jueves, 4 de diciembre de 2014

El asilo de los pavotes



Uno está hastiado de escuchar gansadas todo el santo día: que el subsidio al cornudo, que el medio aguinaldo para las amantes despechadas, que la asignación universal para raperos, skaters y marihuanos. No terminan de instalar una huevada, que ya largan otra mentira que largamente supera la anterior. Y hay que ver las caras de los crédulos: las mandíbulas caídas, los ojos inyectados en sangre, una espuma ácida quemándoles las encías y los labios. Antes, en las comunidades más o menos pequeñas, estaba el idiota del pueblo. Estos no; éstos son la idiocia misma, personas irremisiblemente individuales. ¿Cómo se retrata este gentío de otarios? Con las palabras de Elías Castelnuovo: “No era la soledad de una persona que se niega deliberadamente a alternar con los demás: era la soledad forzada de una multitud de almas sombrías, desligadas entre sí, a quienes la fatalidad había embutido en una misma lata de sardinas”. Están, como los personajes de Castelnuovo, en un reformatorio. El asilo de los pavotes.

Por Carlos Semorile.

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