domingo, 14 de junio de 2015

Gardelianos



El mejor termómetro para un recital es cuando el público sale cantando. Es lo que pasó anoche en el Teatro SHA cuando finalizó la presentación de “Gardeliano”. Escuché a varios hombres que silbaban, algunos otros tarareaban y había quienes hasta se animaban a cantar. Sin dudas, este fenómeno es mérito de Hernán Lucero: él hace tan lindas las canciones –las de Gardel, y también las otras- que uno se siente cantor y no reprime las ganas de entonar aquello de que “las horas que pasan ya no vuelven más”. Es verdad: lo respaldan unas guitarras deliciosas, una orquesta que es un lujo y unos arreglos impecables. Pero el secreto es que Lucero es el “cantor melodioso” del viejo barrio, con su voz plena y a la vez llena de matices, dulcísima para la poesía. O en esas maravillosas cumbres de ternura compartida con Florencia Bernales, cuando parecen cantar frente a “una ventana chica y sin reja”.

Pura música, así también podríamos narrar lo que fue la presentación de “Gardeliano”. No hubo proclamas, ni fatigosas explicaciones sobre lo que estábamos a punto de escuchar. Apenas un par de semblanzas sobre el homenajeado: Carriego diciéndole a Gardel que mejoraba al silencio, y Urondo llamándolo “Señor de los tristes”. Y unas palabras necesarias y justas de Guillermo Fernández sobre los tiempos que corren, antes de hacer “Caminito soleado” junto a Lucero y regalarnos otro dúo exquisito. Pura música criolla, gracias a un cantorazo que demuestra que es cierta la frase de Liliana Herrero: “Gardel es una voz que piensa la Patria”. Y Hernán Lucero lo refrenda con un homenaje “luminoso como un sol”. Generoso trabajo que nos abre las puertas a los que fuimos soñados o inventados “bajo el raudal de esplendores” de aquella voz amada desde siempre, y de esta otra que Gardel escucharía con placer.

Por Carlos Semorile.

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