miércoles, 20 de mayo de 2015

“Aunque muchos no quieran comprenderlo”



“En ninguna nación digna de ese nombre los medios de transporte son extranjeros”, había escrito Scalabrini. Luego, cuando conoció a Perón le dijo: “Coronel, le vamos a pedir los trencitos”. Y así narró la nacionalización de los ferrocarriles: “Cuando la vieja campana de la ‘La Porteña’ -que fue propiedad de la provincia de Buenos Aires, constructora de nuestro primer ferrocarril, miserablemente enajenado en 1890- anunció con su tañido que volvía a ser argentina, mis pobres ojos de anónimo ciudadano, perdido entre un millón de ciudadanos tan emocionados como yo, regaron con sus lágrimas ese pedazo de suelo natal que se llama Retiro, donde 142 años antes la juventud argentina había anunciado también la conquista y derrota del extranjero invasor”.

Entre ese millón de personas emocionadas ante la reconquista de lo propio, estaba mi abuela, Olga Maestre, con sus dos hijos menores, “El Negrito” y Juan Pablo. “La madre de mi marido había llevado a sus hijos en brazos a las movilizaciones de Perón. La historia política era parte de la historia de la familia”. ¿Cómo impacta en el alma de dos pibes de 5 y 6 años la algarabía de una multitud que desbordaba esa estación ferroviaria? Quien esto escribe participó, siendo niño, de esos baños de muchedumbre que templan el corazón y amplían el estrecho horizonte del territorio conocido -la casa, la cuadra, el barrio, la escuela, las amistades-, estableciendo una conexión intangible con la fuerza y la energía del espíritu colectivo cuando éste se decide a escribir la historia. Son fechas ineludibles, formadoras, inaugurales, y Olga decidió que -sea como fuera- sus hijos menores (las chicas estaban pupilas en un colegio de monjas) tenían que asistir al nacimiento de una nueva Argentina. No había, no hay, y acaso no haya mejor pedagogía que ésa: ser parte del pueblo que celebra la Patria.

Seguramente Olga Maestre, como tantas argentinas y argentinos, esperaba la palabra del líder, pero “el General había sido internado de urgencia con motivo de una apendicitis” y fue reemplazado por “el ministro de Obras Públicas, general Pistarini”. La alegría, de todos modos, no fue menor: “La ráfaga de historia que nos conmovió a todos el 1º de marzo de 1948, aunque muchos no quieran comprenderlo, fue el hecho definitivo que dio término a la farsa de un mundo colonial y abrió posibilidades para el desarrollo de genuinas raíces nacionales”. Pero Scalabrini va todavía más hondo en su análisis: “La nacionalización de los ferrocarriles fue un acto de proyecciones tan profundas y extensas, que sólo es comparable a la batalla de Ayacucho, que dio término al dominio español a la América del Sur e inauguró una nueva era de relaciones internacionales con la Madre Patria”.

Y hoy, en ese mismo “pedazo de suelo natal que se llama Retiro”, por tercera vez la Patria desalojó a la colonia. Y “aunque muchos no quieran comprenderlo”, Cristina volvió a juntar al pueblo con su destino. 

Por Carlos Semorile.

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