domingo, 7 de junio de 2015

El valsecito de Tipperary



Tipperary es un condado de Irlanda perteneciente a la provincia de Munster, al sur de la Isla. Allí, a fines del Siglo XVI, los ingleses llevaron a cabo uno de sus diabólicos experimentos imperiales: las llamadas “plantaciones”. Luego de cada insurrección de los nativos, la Corona de su Graciosa Majestad tomaba las tierras de quienes habían “entrado” en la rebelión y las ofrecía a súbditos ingleses para que “plantaran” allí sus familias. Pagando rentas muy bajas, y exceptuados de los impuestos habituales de exportación e importación, los “enterradores” –así se les llamaba- ocupaban las tierras de los irlandeses, pero además llegaban a imponer otras costumbres, otra religión y otra lengua.

Según cómo se mire, el experimento fue más o menos exitoso, y en la Primera Guerra Mundial muchos irlandeses cruzaron el charco para pelear bajo la bandera inglesa. Los batallones originarios de Munster, a su paso por Francia y Bélgica, popularizaron la canción “Hay un largo camino a Tipperary”, cuya melodía aparece en muchas pelis (La gran ilusión, Gallipolli) y, créase o no, es la misma que se canta en el Monumental: “River Plate, tu grato nombre”.

Pero Tipperary tuvo y tiene, acá en el Sur, unos versos y una música que hablan de ella. “Tommy´s bar, familiar y melancólico. El humo azul de los cigarros griegos dibujaba extrañas pesadillas. Duerme bajo los rostros fatigados del puerto. Es la alta noche, y el antiguo piano, bajo los dedos del pianista ciego entona la canción de Tipperary”. Esto escribió Héctor Pedro Blomberg (el de La Pulpera de Santa Lucía) y el Tata Cedrón le puso una música tan nuestra que el “Tommy´s bar” parece un piringundín del Bajo.

Si usted no me cree, o si me cree pero desea sentirlo por sí mismo, dése una vuelta los viernes por Chile 2080, y métase en El Puchero Misterioso, un espectáculo que recrea el espíritu de la poética de Raúl González Tuñón. Allí están los prestidigitadores de la Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga, los reyes ricos del circo pobre. Y están las canciones del Cuarteto Cedrón, las de siempre y las recientes, esas que no pasan en las radios y que hasta ahora –con quién hay que hablar?- no han sido invitadas al CC Kirchner.

Y está la generosidad del Tata, siempre rodeado de jóvenes talentosos que aman nuestra cultura y se lanzan, también ellos, al rescate de escritores malditos. Esos que viven en anaqueles olvidados, como Elías Castelnuovo, el autor de “Larvas”, cuyos sufridos personajes anoche salieron del internado gracias a los muy buenos oficios del grupo “Piraña”. Y vuelve el Tata en esa parte del “después” del Puchero, y canta en guaraní o se detiene en casa mesa a compartir un guisito y a seguir puntualizando que un país no se hace sin sus poetas, sin sus pintores, sin sus músicos. Porque si no pasa lo de Tipperary, y terminás cantando en inglés y peleando batallas ajenas. Y nosotros, los del Sur, queremos vivir en paz, entonando valsecitos, tonadas, tangos y guaranias.

Por Carlos Semorile.

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