Desde hace unos días me pregunto si el país de sus
sueños es tan diferente de los sueños de otros, e inclusive de mis propios
sueños de tener un país mejor. Todos soñamos, para nosotros o para nuestra
posteridad, con una Argentina en la que, como mínimo, todos sus ciudadanos
tengan las mismas posibilidades de estudiar, trabajar y tener acceso a la
salud. Yendo un poco más allá, el sueño de muchos es poder prosperar en un país
que le brinde un techo a cada uno de sus hijos (un sueño bien argentino, según
aseguran quienes han conocido mundo). Un país donde los hogares tengan acceso a
los servicios básicos (y a otros que -como el acceso a internet- ya son parte
de nuestra vida cotidiana), donde las familias accedan al consumo pero también
al entretenimiento y la cultura. Y que cada uno de estos sueños sea un derecho,
consagrado por las leyes y protegido desde el Estado.
Claro que hay sueños que de tan personales son
intransferibles, como cuando hablamos de lo que usted desea puntualmente para
sí mismo o para los suyos: ganar bien con su oficio o profesión, tener un buen
pasar con su pareja y sus hijos, que los pibes crezcan sanitos, que estudien,
sean buena gente y tengan suerte en el amor y en la vida. Pero ya ve, aún los
anhelos más íntimos guardan alguna relación con las quimeras de los demás porque,
cada uno con sus diferencias, soñamos más o menos las mismas cosas. Para
graficarlo, es como si fuésemos parte de uno de esos dibujos -de Tute, por
ejemplo- donde los pensamientos de uno se enhebran con los pensamientos de
otro, y de otro más, hasta formar una única madeja. Y cuando imagino ese ovillo
gigante, le confieso que me suceden dos cosas: me cuesta pensar que alguien
crea que puede concretar sus sueños él solo, sin los demás.
Por otra parte, se me hace difícil que alguien no
advierta lo difícil que ha de ser conducir los destinos del país, y hacer que
se vayan articulando los distintos sectores de la vida nacional como para
lograr un equilibrio (siempre cambiante, pero más o menos estable), y una
integración que le permita a cada uno de los soñadores ir concretando cada día
lo que soñaron cada noche. Porque usted, como tantos –como yo mismo-, tendrá
cosas que reclamarle a este camino que venimos recorriendo desde el año 2003 a
la fecha, pero lo que usted ni nadie puede negar es que en el país del 2001 no
había ni conducción, ni integración ni equilibrio. Aquel país era sumamente
despiadado con los sueños de sus hijos y, si se pone una mano en el corazón,
deberá reconocerme que inclusive habíamos perdido la voluntad de soñar. ¿Quién
iba a proyectarse si en esos años “cada necesidad era un drama angustioso”?
De aquella sociedad a ésta, la diferencia no se mide
en años sino en expectativas. Hoy, cuando todavía falta tanto, cuando aún queda
muchísimo por hacer, hemos logrado que cada argentino tenga “un pequeño
horizonte para cada esperanza”. Le pido que se fije de qué manera modesta se lo
planteo (“un pequeño horizonte para cada esperanza”), pero a la vez le ruego que
reflexione cuánto significa esa ventana por la que cada quien puede comenzar a vislumbrar
el futuro propio y el de sus seres queridos. Y aunque sé que usted sabe por qué
se lo digo, me permito recordarle que este primer paso nos ha costado mucho
sufrimiento y muchas lágrimas. No vivo en una sociedad perfecta, pero amo mis
anhelos y los de todos los que soñamos ese país mejor. Por eso, en nombre de
las quimeras de todos, no permita que aquellos que hablan de “cambio” vengan a
robarle sus esperanzas junto con sus sueños.
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