Hay una polémica olvidada en torno al “idioma
nacional de los argentinos”, nacida al calor de un planteo audaz que decía
justamente éso: que nosotros hablábamos una lengua propia y que hablarla era
parte de nuestra emancipación como pueblo y como nación. Los que se animaron a
sostener tamaña osadía (tanto en las primeras décadas del siglo XIX, como a
principios del siglo XX), cobraron como locos. Les dieron para que tengan y
guarden.
Sin embargo, dejaron sembrada una cuestión que siguió
estando, justamente, en boca de todos o casi todos. Borges mismo se ocupó del
asunto y terminó concluyendo que no había un “idioma argentino” pero sí “un matiz
de diferenciación (…) que es lo bastante nítido como para que en él oigamos la
patria (…) Pienso en el ambiente de nuestra voz, en la valoración irónica o
cariñosa que damos a determinadas palabras, en su temperatura no igual”.
Tiene su encanto, pero no deja de ser una manera
elegante de dar por concluida una disputa y dejar al idioma en manos de sus detentadores
letrados y cultos, y a salvo de sus variantes populares y plebeyas. A la vez,
deja afuera algo del alma de los hablantes que se hace presente entre quienes
usamos el “voseo” como un trato entre iguales, sin jerarquías ni reverencias. El
voseo es bastante más que una temperatura emocional, es un radical anhelo
igualitario.
La música popular de Buenos Aires siempre tomó en
cuenta el idioma de la calle, y el lunfardo y sus mezclas fueron modos de
sostener una lengua propia en contra de la lengua oficial pero dentro de ella
al mismo tiempo. En este contexto, cuando acudimos al sonido de un “Chiflido” sabemos
que vamos al encuentro de algunas de esas voces plebeyas cargadas de
pertenencia, emoción e identidad. Es decir: vamos a escucharnos a nosotros
mismos.
Este folletín tiene mucho de chamuyo encarador, como
pasa en cualquier milonga que se precie, pero no es puro barullo sino más bien una
esperanza de “bellas criaturas danzantes que al son de la orquesta parecen
flotar”. Hay que ser muy chambón para no irse detrás de las fintas de “La Piba
Uau”, o para no comprender que un sueño que dura una noche es un sueño que dura
una vida. Estos llamados y estas canciones también son parte del idioma
nacional.
Claro que no faltan ni el desconsuelo del pobre, ni esos
hachazos que pegan duro cuando “la vida es rezongo de cosas perdidas”. Pero
este “Chiflido” es un convite a festejar los aromas de amor que perduran cuando
somos capaces de celebrar la vida con palabras y músicas que nos pertenecen en
cuerpo y alma, y nos “vosea” que no nos olvidemos que tenemos una lengua propia
y que cantarla es parte de nuestra emancipación como argentinos y argentinas. Porque
en el Sur soñar es más lindo cuando soñamos con cosas queridas.
Por Carlos Semorile.
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