Quise ser irónico con los “pavotes”, y me cruzó un fundamentalista
del “justo medio”. Vamos!, no me digan que no se han topado con ninguno, con sus
consejos –si están de buenas-, o sus acusaciones si es que están enfadados. En
este caso, parece que pequé de varias cosas, sobre todo de subirme a un
pedestal. Me puse la penitencia y me comprometí a pergeñar este “Pedestales”
que sería “sólo autocrítico, evitando el humor y la ironía, cosa de no parecer
ni sobrador, ni ideológico, ni irreflexivo: procurará caminar por la línea del
medio de la avenida, esa por la cual transitan millones de compatriotas
reflexivos, sobrios y alejados de cualquier atisbo de odio”. El Juez –de algún
modo hay que llamarlo- dijo que le bastaba con que mi respuesta no fuese
“propagandística”. Semejante pedido me dejó azorado: ¿en qué mundo vive este
muchacho? Y, en todo caso, ¿por qué no podría celebrar lo que creo?
En realidad, hay promesas que son de cumplimiento
imposible. Así como él no puede bajarse de su pedestal –para empezar, ni admite
estar encaramado a uno-, yo no puedo dejar de parecer ideológico. A mí, lo
confieso, me fascinan las ideologías, y ni te cuento lo que me provoca “La
Doctrina”. Tampoco puedo dejar de dar la imagen de sobrador, y por eso ahora
mismo lo cito al Horacio González y te hago caer de culo. Recuerdo un lúcido
escrito de González acerca de los pedestales, sobre el peligro de hundir al festejado
en la solemnidad opresiva de los ceremoniales. Pero Horacio (soy tan sobrador que
lo tuteo) también señalaba la facilidad de tomarse en solfa estos homenajes
públicos que ofrecen tantos flancos a la chacota liviana, sin pensar que
también ellos son un modo de reflexión y de memoria comunitaria. Como ves, el
tema no es tan sencillo: ni la proliferación de estatuas, ni su ausencia lisa y
llana.
Pero sobre todo, como verás a continuación, no puedo
dejar de parecer irreflexivo. Un fanático, para decirlo en tu lenguaje que
también es el mío, aunque le damos énfasis opuestos a la misma palabra. Mi
fanatismo me llevó a postear esta imagen que resume un dolor íntimo y un pesar
colectivo. Es nada más que una caricia, pero quien la recibe y quien la da
están acompañados por una multitud de compatriotas que muchas veces –pero
muchas, eh?- nos hemos sentido acariciados por ellos. Y resulta que entonces
nos vemos conmovidos por ciertos pedestales que nos parecen justos y
necesarios. Qué joder! Nos parecen bellos, che! Creemos que ese hombre y esa
mujer son lo mejor que le pasó al país desde la época gloriosa –sí, dije
gloriosa- de Juan Perón y Eva Duarte. Y ahorita que ya me liberé de parecer
ecuánime, sobrio y prudente, te pregunto: vos, sí, vos, el Juez, ¿a quién
pondrías en ese pedestal?
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