Me recomendaron la serie “Rebellion” que trata sobre el Alzamiento de Pascua de 1916, cuando “las
orgas” republicanas tomaron los principales edificios públicos de Dublín y
decretaron el nacimiento de la República de Irlanda, en abierto desafío a la
corona inglesa luego de siete siglos del más feroz y despiadado colonialismo.
Primera crítica a esta serie de notable factura visual: estas largas, tristes y humillantes siete centurias brillan por su ausencia.
Es cierto que pueden rastrearse algunos de sus
efectos, cual si fueran “restos” que van quedando adheridos en las relaciones
de una comunidad fuertemente atravesada por sus “deberes” de lealtad al rey
extranjero. Así, por ejemplo, se ve el retorno a casa de los irlandeses que
vienen de pelear, a las órdenes de oficiales ingleses, en las trincheras de la
Primera Guerra Mundial. La explicación es simple: en un país condenado al
primitivismo agropecuario no hay trabajo, y entonces sobran los hombres
dispuestos a enrolarse para que a sus hogares llegue al menos una mísera paga
mensual. Apenas llegan, una militante nacionalista les recrimina que peleen
bajo la bandera británica.
Ella es una de las irlandesas arriba mencionadas, “las
tres pequeñas doncellas” (según el victorianismo tardío del novio de una de
ellas) sobre las cuales se estructura el relato de “Rebellion”. Frances, que
así se llama esta joven, ha logrado zafar de enseñar para las monjas de Galway
y milita junto al maestro Pádraig Pearse (el futuro presidente del gobierno
provisional) en la preparación del Levantamiento. Su prima May viene del
condado de Cork y trabaja en el Castillo de Dublín, la sede de la
administración colonial: es secretaria y amante de un alto funcionario inglés.
No está particularmente inclinada ni a apoyar ni a condenar a los rebeldes,
pero termina filtrando un documento secreto que puede salvar el pellejo de sus
principales líderes.
Elizabeth fue
compañera de ambas en el período de esplendor teatral y literario irlandés que
antecedió a la revolución política, pero claramente pertenece a la clase
acomodada de Dublín y su prometido es de aquellos irlandeses que se sumaron al
ejército imperial porque “compraron” la promesa inglesa de que la concesión de
autonomía y el autogobierno llegarían merced a su apoyo a Inglaterra en la Gran
Guerra. Sin embargo, está enamorada del socialista Jim (en la foto con el
uniforme de los partidarios de James Connolly, el líder marxista y católico
admirado nada menos que por Lenin), y se compromete a fondo con él y con la
rebelión en ciernes. Esto, en principio.
Luego, al correr del primer capítulo y de los cuatro
siguientes, aparecen otras subtramas que van perfilando varias de aquellas
cuestiones que son la marca en el orillo de la situación colonial: la miseria
de las barriadas pobres, el desempleo crónico, la prostitución extendida a sus
formas menos evidentes, la persecución política y el chivateo contra los
nacionalistas, las tensiones intrafamiliares debido a las lealtades
contradictorias hacia la patria o hacia el invasor. Hay también algunas escenas
de esas que, ay!, tienden a equilibrar la balanza entre la violencia imperial y
la rebeldía emancipatoria. Así y todo, “Rebellion” es una buena entrada a la
“cuestión irlandesa”. Bienvenida sea.
Por Carlos Semorile.
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