jueves, 12 de noviembre de 2015

Derecho al Acervo



Hoy al mediodía estuve en el Anexo Sur de la Biblioteca Nacional, que no es otra que su antigua sede de la calle México 564, que vuelve a ser parte de la Biblioteca bajo el nombre Borges-Groussac, en homenaje a dos de sus directores más emblemáticos. Se trata del rescate de un edificio que será puesto en valor pero cuya restauración, como planteó Horacio González, implica además una profunda reparación para la historia cultural y para la memoria de los argentinos. González se refirió a los inmensos anaqueles de la antigua sala de lectura –“estas estanterías vacías nos estaban llamando”-, y lo propio hizo Teresa Parodi cuando llamó a llenarlas con los libros que le darán vida. "Desde el primer momento que creamos el Ministerio de Cultura tuve largas charlas con Horacio y fue naciendo esta idea de restituir la antigua sede, la ocupación otra vez del primer piso por parte de la Biblioteca Nacional".

En ese primer piso, están iniciadas las obras de restauración en la que fuera la oficina del director que ocuparon tanto Groussac como Borges, e impresiona pensar que durante tantos años conoció el olvido y la desidia. En su Historia de la Biblioteca Nacional –Estado de una polémica-, González escribió que “alguna vez se tendrá, finalmente, el testimonio asombroso de que por esfuerzo de sus lectores, trabajadores y administradores, la Biblioteca Nacional llegue a ser la conciencia lectora y crítica del memorialismo cultural del país”. Sin dudas, ese esfuerzo ha sido realizado en estos años en que tantos nos hemos sentido convocados por la Biblioteca Nacional para ser parte de esa memoria y a participar en la construcción de las políticas emancipatorias del presente.

La otra razón que me llevó a acercarme hoy al Anexo Sur, también arrastra una memoria del país que fuimos y del que merecemos ser. En 1937, la Biblioteca Nacional albergó el debut de Buenaventura Luna y su más famoso conjunto: “La Tropilla de Huachi-Pampa no ha venido a Buenos Aires por puro afán exhibicionista ni por puro afán de lucro (…) Ha venido a llamar la atención de los porteños sobre el interior del país, hablándoles el lenguaje sencillo y emocional de la música. Su voz viene desde muy adentro de nuestra historia y está saturada de viejas tradiciones. Sus resonancias irán entonces más allá de los oídos de quienes las recojan, haciendo que vuelvan a mirar lo nuestro, que aquí, ¿quién lo duda?, está algo olvidado”. Aquel folklore llegó y religó a los migrantes internos con su tierra y con su espíritu. Pero hubo luego un notorio quiebre cultural, y el mercado y las empresas aplanaron el oído popular.

Algo de eso charlamos más tarde con el compañero Hugo Fernández Panconi, en un breve encuentro que sin embargo alcanzó para que me explicase su idea del Derecho al Acervo. ¿De qué se trata? De que nos asiste el derecho a nutrirnos de nuestra memoria cultural para no ser esclavos del esquema liberal que clausura el acceso al pasado para que, como planteaba Walsh, siempre tengamos que empezar de cero. Y como me pareció una síntesis brillante, le pido permiso a Panconi para difundir y pedir por el Derecho al Acervo, o para celebrar que en ocasiones como la de hoy en el Anexo Sur Borges-Groussac sean las instituciones públicas, como la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura de la Nación, quienes se ocupen del Derecho al Acervo.

Por Carlos Semorile.

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