Uno está hastiado de escuchar gansadas todo el santo
día: que el subsidio al cornudo, que el medio aguinaldo para las amantes
despechadas, que la asignación universal para raperos, skaters y marihuanos. No
terminan de instalar una huevada, que ya largan otra mentira que largamente
supera la anterior. Y hay que ver las caras de los crédulos: las mandíbulas
caídas, los ojos inyectados en sangre, una espuma ácida quemándoles las encías
y los labios. Antes, en las comunidades más o menos pequeñas, estaba el idiota
del pueblo. Estos no; éstos son la idiocia misma, personas irremisiblemente
individuales. ¿Cómo se retrata este gentío de otarios? Con las palabras de
Elías Castelnuovo: “No era la soledad de una persona que se niega
deliberadamente a alternar con los demás: era la soledad forzada de una
multitud de almas sombrías, desligadas entre sí, a quienes la fatalidad había
embutido en una misma lata de sardinas”. Están, como los personajes de
Castelnuovo, en un reformatorio. El asilo de los pavotes.
Por
Carlos Semorile.
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