Tipperary es un condado de Irlanda perteneciente a la
provincia de Munster, al sur de la Isla. Allí, a fines del Siglo XVI, los
ingleses llevaron a cabo uno de sus diabólicos experimentos imperiales: las
llamadas “plantaciones”. Luego de cada insurrección de los nativos, la Corona
de su Graciosa Majestad tomaba las tierras de quienes habían “entrado” en la
rebelión y las ofrecía a súbditos ingleses para que “plantaran” allí sus
familias. Pagando rentas muy bajas, y exceptuados de los impuestos habituales
de exportación e importación, los “enterradores” –así se les llamaba- ocupaban
las tierras de los irlandeses, pero además llegaban a imponer otras costumbres,
otra religión y otra lengua.
Según cómo se mire, el experimento fue más o menos
exitoso, y en la Primera Guerra Mundial muchos irlandeses cruzaron el charco
para pelear bajo la bandera inglesa. Los batallones originarios de Munster, a
su paso por Francia y Bélgica, popularizaron la canción “Hay un largo camino a
Tipperary”, cuya melodía aparece en muchas pelis (La gran ilusión, Gallipolli)
y, créase o no, es la misma que se canta en el Monumental: “River Plate, tu
grato nombre”.
Pero Tipperary tuvo y tiene, acá en el Sur, unos
versos y una música que hablan de ella. “Tommy´s bar, familiar y melancólico.
El humo azul de los cigarros griegos dibujaba extrañas pesadillas. Duerme bajo
los rostros fatigados del puerto. Es la alta noche, y el antiguo piano, bajo
los dedos del pianista ciego entona la canción de Tipperary”. Esto escribió
Héctor Pedro Blomberg (el de La Pulpera de Santa Lucía) y el Tata Cedrón le
puso una música tan nuestra que el “Tommy´s bar” parece un piringundín del
Bajo.
Si usted no me cree, o si me cree pero desea sentirlo
por sí mismo, dése una vuelta los viernes por Chile 2080, y métase en El
Puchero Misterioso, un espectáculo que recrea el espíritu de la poética de Raúl
González Tuñón. Allí están los prestidigitadores de la Compañía Nacional de
Autómatas La Musaranga, los reyes ricos del circo pobre. Y están las canciones
del Cuarteto Cedrón, las de siempre y las recientes, esas que no pasan en las
radios y que hasta ahora –con quién hay que hablar?- no han sido invitadas al
CC Kirchner.
Y está la generosidad del Tata, siempre rodeado de
jóvenes talentosos que aman nuestra cultura y se lanzan, también ellos, al
rescate de escritores malditos. Esos que viven en anaqueles olvidados, como
Elías Castelnuovo, el autor de “Larvas”, cuyos sufridos personajes anoche
salieron del internado gracias a los muy buenos oficios del grupo “Piraña”. Y
vuelve el Tata en esa parte del “después” del Puchero, y canta en guaraní o se
detiene en casa mesa a compartir un guisito y a seguir puntualizando que un
país no se hace sin sus poetas, sin sus pintores, sin sus músicos. Porque si no
pasa lo de Tipperary, y terminás cantando en inglés y peleando batallas ajenas.
Y nosotros, los del Sur, queremos vivir en paz, entonando valsecitos, tonadas,
tangos y guaranias.
Por Carlos Semorile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario