miércoles, 13 de abril de 2016

Silencio

(Foto: Sebastián Miquel)



Todavía no las encuentro, pero debe haber cientos de fotos de grupos de compañeras y compañeros reunidos alrededor de un celular tratando de escuchar las palabras de Cristina. Esa imagen se completa con el sonido de un silencio profundo que cubría toda la extensión de esa explanada frente a la mole de Comodoro Py. Fue un silencio conmovedor durante el cual varias generaciones de argentinos prestaron una atención casi religiosa para atesorar, y luego compartir, cada uno de los conceptos de la Presidenta. Como ya escribimos en alguna ocasión, Cristina moldeó y se ganó esa vigilia por prepotencia de discursos, uno mejor que el otro –más sustantivo, más potente- y siempre haciendo docencia y generando Conciencia y Pensamiento Nacional.

Claro que mencionar justo hoy las palabras “silencio” y “Cristina” remite inevitablemente, a estos cuatro meses que pasamos sedientos de sus palabras. Cuatro largos y áridos meses durante los cuales “su” silencio permitió tomar noción de la degradación de la palabra pública argentina, a bocas de extraños y también de algunos que creíamos propios. Los primeros son expertos en “sinceramientos”, y todo ese estilo de palabras que no hacen más que tergiversar los hechos. Los segundos se sacaron el corset de una identidad que los incomodaba por razones comprensibles: prefieren aquél folklore donde el retumbar de los bombos opacaba la adulteración de la doctrina peronista en un “canon” neoliberal. Como si el legado justicialista viviera sólo en un pasado que ya tiene dueños, cancerberos y vigilantes, en vez de ser una herencia que merecía estar de nuevo en todas esas manos que hoy vuelvan a hacer la “V”.

Por todo esto, los traidores y los cipayos de siempre deberían, al menos, tratar de entender ese silencio místico con el que pueblo busca embeberse de los discursos de la única conductora del Movimiento Nacional. Porque sólo Cristina pronuncia las palabras que nos permiten tener un asidero en el mundo, una base para creer en nuestras propias capacidades, y hasta la posibilidad de que convivamos dentro de un marco de paz social. Y si este silencio y aquéllas palabras son desoídas, es muy probable que terminemos felicitándonos por ser elocuentes como los que venden la Patria en inglés, mientras nos quedamos mudos en argentino. Y no creo que ese sea el camino a recorrer, porque sería como no haber escuchado nunca las palabras de Juan Perón y de Eva Duarte.

Por Carlos Semorile.

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