(Foto
de Roberto Chile, intervenida por Ernesto Rancaño, 2010)
Quien en estos días no esté siguiendo el cortejo que
lleva los restos del Comandante desde La Habana a Santiago de Cuba,
difícilmente pueda explicarse el universo en el que vive. Esos millones de
cubanos de todas las edades, pero especialmente los niños y jóvenes cantando
–como en un juramento- “Yo soy Fidel” dan la medida de que “en una sola marcha
cabe el mundo”, y de que no fue “vano el gemir en la querella, la angustia lenta
y cansancio largo”. Por tanto pueblo volcado en las calles en oleadas de amor y
gratitud, por tanta tristeza y congoja, pero también por tanta libertad en las
conciencias, diremos junto con el poeta: “Aunque el dolor me anegue, no he de
estallar en llanto. Cuando la muerte llegue, le entregaré este canto”.
Por
Carlos Semorile.
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