El mejor termómetro para un recital es cuando el
público sale cantando. Es lo que pasó anoche en el Teatro SHA cuando finalizó
la presentación de “Gardeliano”. Escuché a varios hombres que silbaban, algunos
otros tarareaban y había quienes hasta se animaban a cantar. Sin dudas, este
fenómeno es mérito de Hernán Lucero: él hace tan lindas las canciones –las de
Gardel, y también las otras- que uno se siente cantor y no reprime las ganas de
entonar aquello de que “las horas que pasan ya no vuelven más”. Es verdad: lo
respaldan unas guitarras deliciosas, una orquesta que es un lujo y unos
arreglos impecables. Pero el secreto es que Lucero es el “cantor melodioso” del
viejo barrio, con su voz plena y a la vez llena de matices, dulcísima para la
poesía. O en esas maravillosas cumbres de ternura compartida con Florencia
Bernales, cuando parecen cantar frente a “una ventana chica y sin reja”.
Pura música, así también podríamos narrar lo que fue
la presentación de “Gardeliano”. No hubo proclamas, ni fatigosas explicaciones
sobre lo que estábamos a punto de escuchar. Apenas un par de semblanzas sobre
el homenajeado: Carriego diciéndole a Gardel que mejoraba al silencio, y Urondo
llamándolo “Señor de los tristes”. Y unas palabras necesarias y justas de
Guillermo Fernández sobre los tiempos que corren, antes de hacer “Caminito
soleado” junto a Lucero y regalarnos otro dúo exquisito. Pura música criolla,
gracias a un cantorazo que demuestra que es cierta la frase de Liliana Herrero:
“Gardel es una voz que piensa la Patria”. Y Hernán Lucero lo refrenda con un homenaje
“luminoso como un sol”. Generoso trabajo que nos abre las puertas a los que
fuimos soñados o inventados “bajo el raudal de esplendores” de aquella voz
amada desde siempre, y de esta otra que Gardel escucharía con placer.
Por Carlos Semorile.
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