“Estoy seguro de llegar a vivir en
el corazón de una palabra; compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve
y se corrompe.” (Paco Urondo, La pura verdad).
La Presidenta
inaugura el año legislativo, realiza el balance de lo hecho y formula la agenda
de lo por venir. Planteado así, no pasa de un acto administrativo y hasta
cierto punto rutinario. Pero sucede otra cosa mientras ella hace su discurso, y
eso que acontece sigue pasando una vez que concluye su alocución. Porque cada
vez que Cristina habla el país se ensancha. ¿Cómo es posible tal cosa?
Para
empezar, se ensancha la comprensión que tenemos del país, al que estamos
acostumbrados a mirar en términos sectoriales. Cada quien tiene un prisma y es
lógico que su visión quede acotada a un determinado fragmento del conjunto.
Pero los discursos de la Presidenta tienen la virtud de ir integrando todas y
cada una de las piezas que componen una nación. Más precisamente ésta en la que
nacimos y vivimos, es decir la Argentina entendida como una Nación y no como un
segmentado despelote de intereses en conflicto. Usted me dirá que nadie como
Cristina para sacar a la luz y azuzar los conflictos, pero fíjese de qué lado
queda parado usted en cada una de esas disputas. Sí, mi amigo, usted queda
instalado en la misma vereda ancha que ya ocupan millones de sus compatriotas,
mientras que enfrente… Bueno, enfrente están los que tuvieron toda la vida para
decirle que formaba parte de algo más grande que usted mismo, y no se lo
dijeron ni se lo iban a decir nunca para mantenerlo así, solari y descreído
como una criatura extraviada en la jungla. De modo que, si me sigue, aquí
tenemos otro de los acrecentamientos que provocan las alocuciones de la
Presidenta: el destino ya no es una suerte maula que lo persigue con saña noche
y día, sino que nos jugamos todos en el destino colectivo de la Patria.
Esto nos
lleva a una tercera etapa porque, luego de haber comprendido y luego de verse
acompañado -y no amenazado- por los otros, lo más probable es que se le dilaten
las emociones. A esta altura, cientos de miles de fotos y videos testimonian
con creces que las arengas de Cristina tienen (como diría el amigo Fontova) un
efecto vasodilatador en sus oyentes: la gente sonríe, ríe abiertamente, estalla
en carcajadas, se le pianta un lagrimón o llora a lágrima viva, se abraza,
salta, se vuelve a abrazar, y tiene muchas pero muchas ganas de cantar. ¿Usted
ha visto que pase algo semejante cuando quienes hablan son los periodistas o
los políticos que trabajan de “opositores perpetuos”? Claro que nada de eso
sucede porque ellos son artífices de la vasoconstricción: aspectos
circunspectos, rostros surcados por rictus de gravosa y amenazante intensidad,
la amargura como punto de largada y, peor aún, como meta de llegada. Son lo
contrario de la integración y la ampliación: son el arquetipo de lo
fragmentario, del fatalismo de un cinismo despiadado y cruel que abismó al país
casi hasta su disolución. Y son, a la vez, una suerte de estadío preverbal,
incapaces de hacer frente a una mujer que también a ellos los deja mudos de
admiración, y enfermos de una envidia que más parece un odio sordo y cerril.
La pura
verdad (volviendo al poema de Urondo), es que así están las cosas: hay un país que
escucha a la Presidenta y se reconoce en sus discursos porque, por sobre todas
las otras consideraciones que puedan y deban hacerse, sólo Cristina logra vivir
en el corazón de la palabra. Cada quien es libre de decidir cuál es esa palabra
en cuyo corazón palpita el decir presidencial: Pueblo, Patria, Nación, los
jóvenes, la Argentina, los trabajadores, las mujeres, los compañeros, la
Historia, etc. Para mí son todas estas y muchas más porque, en verdad, lo que
Cristina articula es un lenguaje que da cuenta del estado material y espiritual
de la Argentina, de su devenir de colonia en Patria, de la larga marcha de los
argentinos y argentinas, de las gestas de Mayo y las de la Independencia, de la
Juana Azurduy, de Facundo, del Chacho, de Juan Manuel, de Don Hipólito, de los
hombres del Pensamiento Nacional, de Juan y Eva, de los resistentes, de los desaparecidos,
de las Madres y Abuelas, del pueblo argentino en su conjunto y de su exquisita cultura
que lo hace merecedor de ser dueño de todo lo que existe sobre este suelo y bajo
este cielo que amamos. Por todo ello, cuando Cristina habla, llegamos a “compartir
este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe”, y nos comprometemos
a expandir ese lenguaje del amor y la fraternidad para que todos y todas puedan
sentirse al amparo de una bella palabra con límpidas sonoridades de plata: Argentina.
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