domingo, 14 de junio de 2015

Shantala para todas y todos



Son cuatro bebés, una nena y tres varones. Hay cuatro madres, tres futuras mamás (dos con embarazos casi a término), un futuro papá primerizo y muy participativo, y una instructora de Shantala con un muñeco entre las piernas. Con este particular “simulador”, la instructora se dispone a explicar un tradicional masaje para bebés que el médico Frédérik Leboyer vio hacer a una joven madre hindú llamada Shantala. Calcuta y Buenos Aires son tan distintas, pero los bebés y las mamás siguen siendo bebés y mamás (y papás), y por eso vale la pena conocer este masaje que les permite afianzar el vínculo sagrado que enlaza a los hijos con sus padres, y a los padres con sus criaturas.

En las clases de Shantala, advierte la instructora, suelen ocurrir imprevistos porque los bebés no pidieron -ni esperan- ser masajeados aquí y ahora. Sin embargo, si se los acostumbra, es muy probable que luego les plazca. La bebé del grupo, ya le pescó el deleite al asunto, y se deja modelar gozosa por las manos de su madre. Otro se deja un buen rato, pero luego se cansa y gatea, el tercero duerme y el cuarto llora pidiendo la teta. Las futuras mamás practican los movimientos con sendos muñecos, y el futuro papá con su muñeco, con su compañera y hasta consigo mismo. Nadie pierde el entusiasmo, ni los detalles de la técnica. Estamos ante el corazón de un arte milenario: ser padres.

Hay que decir que todo esto sucede en la Maternidad de Osperyh, la Obra Social del Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal, el SUTERH como se lo conoce popularmente. Apenas se ingresa al sector, hay un cuadro de Daniel Santoro que resume, como sólo él puede hacerlo, “los días más felices”. Unos pasos más allá, hay un maravilloso vitraux de Evita dándole su mamadera de leche al niño argentino. Escaleras arriba, la maternidad propiamente dicha es un santuario como pocas veces he visto en las afamadas clínicas que no se cansan de anunciar su hotelería cinco estrellas. Y en un amplio y acogedor salón, tiene lugar la clase de Shantala que ya termina.

La instructora les pide a los presentes que en una hoja escriban sus deseos para ese recién nacido o por nacer. Cada quien escribe una línea o dos, y pasa la hoja. Y cuando en el cierre se leen en voz alta estos anhelos, es como si pulsara un solo latir esperanzado, amoroso y tierno, que busca cobijar al hijo propio y al ajeno, al futuro por el que todos apostaron cuando decidieron amarse y multiplicarse. Es un momento de una extraña comunión entre madres que muy pronto serán reclamadas por pañales, mamaderas y horas de no sueño. Pero en ese instante, ellos son los padres de todos los bebés. Luego, como decía Martí, “hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene”.

Por Carlos Semorile.

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