(Foto:
Sara Flores)
Contó Liliana Herrero que anoche hubo un
malentendido. Mientras caminaban hacia el Centro
Cultural Kirchner, ella le dijo a Toninho Ferragutti: “Esa es la ballena azul”.
El músico brasileño, desconcertado, le preguntó: “¿Un barco?”. “No, animal”. La
chanza inesperada surge del desconcierto ante esa sala formidable, y el
equívoco le permite a Herrero hablar desde el asombro e instalar otra
incerteza: “Este lugar enigmático”. Ciertamente lo es, tal vez más para quienes
lo conocimos en su época de Correo Central. Pero nos ampara una primera dicha:
allí donde hubo abandono, desidia y ruina –las estaciones fatales del
neoliberalismo- hoy hay ciudadanos en estado de emoción cultural.
Una segunda dicha nos espera en La Ballena Azul
cuando Liliana Herrero y sus músicos comienzan el raro sortilegio de hacer
sonar un río adentro de un bicho de mar. Hay algo chamánico en el modo en que
Herrero y su banda encaran las melodías, y uno se va elevando y va volviendo –pero
ya nunca del todo- mientras lo mecen las
canciones. Y en un instante, por un entresijo de la conciencia, uno cree
entender qué sucede: la voz de Liliana es la voz del río. Siempre está pasando,
y nunca es la misma. Luego, suena el acordeón de Toninho y lo acompaña la
guitarra de Pedro Rossi. Liliana cierra los ojos, y lo que se escucha parece
que está siendo soñado por ella. Enseguida, el juego se invierte y Herrero es
un personaje travieso en uno de los barcos musicales del marinero Ferragutti.
Para mejor decir: las canciones del sonriente Toninho son películas, y si
Glauber Rocha viviera las estaría filmando.
Hubo versiones extraordinarias de “Run run se fue
pa´l norte” y “Si vas para Chile” –nunca sonó así la palabra “viajero”-, y una
muy justa mención al no siempre recordado Fernando Portal. Pero se nos saltaron
las lágrimas cuando Liliana cantó “Luna tucumana”, tal como Pablo Maestre Galli
nos dijo que sucedió durante la filmación de “Zonda”. Después, Herrero lanzó un
guiño irónico antes de cantar la “Chacarera de las piedras”, a la que bautizó
como “Palmas mínimas”. Aprovechó para contarle a Toninho que nuestros
“festivales” tienen una extraña vocación por el grito, y pudo decirlo tranquila
porque aquí nadie tiene la manija para hacer “girar el plato”.
Finalmente, Liliana encontró las palabras que venía buscando
desde el inicio y planteó lo que el CC Kirchner representa en tanto polémica de
estos días recientes, con sus dificultades palpables y sus debates abiertos. Y
también en tanto posibilidad de sostener la memoria poética y musical
argentina, y sus vínculos con el resto de Latinoamérica. Los aplausos que
recibieron estas ideas me llevaron a pensar que -por fortuna- nuestros poetas y
nuestros músicos no se sintieron jamás parte de una factoría. Si los pioneros
no hubiesen amado las tradiciones, habrían claudicado. Y no seríamos capaces de
reconocer que, en el vientre de la ballena, el que suena es nuestro río.
Por Carlos Semorile.
Eso, Semo, nuestro río!
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