de quienes los
pretenden instalar -las más de las veces mediáticamente- en la mente de los compatriotas.
Se podría pensar que la desorientación de los opositores -tanto de los
frontales como de los solapados- se debe a que les falla la brújula y por eso
sus cartas de navegación ya no coinciden con la realidad del país. Pero su
problema es todavía más grave. Sucede que el kirchnerismo ha cartografiado una
nueva argentina, relevando -por primera vez en décadas- la topografía de las
necesidades, anhelos y esperanzas de nuestro pueblo. No sólo eso. Viene cimentando
las condiciones para que, bajo este cielo, alguna vez sea posible el desarrollo
material y espiritual de todos y cada uno, aprovechando -sin distinción de
ninguna índole- el potencial latente o artificial y maliciosamente aletargado
de las hijas e hijos de este suelo. Semejante recreación de coordenadas no ha
sido la obra de un día, ni la de una sola voluntad, y por ello mismo, por la
suma de las voluntades, los trabajos y los días, ha llegado para quedarse. Y
este es el punto insoslayable: toda nuestra vida social, todos nuestros
vínculos comunitarios, se desenvuelven en un territorio donde se entrecruzan,
dinamizan y potencian los datos de la realidad concreta con los de un renacido
fervor nacional. Que esto desemboque en un nuevo atlas no debería extrañar a
nadie, y quienes tengan aspiraciones políticas -sean del palo que sean- harán
muy mal si continúan delineando falsas fronteras, sea que se llamen “La Juan
Domingo”, “La queremos preguntar”, ó “Yo no pedí los subtes”. De un modo
ingenuo, tales demarcaciones pretenden agrupamientos entre un “aquí” y un
“allí” que no existen más que en la calenturienta fantasía de quienes las
formulan. La inmensa mayoría del pueblo argentino sólo reconoce el liderazgo de
la jefa cartógrafa, la que viene diseñando una patria lo más inclusiva y
abarcadora posible. ¿Esto significa que Cristina es infalible? No: sólo quiere
decir que bajo su lectura, con o sin sextante, habitamos un país sensiblemente
mejor. Y que las derivas truchas de los mapeadores inciertos terminan todas en
islas desiertas.
Por Carlos Semorile.
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