Hace ya algunos años, tomé clases de guión en una
prestigiosa escuela de libretistas de cine y televisión. Las materias eran tan
diversas como abarcativas: las necesarias estructuras de los libretos, gestión
y producción (para saber qué es realizable y qué no), psicología de los
personajes, traslación o “adaptación”, personajes y diálogos, y unos muy
interesantes talleres sobre Shakespeare y sobre guión propiamente dicho. Las
cátedras nos impulsaban a tomar todas las libertades y a asumir todos los
riesgos siempre, claro, que fuésemos capaces de plasmar las ideas en el papel,
listas para ser filmadas. Había una única restricción, pero era de hierro: la
trama debía ser verosímil.
Desde esta mirada, uno debe reconocer que los
libretistas de la corporación mediática trabajan con esmero. Y a destajo: se
desloman para mantener las pantallas “en estado de emoción violenta”. La
gestión y la producción no les van a la zaga, y entre todos hacen lo imposible
por lograr algunas adaptaciones muy, pero muy traídas de los pelos. Pero,
queridos míos, hacen agua por dos lados. En primer lugar, están forzando el
verosímil que toda historia debe tener. Dicho de otro modo: ni tres Shakespeares
juntos podrían hacerle creer a este pueblo que está viviendo bajo una
dictadura. O que la misma Presidenta que todos los días les devuelve derechos y
soberanía, está obsedida por el poder.
La segunda falla es todavía más insalvable que la
primera. Vuestros personajes políticos “pasan letra” –como se dice de los malos
actores-, pero no pueden hacer que suenen creíbles los diálogos que ustedes les
escriben. Como dice el amigo Jorge Ruiz de Larrea, son “indigentes lexicales”: viven
en estado de zozobra discursiva, están notoriamente por debajo de la línea del
habla comunitaria argentina. Ese lenguaje exige, al menos, reconocer que existe
una historia de conquistas sociales que representan el horizonte mínimo de cada
laburante, de cada ama de casa, de cada desempleado inclusive. Pero no hay
caso: antes que hablar ese idioma, ellos y ustedes prefieren el silencio.
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