“Así
se escribe la historia
de
nuestra tierra, paisanos:
en
los libros… con borrones,
y
con cruces en los llanos.”
Acabamos de ver una bella película, “El prisionero
irlandés”: bien narrada, con impecables actuaciones y realizada con gran rigor
histórico. Pero cómo cuesta que nos dejen mirarnos en un espejo digno!, un
cristal que nos refleje en lo que fuimos, en lo que somos y en lo que podemos
ser. Cuando se habla de la inmigración irlandesa a la Argentina, o se la
subsume dentro de la inmigración británica o se habla de quienes llegaron a
mediados del siglo XIX. Pero casi siempre se pasa por alto a los soldados
irlandeses que fueron tomados prisioneros durante las Invasiones Inglesas y
que, una vez derrotadas las fuerzas de Su Majestad, decidieron quedarse a vivir
en la tierra a la que llegaron como obligados invasores. Un país en el que
pudieron hacer cosas que no podían hacer en la Irlanda ocupada por Inglaterra,
cosas como rezarle a su Dios y tener un pedazo de tierra propia. Tal vez sin
riqueza, pero sin miseria.
Un país en el que acaso se enamoraron y al que
comenzaron a ver con otros ojos, sin dejar de añorar el mar y las dulces
melodías de una lengua prohibida. De a poco, fueron adoptando las costumbres de
este suelo y, como quien no quiere la cosa, se fueron volviendo criollos. Una
tierra en la que volvieron a encontrarse con “la cuestión nacional”, hecho que
los llevó a tomar decisiones en las que comprometieron el pellejo propio y la
suerte de sus nuevas familias. De todo eso habla “El prisionero irlandés”, y lo
hace de un modo amoroso, con un inmenso respeto por cada uno de los personajes,
que no son caprichos al servicio de un guión, sino destinos en manos de una
pareja de directores que se tomaron a pecho la historia que querían contar. Una
película hermosa a la que, si usted no va al cine esta semana, le bajan el
pulgar. Conozca a Conor Doolin, y sobre todo no se pierda cuando Luisa Ochoa le
dice “irlandés”.
Un buen resumen para una Hermosa pelicula
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