lunes, 22 de junio de 2015

En el vientre de la ballena, el río



(Foto: Sara Flores)

Contó Liliana Herrero que anoche hubo un malentendido. Mientras caminaban hacia el           Centro Cultural Kirchner, ella le dijo a Toninho Ferragutti: “Esa es la ballena azul”. El músico brasileño, desconcertado, le preguntó: “¿Un barco?”. “No, animal”. La chanza inesperada surge del desconcierto ante esa sala formidable, y el equívoco le permite a Herrero hablar desde el asombro e instalar otra incerteza: “Este lugar enigmático”. Ciertamente lo es, tal vez más para quienes lo conocimos en su época de Correo Central. Pero nos ampara una primera dicha: allí donde hubo abandono, desidia y ruina –las estaciones fatales del neoliberalismo- hoy hay ciudadanos en estado de emoción cultural.

Una segunda dicha nos espera en La Ballena Azul cuando Liliana Herrero y sus músicos comienzan el raro sortilegio de hacer sonar un río adentro de un bicho de mar. Hay algo chamánico en el modo en que Herrero y su banda encaran las melodías, y uno se va elevando y va volviendo –pero ya nunca del  todo- mientras lo mecen las canciones. Y en un instante, por un entresijo de la conciencia, uno cree entender qué sucede: la voz de Liliana es la voz del río. Siempre está pasando, y nunca es la misma. Luego, suena el acordeón de Toninho y lo acompaña la guitarra de Pedro Rossi. Liliana cierra los ojos, y lo que se escucha parece que está siendo soñado por ella. Enseguida, el juego se invierte y Herrero es un personaje travieso en uno de los barcos musicales del marinero Ferragutti. Para mejor decir: las canciones del sonriente Toninho son películas, y si Glauber Rocha viviera las estaría filmando.

Hubo versiones extraordinarias de “Run run se fue pa´l norte” y “Si vas para Chile” –nunca sonó así la palabra “viajero”-, y una muy justa mención al no siempre recordado Fernando Portal. Pero se nos saltaron las lágrimas cuando Liliana cantó “Luna tucumana”, tal como Pablo Maestre Galli nos dijo que sucedió durante la filmación de “Zonda”. Después, Herrero lanzó un guiño irónico antes de cantar la “Chacarera de las piedras”, a la que bautizó como “Palmas mínimas”. Aprovechó para contarle a Toninho que nuestros “festivales” tienen una extraña vocación por el grito, y pudo decirlo tranquila porque aquí nadie tiene la manija para hacer “girar el plato”.  

Finalmente, Liliana encontró las palabras que venía buscando desde el inicio y planteó lo que el CC Kirchner representa en tanto polémica de estos días recientes, con sus dificultades palpables y sus debates abiertos. Y también en tanto posibilidad de sostener la memoria poética y musical argentina, y sus vínculos con el resto de Latinoamérica. Los aplausos que recibieron estas ideas me llevaron a pensar que -por fortuna- nuestros poetas y nuestros músicos no se sintieron jamás parte de una factoría. Si los pioneros no hubiesen amado las tradiciones, habrían claudicado. Y no seríamos capaces de reconocer que, en el vientre de la ballena, el que suena es nuestro río.

Por Carlos Semorile.

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