Una de las cosas que más me llamó la atención en
estos años, fue la formidable oratoria de Cristina. Como a muchos, me sedujo su
capacidad para explicitar lo medular de los debates del presente y del porvenir
(y los del pasado, nadie más revisionista que ella), sin resignar un ápice de
los contenidos, ni quedar presa en los rituales del folklore justicialista. Su
voz, serena a veces (tirando cifras, enumerando obras), y quebrada en tantos otros
momentos, ya forma parte de la memoria de esta época, tanto como la de Evita
marcó la suya. A través de su palabra se expresa lo más avanzado de la
conciencia nacional, y fue a partir de su afonía que muchos escucharon por
primera vez un llamado a construir una Nación efectivamente emancipada.
Luego de la desazón por los resultados del 25 de
octubre, a muchos se nos hizo necesario volver a escuchar a Cristina para que
alma nos volviera al cuerpo. Como otras veces, la Presidenta apeló al
empoderamiento popular para salir a evangelizar, sin enojos, pero con todos los
argumentos de estos maravillosos años de lágrimas y reparaciones. Y el pueblo
salió a predicar en las calles, en las fábricas, en los talleres, en los
bondis, en el subte, en los trenes, en las colas, en las oficinas y, claro, en
las plazas. Como en el 2002, los vecinos volvieron a juntarse bajo las
araucarias del Parque Centenario. Aquellos discursos de 2002, confusamente
reclamaban el fin del estado y su reemplazo por embriones de asambleas
autogestionadas, o algo así.
Por el contrario, los discursos de hoy se apoyan en
la existencia de un estado que es garante de los derechos de todos, y
reivindican la política como la herramienta capaz de mantener esos derechos y
conquistar muchos otros. Como testigo y oyente de ambas experiencias, me
permito apuntar que en el 2002 no había margen para escuchar discursos que, en
no pocas oportunidades, eran consignistas e interminables, y además ininteligibles.
Los de hoy, en cambio, son hijos de estos años de haber escuchado a Cristina,
de haber comprendido su precisión para machacar sobre lo fundamental. No hubo
“egos” ni floreos, y sí mucha emoción puesta al servicio de lo que reclama la
dramática hora que vivimos. Un llamado colectivo a defender la Patria.
Que ese llamamiento tenga muchas voces, ya no es lo
que asombra. Lo que maravilla es que entre todas esas palabras que hoy dijeron
maestras, médicos, laburantes, jubilados, vecinos y militantes, se percibe
fácilmente un pensamiento sobre el país que somos y sobre el que queremos ser. Dicho
hoy, parece fácil, pero hace 13 años era una quimera que hubiera sonado a
desvarío. Esa conciencia renacida, habla de una palabra emancipada que dice que
el pueblo argentino no se merece volver a caer en el abismo neoliberal.
Por Carlos Semorile.
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