viernes, 18 de mayo de 2012

Los mapas y el territorio


En la lucha política de estas últimas semanas se percibe claramente que hay quienes confunden el mapa con el territorio. No importa que se trate del debate político, periodístico, sindical, parlamentario o comunal porque, cualquiera sea el ámbito de la disputa, ya no alcanza con dibujar planos arbitrarios, tan antojadizos como los deseos de quienes los pretenden instalar -las más de las veces mediáticamente- en la mente de los compatriotas. Se podría pensar que la desorientación de los opositores -tanto de los frontales como de los solapados- se debe a que les falla la brújula y por eso sus cartas de navegación ya no coinciden con la realidad del país. Pero su problema es todavía más grave. Sucede que el kirchnerismo ha cartografiado una nueva argentina, relevando -por primera vez en décadas- la topografía de las necesidades, anhelos y esperanzas de nuestro pueblo. No sólo eso. Viene cimentando las condiciones para que, bajo este cielo, alguna vez sea posible el desarrollo material y espiritual de todos y cada uno, aprovechando -sin distinción de ninguna índole- el potencial latente o artificial y maliciosamente aletargado de las hijas e hijos de este suelo. Semejante recreación de coordenadas no ha sido la obra de un día, ni la de una sola voluntad, y por ello mismo, por la suma de las voluntades, los trabajos y los días, ha llegado para quedarse. Y este es el punto insoslayable: toda nuestra vida social, todos nuestros vínculos comunitarios, se desenvuelven en un territorio donde se entrecruzan, dinamizan y potencian los datos de la realidad concreta con los de un renacido fervor nacional. Que esto desemboque en un nuevo atlas no debería extrañar a nadie, y quienes tengan aspiraciones políticas -sean del palo que sean- harán muy mal si continúan delineando falsas fronteras, sea que se llamen “La Juan Domingo”, “La queremos preguntar”, ó “Yo no pedí los subtes”. De un modo ingenuo, tales demarcaciones pretenden agrupamientos entre un “aquí” y un “allí” que no existen más que en la calenturienta fantasía de quienes las formulan. La inmensa mayoría del pueblo argentino sólo reconoce el liderazgo de la jefa cartógrafa, la que viene diseñando una patria lo más inclusiva y abarcadora posible. ¿Esto significa que Cristina es infalible? No: sólo quiere decir que bajo su lectura, con o sin sextante, habitamos un país sensiblemente mejor. Y que las derivas truchas de los mapeadores inciertos terminan todas en islas desiertas.
Por Carlos Semorile. 

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